Por Víctor M. Toledo | La Jornada
12 de mayo de 2015.-El mundo moderno está en crisis y es necesario reinventarlo. Para salir del túnel, es necesaria una transformación profunda, una mutación civilizatoria. Pero como afirmó A. Einstein, no podemos crear un nuevo orden utilizando el mismo modo de pensamiento con el que fue construido el que deseamos remplazar. E. Leff, por su parte, insiste en que la crisis es antes que todo una crisis del conocimiento, y B. de Sousa Santos afirma que la comprensión del mundo excede en mucho a la comprensión europea del mundo (ver), que es como decir la comprensión científica normal de la realidad.
Ubicados en una nueva perspectiva, podemos pasar a mirar las vías de las que disponemos para transformar la sociedad. Es lugar común pensar y creer que sólo disponemos de dos maneras de cambiar los modos societarios: por tiros o por votos. La vía violenta o la vía electoral. Revolución o democracia. Hoy, la vía de la violencia para transformar ha alcanzado quizás su máximo nivel de inviabilidad en la historia. Frente al gigantesco poder técnico militar de las élites, cualquier revolución no solamente es contenida y aniquilada, sino algo peor. Como si fuera el divertimento de un gato con su ratón, las revoluciones sirven para poner a prueba todo el caudal de nuevas armas altamente sofisticadas que día con día se producen. Sólo las 10 principales corporaciones que fabrican armas en el mundo facturan anualmente miles de millones de dólares y crean cientos de nuevos instrumentos de destrucción creadas por miles de científicos e ingenieros (ver los anuarios del Instituto de Investigación de la Paz de Estocolmo, Sipri). Hoy se puede derrotar una revolución de manera quirúrgica y a distancia, haciendo uso de instrumentos novedosos como la tecnología satelital, las armas biológicas y químicas, la geomática, la robótica y los aviones no tripulados ( drones). Los revolucionarios se han vuelto conejillos para experimentar las nuevas armas diseñadas con tecnologías de punta, a partir de la llamada teoría de la guerra de cuarta generación.
Por su parte la vía electoral se ha ido convirtiendo, lenta e inexorablemente, en un mecanismo inútil, en un espectáculo inservible, en una vía de legitimación del orden actual. En este caso los partidos políticos y los gobiernos del mundo han sido cooptados por el capital corporativo y la política institucional ha quedado al servicio de los intereses mercantiles. La lista de casos de corrupción política y corporativa es descomunal. El desprestigio y descrédito de la democracia electoral o representativa es de tal magnitud, que es urgente y necesario sustituirla por formas directas, participativas y de pequeña escala. Ello supone una reconceptualización de la idea dominante de democracia y una re-formulación jurídica, para crear nuevos mecanismos, fórmulas e instituciones de un nuevo modelo de gobernanza.
¿Indica todo esto que la crítica situación que vivimos y sufrimos es inevitable? ¿Estamos ante un congelamiento del cambio social? ¿Nos dirigimos acaso hacia una sociedad totalitaria de escala global, bajo la piel de la democracia? ¿O algo peor, estamos siendo conducidos al colapso y el fin de la especie? Como he estado insistiendo, sostenemos la tesis de que existe ya, que se está construyendo, en ciertos entramados sociales del mundo una tercera opción, que de manera sigilosa, con pies de paloma (Nietzsche) y en silencio, se ha ido extendiendo y multiplicando. Se trata de un proceso doble de emancipación, ecológica y social, que tiene lugar en territorios pequeños pero concretos, donde se pone en práctica una democracia de alta intensidad. Este fenómeno que frente a la desilusión y el desaliento que generan las múltiples crisis ha pasado inadvertido, contiene atributos, valores y fortalezas de enorme importancia y se encuentra más extendido, consolidado y reproducido de lo que parece. Orgánico, surge arropado de principios y valores como la cooperación, la pequeña escala, los acuerdos colectivos y cara a cara, la elección directa, la organización en redes, la comunicación recíproca, y especialmente en franca sintonía con las fuerzas de la naturaleza, a la que se considera la principal aliada. Se trata de una forma inédita de cambio social, que se construye paso a paso en comunidades, regiones, municipios, barrios de ciudades, y aún en edificios. Ahí los individuos y las familias descubren que existe el poder social o ciudadano. Está tercera opción es una respuesta orgánica de mera supervivencia que los ciudadanos construyen desde abajo. Ya no es la democracia, sino una nueva demoelefthería (libertad ciudadana) (ver Alonso-Reynoso, C. y J. Alonso-Sánchez, 2015, Universidad de Guadalajara).
México es un fascinante laboratorio de todo lo anterior. En el país llevamos al menos tres décadas ensayando esta vía. Quienes abrieron el camino fueron sin duda los pueblos indígenas de Chiapas con sus caracoles neozapatistas, además de las experiencias agroecológicas en al menos otras 12 regiones (lo que he llamado el otro zapatismo). Hoy en esa tesitura están (en plena tensión con el sistema) las policías comunitarias de Guerrero, las autodefensas de Michoacán y nuevos enclaves en resistencia, como el municipio de Cuetzalan y otras 80 comunidades de Puebla, decenas de ejidos y comunidades en Morelos, la Sierra Norte y el Istmo en Oaxaca, Cherán y las comunidades que les siguen en Michoacán, el DF rural, y varias regiones de Tlaxcala y las Huastecas. Conforme las experiencias regionales se vayan consolidando y luego concatenando, los territorios liberados irán gradualmente incrementándose. Y este proceso antisistémico irá creando (ya lo hace) nuevas maneras de producir, circular y consumir, y de crear seguridad, paz, educación y cultura. En México habrá sorpresas.