Por Víctor Flores Olea
Los novísimos anarquistas ocupan ya las primeras planas de los periódicos y de los editoriales. Pero, ¿quiénes son y de dónde surgieron? Esto parece ser un misterio sin aproximaciones. No son desde luego los maestros de la CNTE, porque ellos han realizado un sinfín de marchas sin que se hayan presentado los brutales enfrentamientos y ataques a las policías (y a la ciudadanía) que ahora hemos tenido la oportunidad de apreciar en películas y fotografías. No son tampoco los estudiantes que convocaron a la conmemoración del sangriento 2 de octubre de 1968. No son tampoco jóvenes radicales que salen de los planteles universitarios, desde luego salvo excepciones y contaminaciones tal vez inevitables.
Desde el 1º de diciembre último, en que aparentemente hicieron su primera aparición en los extremos que ahora conocemos, pero que han seguido manifestándose, si es posible, con creciente violencia, sobre todo en actos de claro contenido político, con una doble vertiente que resulta necesario mencionar. Primero, su objetivo primordial parecería ser el de golpear a los policías, herirlos gravemente, si es el caso. Porque no sólo se trata de piedras o tubos, sino de bombas molotov y de otros instrumentos lanzallamas (cohetones, etcétera). Naturalmente, esta agresividad fomenta la acción inadmisible de los guardianes del orden que, por más instrucciones que tengan en el sentido de contenerse, la cuestión resulta muy relativa porque su disciplina y comportamiento consiste en impedir que se ejerza sobre ellos una agresión (o en devolverla eventualmente multiplicada, aun en contra de manifestantes absolutamente pacíficos) Esto explicaría en buna medida los espectáculos callejeros que hemos presenciado angustiados e indignados en los últimos días.
Hay cuando menos dos cuestiones adicionales que llaman a la reflexión. El hecho de que, hasta el momento, ninguna fuerza política organizada se haya declarado matriz o patrón de estos nuevos anarquistas. Lo cual resulta sin duda muy extraño, porque ante su éxito desquiciador sería elemental que alguna mínima organización se decidiera ya a atribuirse el suceso. Por otro lado, el que haya sido publicado muy recientemente en la red, de hecho un par de días antes a la marcha conmemorativa del 2 de octubre, una especie de prontuario amplio de cómo atacar a la policía en las manifestaciones, nos hace pensar inevitablemente que estos anarquistas no son tan espontáneos como pudiera parecer a primera vista, sino organizados y con recursos bastantes.
Desde luego uno de sus objetivos parece logrado: desquiciar la protesta e inhibir en algún grado la participación ciudadana en muchas de las manifestaciones públicas críticas más importantes. Porque el hecho de que la oposición callejera a las medidas de cambio estructural que ha presentado Peña Nieto se haya multiplicado hasta este grado, en número y variedad de grupos sociales críticos, ofrece un espectáculo caótico que muchos, justamente, consideran inadmisible. Oposición desde luego a la reforma educativa, pero también a los cambios fiscales. Y, desde luego, a la reforma energética que ha hecho aparecer con muy sólidas razones como entreguista e inoperante. (En las manifestaciones críticas a la reforma energética, convocadas mayormente por el Movimiento Regeneración Nacional, no se han presentado estos desorganizadores y provocadores entrenados y con recursos.) El hecho es que las llamadas reformas estructurales de Enrique Peña Nieto, por distintos motivos, han sido ya consideradas inaceptables por una amplísima gama social opositora, incluso al ofrecer el espectáculo violento y caótico a que nos hemos referido.
El conjunto sugiere, naturalmente, una incapacidad política extrema por el equipo de Peña Nieto, que se ha lanzado a las reformas sin la debida preparación política y casi casi por primera vez en el país dando lugar, por los más distintos motivos, a una oposición en que se unen las derechas y las izquierdas (reforma fiscal-reforma energética) en una crítica cerrada al gobierno. Dando la impresión, para no ir más lejos ahora, de una tremenda incompetencia política de los responsables, empezando por el propio jefe del Ejecutivo. Todos en contra parece ser la divisa más extendida hoy entre la ciudadanía, entre los más diferentes grupos sociales y por los más diversos motivos (de derecha e izquierda).
Una cuestión que parece casi increíble es que después de casi un año (diciembre de 1912) de eventos similares, y de esta última semana violenta, con aprehensiones de algunos de estos llamados anaquistas, las autoridades no parecen tener todavía la más remota idea de su origen e identidad (a las manifestaciones en la ciudad habría que añadir la participación nefasta de estos mismos personajes encapuchados en eventos universitarios, como “ tomas de la rectoría” de la UNAM, etcétera.
El hecho es que su acción inhibitoria o desalentadora ha tenido ya algunas consecuencias objetivas de la mayor gravedad, como la iniciativa del PAN para reglamentar las marchas, que resulta objetivamente otra provocación sin nombre en la medida en que cancela algunos derechos fundamentales de la ciudadanía, como son las libertades de reunión y de expresión libre de las ideas, que se verían afectadas por esa ley reglamentaria y que uniría en rechazo, seguramente con violencia acrecentada, otra vez a los más distintos grupos políticos y sociales, de la izquierda desde luego pero también de una derecha digamos ilustrada. Esa presunta ley, aumentaría sin lugar a dudas la violencia y la provocación ampliaría temerariamente su radio de acción.
Pero, ¿de quiénes se trata? ¿Resulta que son grupos que tienen su origen desorganizador en el propio gobierno, como tantas otras veces ha ocurrido, o resulta que son grupúsculos organizados que tienen otro origen? ¿Por ejemplo, de grupos políticos que los patrocinan y que tendrían como objetivo primero la desestabilización del régimen de Peña Nieto o que simplemente se proponen el desprestigio de la izquierda y de sus reclamos? Pienso que hoy resulta de la mayor urgencia y de una prioridad política incontestable desentrañar cuanto antes el misterio.
El hecho es que a los ojos de muchos ciudadanos ambos objetivos parecen cumplidos en buena medida. No la desestabilización, pero sí una confrontación muy aguda, y muchas veces justificada, desde demasiados ángulos del espectro político, a sus proyectos de reforma. Lo dicho, en el sexenio político el desbarajuste mayor parece haberse gestado precisamente en su entraña política