Por Víctor Flores Olea . Publicado: 22/08/2011 09:29. La Jornada
Hace dos entregas discutíamos aquí las virtudes de los movimientos sociales, su flexibilidad y capacidad de adaptación, y cómo en estos tiempos habían logrando un dinamismo y amplitud que ya difícilmente logran los partidos políticos.
Ante la opinión pública ha habido un claro desprestigio de los partidos, y en primer lugar en México (por su separación de la ciudadanía, por su lucha primordial en búsqueda de privilegios y canonjías, antes que cumplir con los mandatos de su representación); en cambio, ha crecido una nueva confianza hacia los movimientos sociales, por su mayor cercanía e intercambio con la sociedad, por el abandono del lenguaje de piedra de los líderes partidarios, porque luchan inmediatamente por objetivos sociales que se reconocen y porque su dinámica libre ofrece una sensación de viveza y actualidad que han perdido casi todos los partidos.
Tenemos cercanas las enormes movilizaciones en el norte de África, el Medio Oriente y buen número de países europeos. Por esa vía se derrotaron las dictaduras latinoamericanas en los años ochenta y noventa, viéndose el movimiento zapatista de México como una de las experiencias ya “clásicas” de este tipo de acción social y política. Y el hecho de que ahora surgen pujantes otros movimientos sociales contra la inseguridad principalmente, con especial brillo en las últimas semanas, el de la Paz con Dignidad, encabezado por Javier Sicilia. Sin olvidar por supuesto, como algo primordial en nuestros días, el Morena que encabeza Andrés Manuel López Obrador y que podría resultar decisivo en las elecciones presidenciales de 2012.
Hace unos días Luis Villoro y un servidor coincidimos en la casa de Pablo González Casanova y, claro está, la conversación se enfiló por esos rumbos. Además del reconocimiento a los principales movimientos sociales en México, no dejamos se señalar que unos y otros (salvo tal vez Morena) requerían posiblemente, además de sus objetivos primordiales declarados, unas guías de referencia política ya que, al final de cuentas, se movían en inevitables ambientes políticos que debían confrontar. No dejó de subrayarse también el hecho de que el potencial social movilizado no alcanzaba siempre sus objetivos por el hecho de su dispersión y porque, al final de cuentas, aun cuando pudieran lograrse avances parciales (lo cual no dejaba de tener importancia), quedaban intocables las bases abusivas, los fundamentos de la disparidad social, los principios inaceptables sobre los que está montado el sistema económico, político y social que vivimos.
Coincidimos en que los movimientos sociales, no obstante sus diferencias, debían hacer un esfuerzo no de integración orgánica, que tal vez sea imposible, pero sí de coordinación amplia que les permitiera unir esfuerzos para lograr determinados objetivos convergentes. Y por tal ruta emprender una labor pedagógica y educativa que resultaría de la mayor importancia para toda la sociedad, para el conjunto nacional. Se trataría, para decirlo de una vez, de lograr una de las tareas fundamentales que estarían llamados a realizar los movimientos sociales: elevar el nivel de conciencia política general de la población.
Sí, la seguridad social e individual, los derechos humanos y colectivos, el orden de derecho, la lucha contra la corrupción y la simulación, la batalla en favor de una sociedad más igualitaria, pero ojalá no en demasiado tiempo los movimientos sociales sean capaces también de ir a la raíz de los problemas, a la matriz de las cuestiones de las que se desprenden las otras, y que se anidan precisamente en el tipo de sociedad abusiva, explotadora, extorsionadora, profundamente desigual e injusta que vivimos.
Es decir, las batallas parciales y tan valiosas de los movimientos sociales deberán conducir necesariamente a batallas aun más
importantes y amplias, a luchar contra el sistema que nos oprime y que es la causa última de las innumerables injusticias y agresiones que se reciben, y que son el origen de las múltiples protestas, que no son producto del “mal” comportamiento de los individuos, sino de la estructura profundamente abusiva e injusta del sistema.
Un par de condiciones resultan fundamentales para el avance de los movimientos sociales: el primero, más allá de sus objetivos concretos, asimilar y difundir ciertos principios de lucha política que, en general, rebasan esos objetivos. Principios imprescindibles como defender la soberanía nacional, las garantías individuales, los derechos sociales y comunitarios, estimular políticas igualitarias mediante la creación de empleos y la organización de cooperativas, defender los derechos de los trabajadores y poner fin a la desregulación que inclusive pretende ampliarse, esforzarnos por lograr en estos tiempos la autosuficiencia alimentaria, en agua y energía. Tales serían algunos de los principios que se refieren al orden estructural de nuestra sociedad, que resultaría esencial que asumieran los movimientos sociales, más allá de sus objetivos concretos. Tales avances les darían seguramente mayor fuerza cualitativa y cuantitativa.
Por otro lado, realizar el esfuerzo, sobre la base de ciertos principios éticos y políticos comunes, para alcanzar una convergencia que haga posible un Movimiento de Movimientos que los unifique a todos sin perder cada uno su personalidad, su estilo propio, sus fines específicos. La convergencia de los movimientos, lo que aquí llamamos el Movimiento de Movimientos, sería algo así como la plataforma esencial para llevar a cabo la “Madre de todas las batallas”, aquella que permitiría efectivamente que los distintos movimientos lograran sus fines sobre las bases de la indispensable igualdad, libertad y democracia social de conjunto.
Y avanzar en la convergencia real de los esfuerzos transformadores de todo movimiento genuinamente democrático.
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