Las autoridades no tienen idea clara de los tiempos y todavía prefieren la vía de la amenaza y represión que la vía civilizada del diálogo y la negociación.
Por Víctor Flores Olea
Si fuera el caso, debíamos estudiar los empecinamientos de los gobiernos que han estado en el origen de grandes conflictos populares o, lo que es lo mismo, que han originado enfrentamientos muy graves que eventualmente se precipitan en tragedias y en inútiles pérdidas de vida humanas.
Entre la infinidad de tragedias que ahora vive el país, la negativa a la negociación entre el gobierno y los maestros ya cobró sus primeras víctimas. Aunque en realidad las víctimas han aparecido desde hace tiempo y de muchas formas, entre la manera de tiempo escolar perdido, de enfrentamientos sangrientos en varios lugares de la República, de caos en la circulación del abundante tráfico nacional, etc., etc., que por cierto unos han utilizado como medio de presión eficacísimo, otros como argumento central en contra de la barbarie de la CNC,, que desquician al país hasta el grado del desabasto en gran número de regiones y ciudades.
El bloqueo de las carreteras ha sido el más eficaz instrumento de presión del gobierno, aunque este ha dado ya las primeras advertencias en el sentido de tolerancia cero respecto de los mismos bloqueos.
Es decir, parece que estamos llegando a un punto límite extremo que, según palabras de muy altos funcionarios abrirá el paso a una represión mucho más amplia y sistemática que en días pasados. Para muchos, esas balas y esos golpes sonarán como música de exequias para el sexenio de Peña Nieto.
¿Cómo podrá reponerse si ahora mismo sufre una disminución radical sobre su popularidad? Lo más notable del caso es que muchos de sus funcionarios allegados, aunque no lo declaren en voz alta, tienen esta misma sensación de fin de fiesta.
Por supuesto que no es sencillo modificar ciertos aspectos de la Constitución de la República, pero tampoco es imposible, que no nos engañen, con voluntad política de la mayoría de los partidos y evidentemente del poder ejecutivo, tal sería una opción abierta, y probablemente la más conveniente a estas alturas. La ceguera política, sin embargo, puede ser muy grave y llegar hasta el punto mismo del suicidio, lo cual sería muy lamentable para todos.
Porque en definitiva se trataría de discutir algunos aspectos de la “Reforma”, que en definitiva pudieran mejorarla y hacerla más sólida, justa y equitativa. ¿O nadie, entre esa legión de maestros que ahora se portan tan mal, no hay quien tenga alguna idea fructífera que pueda consolidar a la Constitución en materia educativa? ¿El egocentrismo de los más altos funcionarios ha llegado a ese punto de enfermedad y solipsismo? Ojalá puedan iluminarse y reconocer que, entre todos, con base en el diálogo, puede construirse algo más sólido. ¿Será tiempo aun, o ya no tiene remedio?
El hecho es que en este aspecto se juega por supuesto la calidad de la reforma educativa (y el sexenio de Peña Nieto), pero además algo más importante: la atmósfera democrática, o el entorno de un sistema democrático, que es más importante que todo en el aspecto educativo.
Por desgracia nuestras autoridades no entienden, o no valoran en su justo término, lo que está en juego en el país, lo cual es un desastre para las actuales y para las futuras generaciones. Si a esto añadimos que los ataques a los oposicionistas a la reforma educativa están plagados de violaciones a los derechos humanos y de flagrantes atropellos a la ley, nos encontramos inmersos en un medio en que las normas no cuentan ni es relevante la opinión de decenas o centenares de miles de ciudadanos, que deben someterse incluso por la fuerza bruta al mandato de las autoridades, sin que se acepte un mínimo intercambio de experiencias y opiniones. Los nubarrones que se han extendido ya sobre el país son demasiado peligrosos.
Hasta el punto que muchos compatriotas hablan ya de un país en el que se le han ido entregando a las fuerzas militares de todo tipo, bajita la mano, los más importantes poderes y facultades públicos, hasta el punto en que comienza a hablarse de un inicio de Estado militarizado que irá afianzándose y creciendo hasta cobrar propia y plenamente las características de tal Estado. Me parece que entonces nuestra situación es de extrema gravedad y que merece todas nuestras preocupaciones.
Por estas y muchas otras razones extremadamente válidas, el gobierno debiera dar un viraje serio y presentar otra cara, precisamente de corte democrático y abierto al diálogo, y no como han dicho algunos funcionarios, que el tiempo se agota y deben quedar atrás las protestas de los maestros, en una referencia más que directa a la represión para el caso de que los docentes incumplan con las órdenes de la autoridad.
Deseo repetirlo: las autoridades parecen gente sin ninguna idea clara de los tiempos que vivimos y todavía prefieren irse por la vía de la amenaza y la represión que por la vía civilizada del diálogo y la negociación.
La diferencia es abismal; entre un gobierno represor y otro que no sólo autoriza el diálogo sino que es capaz de sacarle todo el provecho posible, que no es poco. No, se equivocan las autoridades: lo que está en juego no es solamente la educación pública en México, sino el futuro mismo de la nación, como civilizada y democrática, o como represora y violenta en la que domina la barbarie, y esto es lo más importante de todo, porque la barbarie y la represión no tienen límites hacia abajo, hacia honduras cada vez más profundos y peligrosos, cuya tragedia no podremos evitar ni ocultar. ¿Podremos aun evitarlo?