El manual para sofocar, según autoridades, los movimientos sociales es idéntico al que siguió Felipe Calderón de Zavala (sic) contra el crimen organizado.
Por Octavio Rodríguez Araujo
He visto muchas de las fotografías que se han publicado sobre los lamentables sucesos en Nochixtlán. Oaxaca. En ninguna de esas imágenes aparecen civiles con armas de fuego, sí en cambio de policías uniformados. Los muertos por bala son de la sociedad, maestros o no, da igual, pues los maestros, sobre todo en Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Michoacán, han estado acompañados de pobladores solidarios con ellos.
El gobernador Cué ha insistido en que los presuntos responsables son grupos infiltrados de organizaciones sociales y personas que buscan desestabilizar, incluso, pueden ser anarquistas. (Excélsior, 21/06/16). En todo movimiento social puede haber infiltrados, incluso del gobierno, para provocar caos y vandalismo. Esto lo sabemos, pero también sabemos que hay grupos solidarios, locales o de otras entidades, que se han sumado a los maestros disidentes de la CNTE desde hace años, como también a los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa y a otros movimientos de protesta o resistencia que en México son cada vez más frecuentes.
El hecho es que los muertos de Nochixtlán fueron civiles y que policías armados fueron, mientras no se demuestre lo contrario, los culpables de esos homicidios. Más atrás, destaca otro hecho que tampoco nadie puede negar: que el empleado de Peña Nieto que despacha en la Secretaría de Educación Pública se ha negado sistemáticamente a dialogar con los representantes de la CNTE, organización magisterial que cuenta con más de 250 mil afiliados en el país y que se ha opuesto desde el principio a la llamada reforma educativa. Peor aún, Nuño declaró que sólo negociaría con ella si previamente aceptaba dicha reforma, que era y es precisamente el punto a discutir. Esta estupidez, signo evidente de prepotencia y autoritarismo, es inaceptable incluso para quienes tengan diferencias con la organización magisterial. Nuño, con sus desplantes, ha echado gasolina a un incendio que viene de atrás (2006) y del que quedaban sólo algunas brasas, hasta que se les ocurrió una dizque reforma educativa que sólo en parte lo es. ¿Quién avivó el fuego? ¿Nuño o quien le dio la orden de hacerlo? El secretario y su jefe son, en principio, quienes provocaron el creciente movimiento de inconformidad que protagonizan los profesores de la CNTE. No es necesario que se busquen otros provocadores. Ya están detectados y son conocidos por nombre, apellido y cargos en el gobierno federal. Ni siquiera es necesaria una investigación.
El manual practicado por las autoridades para sofocar, según ellas, los movimientos sociales es idéntico al que siguió Felipe Calderón de Zavala (sic) contra el crimen organizado, pese a su muy distinta naturaleza: perseguir, matar y encarcelar a sus supuestos o reales dirigentes sin tomar en cuenta (a pesar de las advertencias de expertos en el tema) que surgirían más cabezas, muchas de ellas fuera del registro de los radares de los cuerpos llamados de inteligencia de las fuerzas del orden. Descabezar movimientos organizados, sean de criminales, de maestros o de hermanas de la caridad, es no saber cuál es una de las características definitorias de las organizaciones: su permanencia a pesar de los reveses que sufra.
Esta vez se pasaron de la raya. No es válido ni justificable que se intente garantizar la gobernabilidad ni el estado de derecho, como dijera el gobernador Cué, con armas de fuego contra los manifestantes que expresan su descontento. Convirtieron la precaria y maltrecha democracia mexicana en una barbarie, regresaron el reloj de nuestra historia a 1968, 1971 y los oscuros años de la guerra sucia. Vivimos el estigma de Sísifo: cada vez que llevamos la difícil democracia a estadios superiores, ésta rueda hacia abajo y tenemos que volver a empezar. La generalización sobre las transiciones democráticas, que llegan a su consolidación en otros países, se rompe en México. Aquí no sólo nos la echan al fondo de la barranca, sino que, por intentarla de nuevo, nos castigan de mil maneras, incluso con muerte y desapariciones forzadas.
Todo mundo exige un diálogo entre las partes y discutir el contenido de la reforma educativa, ahora sí, con los maestros, por más disidentes que sean. Pero agrego una demanda: que antes renuncie el actual secretario de Educación Pública, por inepto, autoritario y prepotente. Peña Nieto, a pesar de su responsabilidad en estos sucesos, quizá podría salvar su imagen si actúa con inteligencia política y aplica la ley a los responsables directos de los homicidios del domingo. Inteligencia política destituyendo a su secretario de Educación y la ley a los que ordenaron el avance de policías armados y dispararon contra la población.