Joaquín El Chapo Guzmán ha trasmutado en ícono de una industria que vende camisetas, gorras, afiches. Y vende bien, cada vez más. Sicólogos aseguran que la búsqueda de un ideal de reconocimiento ha cautivado principalmente a jóvenes, pero ya no sólo de barrios populares, sino de colonias de abolengo.
Por Alejandro Melgoza Rocha
Regeneración 14 de febrero del 2016.- El señor de las drogas más perseguido no sólo ha gateado a través de las coladeras ardientes de Sinaloa, también en las de Tepito… Eso les gusta creer en una de las calles más concurridas del barrio de la Ciudad de México, que tiene una cañería destapada. Los vendedores colocan cada fin de semana una llanta, un tubo y le pegan una cartulina blanca que advierte con plumón indeleble: “Por aquí se fugó El Chapo”. Los transeúntes pasan, se detienen, apuntan con el dedo índice y ríen. Parece un sitio turístico. Atrae miradas sin descanso.
A Alfonso Hernández no le sorprende porque transita en los intestinos de esa zona todo el año. Observa esa cañería cada que pasa por el cruce que hace esquina en Aztecas y Bartolomé de las Casas. Siempre tiene tipografía distinta, por ello supone que se “rolan” el turno para hacer el cartel. Se hizo una costumbre desde el pasado 8 de enero cuando el capo mexicano fue recapturado en sus feudos. Alfonso lo sabe bien pues es el cronista oficial que documenta los claroscuros, las aficiones, los ídolos y también las tendencias o modas reflejadas en productos.
“Aquí en el barrio es el chingón”, dice Luis Antonio, un cliente robusto que no duda ni un minuto en comprar la playera sublimada con el rostro del narcotraficante Joaquín Guzmán Loera y un fondo de cannabis. Entrega los 130 pesos de su costo, se la pone aunque le aprieta y posa para la lente con la frente en alto. Metros adelante está una camisa colgada de un gancho en el pasillo que reza: “Mejor me hubiera escondido en Tepito, ahí la policía no encuentra nada”. No son los únicos artículos, hay de todos los precios, calidades, pedidos especiales, diversos estratos sociales e incluso clientes extranjeros, en especial los estadounidenses.
Pero la historia de la chapomanía comercial inició hace más de una década, cuando el capo inauguró los escapes en su biografía. La industria tiene marcas independientes, ninguna a gran escala o conocida en las marcas convencionales. Los empresarios no se quieren meter en problemas. Sólo la hija del Chapo, Alejandrina Gisselle Guzmán Salazar, la registró legalmente en 2010. Las primeras fotos que aparecieron en playeras o pósters, fueron las tomadas en el penal de Puente Grande, Jalisco; después, como si fuese un magnate, se convirtió en protagonista de la portada de Forbes (2011), lo que aumentó las ventas; la siguiente catapulta fue la escena hollywoodense del túnel de escape en el Altiplano, Estado de México. A partir de ahí se onvirtió en el personaje más solicitado en los puestos de productos alusivos. Su recaptura el pasado 8 de enero y la polémica que despertó el caso Sean PennKate del Castillo, fue la cereza en el pastel. Las ventas no paran.
Del taller al mercado y a falta de héroes…
El cabezal de la impresora corre de derecha a izquierda durante dos minutos hasta que empieza a dar forma a un rostro serio con bigote que sujeta un arma larga. Es una impresión que se coloca en la playera y se presiona con una plancha caliente, como si fuera un molde de tatuaje de agua. Ese proceso lleva unos 30 segundos y una inversión de 62 pesos a las afueras de algunos talleres del Metro Chabacano. En cuestión de horas se imprimen cientos.
Ahí es donde el afamado Arnold —conocido así por los comerciantes—, un joven veinteañero de complexión delgada, maquila sus diseños cada semana, ya que es proveedor en Tepito. Su “lugar” se encuentra a la entrada de una vecindad con las paredes color amarillo claro, carcomido por los años y lleno de garrapateos de mensajitos y promesas de amor. En ese lugar grabaron la película Chin Chin el Teporocho (1976), dirigida por Gabriel Retes y basada en la nnovela del escritor mexicano Armando Ramírez, quien vive a unas cuadras de ahí.
Arnold tiene sus modelos colgados en unos tendederos, cuya hechura pasa por un proceso con un proveedor de telas y una costurera. “La azucena es la tela de enfrente y el algodón peinado la parte de adentro”. Los más visibles son los de capos reales o ficticios: el colombiano Pablo Escobar y el cubano Tony Montana (personaje protagonizado por Al Pacino en la película Scarface conocida en español como Cara cortada). Cada una cuesta 130 pesos. También hay pedidos al menudeo o mayoreo. Frente a los rostros de criminales y míticos salseros del Fania AllStars —entre ellos Héctor Lavoe, Tito Puente y Celia Cruz— hay un altar de canceles dorados que protegen a la Virgen de Guadalupe y a San Judas Tadeo.
Desde hace tres años comenzó en este giro cuya marca bautizó como Creating Magic. Sus diseños se basan en su lectura cotidiana de noticias por internet. Uno de los más vendidos hasta el momento, es donde aparecen múltiples portadas de conocida revista mexicana con fotos del Chapo Guzmán. “A la gente le gusta más lo real como Pablo Escobar, el el Seños de los Cielos (Amado Carrillo), El Chapo, Rafael Caro Quintero», dice Arnold rodeado de clientes que en su mayoría son jóvenes de 12 a 15 años, ancianos de 70 a 80; y en su menor medida mujeres que les atrae el físico del Chapo. «Se ve guapo», dicen.
«Te damos precio, hermano», le ofreta Arnorld a Luis Antonio, quien por primera ves se compra una playera del narcotraficante. «Creo que va por la tercera fuga, si no es que se lo llevan antes…», comenta al tiempo que se pone la playera y posa con larga sonrisa hacia la lente de la cámara sin soltar un «Es un chingón», para referirse al Chapo.
Expresiones como la anterior tienen «toda una psicología y sociología de las víctimas minoritarias y del perdedor», desde la perspectiva del doctor y psicoanalista Antonio Bello Quiroz, quien explica que por ello, este sujeto (El Chapo) que vivió un contexto de pobreza extrema y alcanzó «esta cumbre de éxito económico, se vuelve un ideal». «Los artículos se vuelvan un motivo de consumo, para quien busca de alguna manera parecerse a este personaje. Pero se vuelve un ideal por sus hazañas, digamos, básicamente como una heroicidad. Tenemos una sociedad carente de héroes y no importa bajo qué recursos legales e ilegales puedan venir».
Pero la admiración sin un contexto hacia Guzmán Loera tiende a «correr el riesgo de la imitación» entre los más jóvenes principalmente. El experto no quita el dedo del reglón en que los programas y series de televisión han contribuido mediante «exaltación de la figura del narcotraficante como una forma de tener un lugar en lo social. Porque al final lo que se pone como una divisa para poder valer socialmente es el éxito económico». Como ocurre en el barrio bravo donde la semana pasada llenaron de plomo a un adulto: 19 balazos.
El aroma es confuso en aquel sitio laberíntico: plástico quemado, mariguana y bistec asándose. Arnold se desocupa, no sin antes desearle cuerte a su comprador. Aquí en el barrio es una persona a la que se le admira.
«Desgraciadamente a lo que él se dedica es malo, pero la manera en que lo desarrollado lo ha llevado a donde está, es un icono como Jesús Malverde».
Sobre la calle Aztecas se hallan otros vendedores. Hay aparadores con playeras de la marca Yoner One, cuyo diseño más exitoso es el del capo sentado y vestido con traje negro como Vito Corleone —el conocido “Padrino” de la organización italiana que narra en su novela Mario Puzo— en tanto en su mano derecha sostiene un porro que está encendido. Cuando nos adentramos entre la jungla de puestos los rumores navegan de voz en voz, de local en local, sobre las nuevas confecciones, las ideas pegajosas, la mercadotecnia pirata. Una de ellas ya está en camino en las próximas semanas: “No era penal”.
Clases sociales, un mito
Cuando Guzmán Loera se fugó por un túnel desde su prisión en el Penal del Altiplano, en el Estado de México, en julio de 2015, la tienda Lucky Bastards, ubicada en la colonia Roma, anunció en su cuenta de Facebook que lanzaría un tiraje con el narcotraficante el lunes a las 12. Desconocían cuál sería el efecto entre sus compradores.
Aquel día llegó Fisk, el encargado de la tienda, divisó un tumulto de señoras formadas afuera del local. “¡Qué pedo!”, dijo para sus adentros. Todas eran madres de familia que habían sido enviadas por sus hijos adolescentes para comprar la playera. Abrió la puerta y después colocó varios bancos adentro de ese pequeño espacio, una boutique del rap. Eran alrededor de 20 personas arremolinadas, murmurando. Estaba atestado.
—Las playeras se van a retrasar —les dijo.
—¿Y no te las podemos apartar? —le respondieron.
—No, no se puede, mientras pueden ir a comer.
Ninguna se apartó de su lugar. Todas se quedaron sentadas esperando tres horas hasta que llegaron y las despachó. Conforme avanzaron los siete días de la semana, se agotaron. Las mandaban hacer y la gente se volvía a aglomerar afuera de la tienda. La señalaban con mirada curiosa. Otros ancianos se enojaban. Las reacciones eran diversas, pero en su mayoría de aceptación. Pensaron que sería cuestión de días, pero no fue así.
Fisk, un joven con gorra de rapero y chamarra verde con dibujos de
palmeras, nos cuenta emocionado que “sólo pelaban las del Chapo. De ahí en adelante al menos diario se vendía una. “Todos los días eran Chapo, Chapo, Chapo…”. De pronto un cliente le arrebata la inspiración.
—¿En cuánto anda la del Chapo? —cuestiona un oficinista dedicado a la banca con camisa de cuadritos, cabello relamido y gafas hipsters. “En 250, amigo”, contesta Fisk. Como Luis Antonio en Tepito, el oficinista también nos la presume. Sonríe a la cámara. Clic. Clic. Clic.
En el lustro de vida que tiene Lucky Bastards, ninguno de sus productos raperos se ha vendido tanto como los del Chapo Guzmán. Desde la fuga hasta la recaptura van 400 playeras y viene en camino un quinto tiraje de un centenar. “¡Ya no queremos sacar la camisa, pero siguen pidiéndola. Nunca nos había pasado!”, comentan la diseñadora y su socio, quienes prefieren el anonimato por temor a represalias. Ambos dicen respetar la trayectoria del capo a pesar de los delitos que lo rodean, por ello lo clasifican como su slogan: “un bastardo con suerte” que se fugó dos veces. Sienten atracción por la multiplicación de su icono como sucedió con el chupacabras.
Un “jefe” que traspasa fronteras
La venta de los productos del “jefe de Sinaloa” en el país vecino, no frenó aun y cuando pasó a ser el enemigo público número uno tras el abatimiento del terrorista Osama BinLaden. Desde Los Ángeles son trasladados cuatro modelos a Tepito. Son de los más vendidos y caros por su hechura. Su costo es de 280 pesos. El consentido es donde aparece con una ametralladora: “Going for el pendejo Trump”, reza. Los migrantes mexicanos en EU son los que la adquieren con frecuencia por 15 dólares.
“Pónmela para mi hijo”, piden varias señoras a los dueños Carlos González y Pedro Arroyo, hombres que no pasan de 40 años y realizan los pedidos de la chapomanía desde hace un lustro, aunque el giro de la tienda es deportivo. “Lo más fuerte fue cuando salió en Forbes”, coinciden ambos en referencia a la publicación de 2011, en la que se calculó la fortuna del capo en mil millones de dólares.
Aunque la embajada advierte a sus connacionales sobre las zonas inseguras del país como este territorio disputado a fuego y sangre por el crimen organizado, también se les ha visto a norteamericanos deambulando. Francisco Rosas, un comerciante, atina en decir que son reconocibles a kilómetros. Se emocionan más que el público local. Son ruidosos. En la vía pública se la prueban. Repiten palabras mexicanas con su acento: “Ohh chingoun”. De igual manera han llegado cubanos: “Etá de huevo, pero me ´van a ver como delincuente allá”.
A 6.3 kilómetros de ahí está ubicada la conocida Potreros de Romita, así se le llamaba en el siglo XIX. En ese lugar vivieron escritores reputados como Jack Kerouac o Carlos Fuentes. En la calle Colima de esta zona está Lucky Bastards, caracterizado por su público extranjero: “Franceses y gringos las compran como un souvenir. Lo ven y se lo llevan rápido”. A veces, por curiosidad, preguntan si no hay problemas con el gobierno por vender su imagen.
A pesar de que el comprador mexicano es el más cautivo, sobre todo los jóvenes, Fisk ha tenido más contacto con los extranjeros de EU, Canadá y Europa, quienes en el momento que se la prueban frente al espejo, se ponen a planear cómo y dónde usarlas. “Ohh Chapou”, enfatizan entre risas. Casi todos aciertan en hacerlo al cruzar los aeropuertos de Nueva York y Los Ángeles. El objetivo es simple. Un reto a la autoridad.
Antipatía al estilo Mario Bros.
Enfundado en el overol y los guantes de Mario Bros., abajo del Chapo aparece la frase: “Catch me if you can (Atrápame si puedes)”. Es una de las playeras más importadas a la Ciudad de México. A la central de la piratería. La referencia alude a la película de Tom Hanks y Leonardo di Caprio, donde un falsificador de dinero, burla durante años al gobierno estadounidense. Algunos dueños y clientes así lo perciben, como una mofa a las autoridades mexicanas; otros como una figura admirable; pero en el fondo también reditúa en los bolsillos de las clases bajas y medias que la ofertan. Una idea que quizá rondó por la cabeza de la propia hija del Chapo hace cinco años. Todavía no son visibles los productos bautizados con el alias de su papá, pero Alejandrina Gisselle Guzmán Salazar lo registró como marca en 2010 ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Intelectual (IMPI), con un domicilio en Guadalajara. Solicitó permiso para elaborar juegos, juguetes, artículos de gimnasia, metales preciosos, joyería y relojería, aunque hasta el momento no se han visto nada.
Las parafernalias no tienen límites y los productos tampoco. Sin importar la ocasión, no sólo en fugas o recapturas, parece omnipresente.
Las fiestas decembrinas poblaron los mercados con las piñatas del criminal; en el Día de Muertos o Halloween, se vendió en mercadolibre.com el disfraz de carcelero con una máscara de su rostro en 250 pesos; después de que se publicó la entrevista de la productora de la actriz Kate del Castillo, la remera azul con gris que utilizó, se volvió una de las “más buscadas”, según el sitio web de la tienda Barabas Men ubicada en Los Ángeles, cuyo costo es de 128 dólares.
Los dueños de Lucky Bastards no sólo lo admiran, sino que están conscientes del nicho que ha representado el líder del cártel de la droga más asentado en el país: “Nos ha dejado más la imagen del Chapo que todo lo que me ha quitado el gobierno, la policía”. De hecho los empresarios consolidaron la serie Drug Lord que consistirá en crear diseños a partir de figuras del hampa. La más reciente es la del extinto adalid del cártel de Medellín, Pablo Escobar.
Aún y cuando es un fenómeno comercial, no puede ser visto como un simple enaltecimiento para el doctor Édgar Morín, de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán: “Es una antipatía contra el gobierno”, un elemento de “la propia irreverencia que ha trascendido imaginarios y clases sociales”.
“Echas a andar una serie de mecanismos simbólicos que inciden en la percepción, como una persona que escapa del sistema así. Seguramente lo que desearía la gente es que se volviera escapar”, refiere el antropólogo y autor del libro La Maña. Un recorrido antropológico por el mundo de las drogas.
“Pensemos en estas playeras y artículos como una forma más de decir al gobierno: no están funcionando tus formas y encontramos un ideal en este personaje”, coincide el psicólogo social Antonio Bello Quiroz.
Todos esos rostros delincuenciales le preocupan al cronista oficial del barrio, más cuando están plasmados en la ropa de los jóvenes. “La mercadotecnia crea modas, te envuelve”. Trae a la memoria cuando el Eje 1 se llenó de la playera verde Polo que llevaba Edgar Valdéz Villareal —quien fue extraditado y sentenciado hace unos meses en EU— con su sonrisa polémica cuando fue aprehendido. Todos la querían, hasta las clases medias. Pero el mexicoamericano apodado La Barbie no gozó del privilegio del Chapo y salió del tianguis demasiado pronto.
Tampoco es el caso de otros grandes personajes de los bajos fondos como Rafael Caro Quintero, Juan José Esparragoza El Azul o Ismael Zambada El Mayo. En cambio, los artículos que reproducen al sinaloense nacido en Badiraguato —la llamada cuna del narcotráfico—, permanecen intactos, y seguirán así afirman los comerciantes, a menos de que el gobierno quiera violar una garantía a la libre expresión. El vaticinio es sencillo, de acuerdo a los más de 10 años de experiencia que tienen en la chapomanía.
Arnold continuará como cada semana yendo a los talleres de Chabacano para maquilar y proveer a otros locales; Carlos y Pedro harán sus pedidos a los fabricantes angelinos; los socios de Lucky Bastards harán lo mismo con innovadores diseños de los señores de la droga; la producción y el consumo seguirán en otras entidades, países y páginas de Internet. Las tendencias en sus negocios tendrán picos durante cada fuga o recaptura, de eso son testigos sus bolsillos.
En palabras frías, incluso la propia muerte de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, terminaría por beneficiar su figura en el imaginario y el mercado… Pero nunca está todo escrito. Quizá podría llegar su reemplazo.
Original de El Universal