La organización social de la humanidad anterior al aparición de la agricultura nos informa sobre el contexto en el que evolucionó nuestra especie durante decenas de miles de años. Ahora bien, la misma se distingue de la de los primates por la colaboración más intensa entre los individuos, que permitió el desarrollo de una «cultura acumulativa». Los investigadores han mostrado por qué la igualdad de sexos podría explicar esta propensión a asociar un número más elevado de individuos provenientes de grupos diferentes (M. Dyble et al., «Sex equality can explain the unique social structure of hunter-gatherer bands«, Science, 15 de mayo de 2015)
El estudio de las sociedades de cazadores-recolectores muestra que existe una colaboración sistemática entre individuos que no pertenecen al mismo grupo: «La importancia de estas actividades cooperativas se expresa en el seno de muchas sociedades de cazadores-recolectores debido a una ética igualitaria omnipresente».
Lazos extra-familiares
En efecto, las sociedades humanas primitivas, como la de los primates, viven en pequeños grupos de varias familias, estructurados por vínculos de pareja bastante estables. Pero al contrario que en las sociedades de los chimpancés, de los bonobos (chimpancé del Congo) y de los gorilas, relativamente cerradas y vinculadas a un territorio, las sociedades humanas tejen relaciones más fluidas, en las que cada familia goza de cierta autonomía para circular entre diferentes grupos, especialmente el del padre y de la madre. Sobre todo, parecen más móviles y capaces de asociar un número más elevado de individuos no emparentados.
¿Por qué razón las sociedades humanas de cazadores-recolectores asocian un número notablemente más elevado de miembros sin parentesco? Según explican los autores del estudio citado, porque los hombres y las mujeres disponen de una influencia similar en la formación de los grupos. En ese sentido, las simulaciones y observaciones empíricas concuerdan en un punto: cuanto más individuos emparejados de ambos sexos tienen capacidad de decidir vivir en el grupo del hombre o de la mujer en pie de igualdad, estos colectivos cuentan con más individuos sin parentesco.
Renunciando a la organización social fuertemente jerarquizada, basada en la dominación masculina y en la dispersión de las mujeres, los primeros seres humanos habrían optado por un sistema más igualitaria que sus predecesores. A su vez, es este contexto el que favoreció «la selección de las redes sociales extensas, de una cultura acumulativa y de la cooperación entre individuos no emparentados».
Igualdad y adaptación
La observación de numerosas sociedades contemporáneas de cazadores-recolectores (los Aché de Paraguay, los Agta de Filipinas, los Ju/’hoansi de Botsuana, de Namibia y Angola, y los Mbendjele de la República del Congo) muestran que en esas sociedades las mujeres vivían en grupos que contaban con un número equivalente de personas emparentadas que los hombres. Esto significa, de forma clara, que el número de hombres que se establecen en el grupo de su compañera es comparable al de las mujeres en el de su compañero.
En función de esta importante mezcla, en el seno de cada uno de estos colectivos la mitad de las parejas no tienen casi ningún, e incluso ningún, vínculo familiar. En comparación con ello, las sociedades agrícolas primitivas que vivían en «pueblos» de un tamaño comparable -por ej. los Paranan (Filipinas)- cuentaban con muchos más hombres que mujeres emparentadas porque éstas últimas se establecían mucho más a menudo en el grupo de su compañeros masculinos que la inversa. En consecuencia, estas sociedades agrícolas se caracterizan globalmente por una proporción ampliamente superior de individuos emparentados.
Sin embargo, cuando la opción es posible, la investigación muestra que entre los cazadores-recolectores, las parejas se relacionan preferentemente entre parientes próximos. Por lo tanto, el número elevado de parejas no emparentadas no es fruto de «preferencias personales» sino de una lógica adaptativa. Efectivamente, los autores del estudio citado defienden que el tamaño del cerebro humano, superior al de los primates, conduce a una maduración más lenta de los niños, que exige un cuidado mucho más intenso y prolongado por parte de sus padres.
Pareja cooperativa
Es esta particularidad la que debió imponer al padre y a la madre una cooperación a largo plazo. Por lo tanto, en las sociedades de cazadores-recolectores, la monogamia constituye la regla, los hombres cesan de reproducirse relativamente pronto, y la pareja opta por vincularse al grupo del hombre o de la mujer en función de los apoyos que éstos pueden ofrecerles, sobre todo en función de la presencia de las abuelas, que parecen haber jugado un rol importante en el aprovisionamiento.
Al mismo tiempo, la igualdad de sexos y la elevada proporción de individuos no emparentados en el seno de grupos también tuvo importantes consecuencias para el conjunto de la especie, determinando«un entorno favorable a la evolución de la cooperación intensiva y de la sociabilidad. La igualdad sexual, concluye el citado estudio, sugiera un escenario en el que la cooperación entre los individuos no emparentados se puede desarrollar en ausencia de la acumulación de riquezas, de reproducción de desigualdades y de conflictos entre grupos. Las parejas, desplazándose libremente entre grupos y compartiendo intereses con sus parientes y próximos serían capaces de mantener la cooperación sin necesidad de un sistema más complejo (…) En fin, este sistema social podría haber permitido a los cazadores-recolectores extender sus redes sociales, permitiéndoles así responder mejor a los riesgos del entorno y promover el intercambio de información necesario para una cultura acumulativa».
La controversia se reactiva
Recordemos que para Darwin la pareja se basaba en lo que Helen Fisher llamó «el contrato sexual»/1: el hombre debía suministrar a su compañera los recursos y la protección necesarias para criar sus hijos durante largos años a cambio de sus servicios sexuales y, también, de su fidelidad, que constituía la garantía, en última instancia, de la paternidad de su conyugue. Ahora bien, una serie de investigaciones empíricas recientes invalidan esta visión caricaturesca de las cosas poniendo en evidencia otras formas de relaciones sociales de sexo entre los cazadores-recolectores.
¿Restablecerá la investigación científica contemporánea cierto vigencia a las tesis de Morgan (Ancient Society, 1877), retomadas por Marx y Engels, sobre la igualdad de los sexos en el marco de las sociedades primitivas que, sin embargo, fueron fuertemente puestas en cuestión por los antropólogos del siglo XX? El estudio que traemos a colación se inscribe en la estela de una corriente de investigación significativa ilustrada, en particular, por Richard Lee. Por ejemplo, el describe el «igualitarismo feroz»/2 de los cazadores-recolectores, que mantienen constante mediante un sistema de «dominación invertida»/3gracias al cual el grupo trabaja en común para combatir toda tendencia individual a la dominación.
Hoy en días, lejos de estar definitivamente abandonados, los esfuerzos para comprender mejor la articulación entre los orígenes de la dominación masculina y el de las desigualdades de clase, con el desarrollo del pastoreo y de la agricultura, parecen tener un futuro prometedor.
Regenerción Jean Batou
Traducción: VIENTO SUR