hace seis años, un 15 de septiembre como hoy, detonó la peor crisis financiera que ha vivido el mundo desde la Gran Depresión del siglo pasado. El sueño neoliberal que se había entronizado como pensamiento único se derrumbó ante nuestros ojos haciendo evidente la debilidad del capitalismo, la fragilidad de las relaciones construidas sobre el espejismo de la ganancia obtenida a cualquier precio. Los efectos de la explosión de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos se desplazaron como las plagas míticas destruyéndolo todo a su paso, con lo cual se vino a desmentir la naturaleza misma de la globalización. Las grandes economías, en particular Estados Unidos y Europa, adoptaron medidas de emergencia, subrayando en más o en menos una óptica defensiva y conservadora, dictada por los grandes intereses representados por las derechas. En contraste, aparecieron voces críticas en todos los circuitos, así como reflexiones académicas cuestionando la
sabiduría convencionalinstalada en los cuartos de mando de la economía real y, lo más trascendente, se desplegaron movilizaciones ciudadanas exigiendo un profundo cambio de ruta, capaz de poner por delante una agenda construida a la altura de las necesidades humanas por encima de los productos financieros. El saldo de esos días fue el reconocimiento universal de la desigualdad como un componente indeseable de toda verdadera solución de la crisis. Y sus efectos llegaron más lejos, pues la sacudida se hizo sentir a través de inesperados impulsos democráticos, como ocurrió con la frustrada primavera árabe. Pero las maniobras de los grandes poderes para controlar la situación económica y restaurar el orden se propusieron no perjudicar al uno por ciento de la población que son los privilegiados del sistema, dejando la puerta abierta a una recaída cuyas consecuencias serían imprevisibles.
Sin embargo, como apunta Quintana,se logró evitar el desastre, pero no la crisis
, al punto de que ahora mismo vivimos bajo el fantasma de la recesión y la incertidumbre domina el escenario de la economía mundial.
Se olvida que ese panorama contamina la convivencia en general, agudizando aún más las ya de por sí graves expresiones de violencia y la irracionalidad que acompaña al orden internacional. En un balance del estado de la democracia formulado por el Grupo de Madrid, que incluye casi un centenar de figuras europeas, se establece con preocupación que la crisis económica que empezó en 2008 ha creado tensiones, particularmente en las democracias consolidadas, donde la asentada clase media está experimentando un drástico empeoramiento de su nivel de vida. Las expectativas de los ciudadanos se están viendo frustradas a tal ritmo que las instituciones comienzan a resquebrajarse
.
Sorprende que esta situación, presente y visible en el debate público europeo y estadunidense (recurrente afortunadamente entre los comentaristas económicos de La Jornada), no alcance el nivel ni el significado que debería entre los voceros oficiosos y oficiales del gobierno y los empresarios, siempre tan atentos para rechazar planteamientos como el de subir el salario mínimo, pero reacios a ver los problemas del país en una perspectiva que no sea la de la inmediatez de la relación con Estados Unidos. De hecho, abruma y desalienta que la cuestión se olvide incluso entre los legisladores y los partidos que se ufanan de mover a México
, más todavía cuando las dudas en torno a la aplicación de las reformas secundarias, sobre todo en materia energética, no se desvanecen ni con las escandalosa campañas mediáticas con que se pretende sustituir la deliberación democrática.
Ya va siendo hora de que las fuerzas políticas se comprometan no sólo a un ejercicio de realismo sino al mínimo esfuerzo de coherencia y honestidad para que en el esfuerzo de ir al mundo
la búsqueda de la integración no se reduzca a las fórmulas consabidas que implican sumisión y abandono de todo proyecto nacional, como lamentablemente está ocurriendo en nuestros días. ¡Viva la Independencia!
PD. El gobernador de Sonora conoce el valor del agua. Por eso la acapara y especula con ella. Es un depredador, como ha habido muchos en la historia de México. Lleva en su naturaleza el signo que lo identifica y, acaso por ello, lanza sus perros contra la tribu yaqui, a la que quiere despojar del agua, pese a las resoluciones legales que se lo impiden. Como no lo consigue, sigue la tradición de golpear a los representantes de la comunidad, cuyas voces no hacen sino recordarnos qué clase de país seguimos siendo, para vergüenza de todos.