Del Toro, cineasta jalisciense, estrena un remake de Nightmare Alley, una historia sobre la sordidez del mundo del espectáculo y el tipo de personas que atraen
RegeneraciónMx.- Un título como “Nightmare Alley” (“El callejón de las almas perdidas”), especialmente si se combina con un cineasta como Guillermo del Toro, sugiere cierto tipo de película. Después de todo, el director mexicano de “The Shape of Water” (“La forma del agua”) y “El laberinto del fauno” tiene un estilo característico.
Pero “Nightmare Alley” no se trata de una casa encantada o de lo sobrenatural. Es una película de cine negro arraigada a una realidad reconocible, aunque aumentada, sobre el breve ascenso de un apuesto estafador de feria a artista altamente remunerado. Y es una fiesta decadente en su alcance, duración, elenco y calidad de producción, así como una emocionante divergencia para Del Toro.
Los fanáticos del cine clásico podrán reconocer el título por su importancia en la carrera de Tyrone Power. La cinta de 1947, dirigida por Edmund Goulding, fue un proyecto apasionante para el actor, que quería interpretar algo más oscuro que los románticos espadachines que lo convirtieron en estrella. Los críticos le dieron las mejores reseñas de su carrera, pero el filme fue un fracaso financiero. Y aunque puede que sea un clásico para los espectadores de TCM y Criterion Channel (donde se transmite actualmente), no es algo que un cinéfilo casual deba conocer.
JOYA DEL CINE NOIR
Incluso un cinéfilo como Del Toro se encontró con el libro primero, una historia sobre la sordidez del mundo del espectáculo y los tipos extraños que atrae. Ron Perlman, quien interpreta al hombre fuerte del carnaval, Bruno, se lo regaló hace casi 30 años, y con la ayuda de la guionista Kim Morgan (una maravillosa historiadora del cine), Del Toro refinó y pulió la historia hasta convertirla en un sabroso acto de primera categoría, con Bradley Cooper a la cabeza como el brillante y trágico Stanton Carlisle. Aunque Cooper no tiene un problema de encasillamiento a estas alturas de su carrera (se ha asegurado de ello), Stan es uno de esos papeles irresistibles sin importar cómo se mire: un manipulador encantador y enigmático cuya inteligencia y ambición es tanto su salvación como su talón de Aquiles.
Stan podrá ser presentado como una especie de Indiana Jones, con su sombrero de fieltro inclinado mientras enciende un fósforo, pero uno sabe que este tipo no es un héroe. Aun así, es agradable ver cuando se topa con una feria a fines de la década de 1930 y rápidamente pasa de intruso a confidente de algunos de los artistas principales. Empieza por ganarse al dueño (Willem Dafoe), se acerca a una vidente, Zeena (Toni Collette), y su esposo alcohólico, Pete (David Strathairn), de quienes aprende los trucos del oficio, y se gana el cariño de una bella intérprete, Molly (Rooney Mara).
Sin embargo, las ferias son solo peldaños hacia algo más grandioso, y muy pronto estamos en lo que se siente como una película diferente y más glamorosa cuando Stan y Molly llevan su acto mentalista a la gran ciudad. Ahí es donde conocen a una psiquiatra interpretada por Cate Blanchett, la Dra. Lilith Ritter, una mujer fatal clásica que rezuma elegancia y whisky, y comienzan a descarrilarse. Merecen una mención especial la diseñadora de producción Tamara Deverell, el director de arte Brandt Gordon, el decorador de escenarios Shane Vieau y el diseñador de vestuario Luis Sequeira, quienes construyen dos mundos cinematográficos deslumbrantes: uno de inmundicia y miseria posterior a la depresión, y el otro de un esplendor déco.
Los temas son igualmente grandiosos: se habla mucho de lo bueno y lo malo, jugar a ser Dios, la responsabilidad, el dinero y la lealtad, y el omnipresente miedo al fracaso. Stan sabe cómo se ve el fondo, y la obsesión por evitarlo lo mantendrá abriéndose camino hacia arriba. Los temas son obvios y un poco anticuados y la trayectoria también, pero eso no es una falla: es solo una historia cuidadosamente construida que se mantiene fiel a su género y época. Con suerte, no será la última vez que Morgan y del Toro revivan una joya escondida.
“Nightmare Alley”, un estreno de Searchlight Pictures que debutó el viernes en Estados Unidos y llega a América Latina el 27 de enero, tiene una clasificación R (que requiere que los menores de 17 años la vean acompañados de un padre o tutor) de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (MPAA, según sus siglas en inglés) por “algo de contenido sexual, desnudez, lenguaje y violencia fuerte/sangrienta”. Duración: 150 minutos. Tres estrellas de cuatro.