Cuanto mayor sea, más se consolida el nuevo orden postsocialdemócrata pensado mucho antes de la crisis y que ahora la derecha quiere imponer y consolidar durante las próximas décadas. El nuevo orden es un paraíso para el capital financiero, un purgatorio (ahora sin bendición eclesial) para el capital productivo y un infierno para la inmensa mayoría de los ciudadanos, la catástrofe de las expectativas de vida que hasta ahora parecían razonables y merecidas. La catástrofe está siendo administrada en dosis supuestamente homeopáticas para que la parálisis de las alternativas dure más tiempo (hoy, un recorte, mañana un aumento del precio del agua y la energía, pasado mañana, el cierre de un servicio). ¿Qué se puede hacer para reducir este tiempo?
1. Saber hacia dónde vamos. Está en marcha el fin la convergencia. El plan A de la política de rescate en curso (PREC) consiste en crear las condiciones para que los países con dificultades regresen a la «normalidad de los mercados”. Esto sólo es posible a costa de más reducciones salariales, más recortes en el gasto público y la sujeción de estos países a una disciplina no negociada que compromete y vacía su soberanía. Se consolida, así, la dualidad entre países desarrollados y países menos desarrollados en el interior de Europa. Portugal, Grecia, Irlanda y (¿quizá?) España serán el México de Europa. Si no queremos esta Europa, es urgente lucha para que esto no siga ocurriendo.
2. El PREC sólo puede producir dos resultados: más PREC o la expulsión del euro. Los informes y blogs sobre fondos financieros prevén (saben, porque son ellos los que realizan las previsiones) que, como en Grecia, al primer rescate le sigue un segundo con más restricciones, más austeridad y alguna reestructuración de la deuda de los acreedores. Esta significa que Portugal podría estar bajo tutela unos cuantos años más (¿hasta 2018?) y, en caso de ser así, una generación entera habría vivido bajo un régimen colonial disfrazado de democracia, pero controlado, en la práctica, por una empresa majestuosa, Goldman Sachs.
Si, no obstante, el plan A no funciona, está el plan B: la expulsión del euro o una solución que produzca el mismo efecto. Es algo de lo que ya se habla para Grecia. Si el plan A es devastador para nuestras aspiraciones de país europeo, la expulsión del euro no lo sería menos debido a las condiciones en las que se produciría, después de que el PREC haya destruido nuestra base económica (que hasta hace poco daba señales de un cambio cualitativo de especialización productiva), haya despedazado nuestra riqueza, nuestros ahorros, nuestro oro. Admitamos que el Partido Socialista (PS) se sintiera prisionero del PREC 1, pero no es admisible que no se declare contrario a cualquier PREC 2 ó 3. Esta es su oportunidad para desvincularse de herencias espurias y comenzar a construir una alternativa.
3. Desobediencia dentro del euro. Parece increíble que, a pesar de todo esto, tenga que encontrarse una solución no catastrófica para nuestro país a escala europea. Pero debe ser así, aunque para ello sean necesarias dos condiciones muy exigentes. La primera son actores políticos que exploren todas las brechas del sistema. El derecho internacional general y la gran mayoría de los tratados internacionales prevén cláusulas de derogación en caso de emergencia nacional. Esta derogación puede implicar el control temporal de capitales e importaciones, así como la moratoria en servicio de la deuda. ¿Puede esta desobediencia por parte de un pequeño país ser castigada con la expulsión inmediata? Todo depende de las alianzas que entretanto se fueran forjando. Tres cosas son ciertas: quien expulsa no deja de correr grandes riesgos; alguien tendrá que desobedecer y alguien tendrá que ser el primero; es impensable que el eje París-Berlín siga siendo el único en la Unión Europea y que no sea posible crear alianzas entre otros países, entre ellos, mañana, la propia Francia.
La segunda condición tiene que ver con el sistema político europeo. Las propuestas que impliquen a Europa en su conjunto deben formularse a una escala política que las haga creíbles. Como se ha visto, esta escala no puede ser la nacional. Hay, por tanto, que refundar el sistema político europeo con la creación de una circunscripción electoral europea única y de listas transnacionales de las que surjan los nuevos dirigentes de una Europa verdaderamente democrática. Dentro o fuera del euro, por elección o imposición, habrá desobediencia; el problema es saber qué nivel de desastre alcanzará.