«Chávez, cuenta conmigo, cuenta con el PT, cuenta con la solidaridad y apoyo de cada militante de izquierda, de cada demócrata, de cada latinoamericano. Tu victoria será nuestra victoria».
Luis Ignacio Lula Da Silva
Luis Ignacio Lula Da Silva
«Tu victoria también es la nuestra. La de América del Sur y el Caribe…».
Cristina Fernández de Kirchner
«La lucha por la libertad, la igualdad y la fraternidad es larga, camaradas, y el escenario de la lucha estará cada vez más dentro de la misma familia mundial de las fuerzas antisistémicas».
Immanuel Wallerstein
Por Daniel Tovar H.
I
Para la izquierda en México, la derrota sufrida el pasado julio fue profundamente dolorosa. No solamente por el resultado de la elección, sino sobre todo por el contexto que la rodeó. Nos carcomió hasta lo más profundo saber que los medios de comunicación parciales, las instituciones corruptas y, en general, todo el aparato del sistema que ha envilecido al país durante las últimas tres décadas sigue siendo, por ahora, más fuerte que nosotros.
La pobreza, el conservadurismo y la ignorancia de nuestro pueblo, a la par de la voracidad de las élites, permanecen como aspectos dominantes: condiciones sine qua non para el triunfo del neoliberalismo rapaz y de la reacción que no permitirá ningún avance democrático que implique poner en riesgo un ápice de sus fortunas y poderío.
Pero a pesar de todo, seguimos creyendo que es posible transformar nuestra realidad, que más temprano que tarde podremos atestiguar la realización plena de nuestra causa.
II
Desde hace años los movimientos altermundistas, las resistencias en el planeta y las organizaciones de izquierda, hemos erigido sin vacilación una premisa: la lucha por la emancipación de los pueblos es de carácter global.
Si el neoliberalismo es una fase, una cara histórica del capitalismo mundial que se sostiene sobre la lógica de la acumulación y explotación de los trabajadores, de los condenados de la tierra; los proyectos políticos, sociales y culturales que luchan por la liberación de los individuos, de las sociedades y de la tierra-toda, han de ser también una red global de solidaridades, de esperanzas. Máxime si se habla desde la periferia, desde la América Latina, Nuestra América.
Al contrario de lo que han sostenido los ideólogos del capital, nuestra lucha no niega la globalización, antes bien la reafirma, la reinventa. Como sostiene Armando Bartra:
«…la globalización plebeya de la resistencia y de la propuesta no está peleada con la globalidad en general, sino con la chipotuda y dispareja mundialización realmente existente; no es, en rigor, globalifóbica sino globalicrítica» (Armando Bartra, El hombre de hierro; límites sociales y naturales del capital, Itaca, UAM-UACM, México, 2008, p.30)
Abogamos pues por una globalización de nuevo tipo, una «mundialización», a decir de Víctor Flores Olea:
«…precisamente democrática, en la que la política, la economía, la cultura y la revolución tecnológica se “reinserten” nuevamente en la sociedad, a fin de que ésta (y el ser humano en general, la población del mundo) logren una vida de mayor igualdad y bienestar» (Víctor Flores Olea, Tiempos de abandono y esperanza, Siglo XXI, CEIICH-UNAM, México, 2004, p. 128).
Lo nuestro se trata de una lucha por la construcción de otro mundo, uno en donde la búsqueda de la justicia sea la directriz de toda política. Una batalla que pasa inevitablemente por el resquebrajamiento de un sistema que nos excluye, nos invisibiliza, nos niega y en la que cada posición ganada, en cualquier parte del planeta, se torna fundamental.
III
La reciente victoria electoral de la Revolución bolivariana -ese proceso complejísimo, contradictorio, riquísimo en experiencias, digno de ser analizado crítica, detenida y sabiamente-, representa no la perfección sobre la tierra ni la infalibilidad hecha gobierno, sino un paso más, estratégico sin duda, para la construcción de una fuerza regional e internacional que permita ir avanzando en la elaboración de alternativas y ayude al fortalecimiento de lo que Boaventura de Sousa Santos ha llamado «cosmopolitismo subalterno», y que ha definido como:
«…el conjunto extenso de redes, iniciativas, organizaciones y movimientos que luchan contra la exclusión económica, social, política y cultural generada por la encarnación más reciente del capitalismo global» (Boaventura de Sousa Santos, Para descolonizar Occidente. Más allá del pensamiento abismal, Prometeo Libros-CLACSO, Buenos Aires, 2010, p. 30).
Sin embargo, no se trata de una construcción exclusivamente organizativa, institucional, material. Es también una edificación simbólica, inmaterial, de los afectos y de las emociones.
Aunque lo sucedido este 7 de octubre es una victoria social, de política-real, un triunfo de «fuerzas materiales sobre fuerzas materiales», es sobre todo una victoria del «ideal»: por la Revolución bolivariana sabemos que todavía es posible andar por senderos distintos, que, a pesar de todo y contra todo, es posible transitar más allá de la ruta dominante, «del camino trillado de siempre».
Así como innumerables veces nos hemos apropiado de las causas de los otros, asumiéndolas como nuestras –porque de hecho lo son-, así como hemos llorado con los que lloran, es momento, una vez más, de alegrarnos con los que se alegran, de apropiarnos de la victoria de la causa y de celebrarla como si fuera nuestra –porque de hecho lo es.
Captar el capital simbólico que desata el acontecimiento propiciado por los victoriosos otrora excluidos es un ejercicio indispensable para seguir re-inventando el mundo y enarbolar solidaridades entre los pueblos, pero también para reactualizar las propias esperanzas y utopías.
Alegrarnos por un triunfo más de la Revolución bolivariana y la democracia participativa en nuestro continente no es entonces un acto de fanatismo ni de ingenuo idealismo. Antes bien, implica la puesta en marcha de los afectos a partir de la asimilación de un hecho concreto para la apertura del presente hacia un por-venir aparentemente clausurado. La alegría, la esperanza y la solidaridad que re-surgen son elementos esenciales que nos ayudan a fortalecer el carácter subjetivo de los procesos, en especial en contextos nacionales como el mexicano o el chileno, en el que las glorias zurdas son escazas y el gozo político nos llega a cuentagotas.
IV
A pesar de que lo sucedido en México es causa de tristeza, de lamento, la izquierda militante y los que luchamos por la transformación del país tenemos razones para alegrarnos y reanimar nuestra causa. En otras latitudes se avanza en la dirección necesaria y aunque los procesos en América Latina parezcan lejanos, ajenos, están más próximos de lo que imaginamos. En este sentido podemos decir sin empacho que la victoria de Chávez es también la nuestra.
Sólo una visión histórica y global de las luchas sociales, acompañada de una ética inquebrantable, nos permitirá continuar con éxito el pedregoso camino que hemos decidido andar y nos permitirá concluir, como lo hiciera Deleuze en su lectura de Spinoza, que: «…sólo la alegría vale, sólo la alegría subsiste en la acción» (Gilles Deleuze, Spinoza: Filosofía práctica, Tusquets, Barcelona, 2009, p. 39).
* Daniel Tovar Herrera. (Ciudad de México, 1989). Internacionalista por la UNAM. Militante del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA)
Fotografías: critica.com.pa y elheraldo.hn
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