La tarea de alimentar y dar refugio a los migrantes la realizan los 365 días del año, “no podemos cerrarle la puerta a nadie”, dicen.
Regeneración, 19 de septiembre de 2017.- Estas doce mujeres, que desde 1995 ofrecen en la comunidad de Guadalupe (estado de Veracruz) comida y bebida a los migrantes que viajan hacia Estados Unidos, cumplen 22 años y medio de ofrecer esta labor desinteresadamente.
Norma, vocera y locomotora de Las Patronas dice que “en el momento en que pisan esta puerta son parte de nosotros, como una familia”.
Ellas son conocidas internacionalmente, protagonistas de documentales y reportajes, con simpatías en organizaciones no gubernamentales y recurrentes voluntariados nacionales y del exterior, Las Patronas están más allá de toda vanidad, o más acá, con los pies sobre la tierra.
La actividad comienza a las nueve de la mañana en la cocina del pequeño, pero funcional albergue que ha ido creciendo en un extremo del predio de la familia Romero. Cubriendo turnos, doña Leonila, sus hijas y nietas, a quienes se suman otras mujeres del pueblo conmovidas y comprometidas con la ayuda, encienden las estufas de una amplia y modesta cocina para calentar café y preparar el desayuno para los migrantes que pasaron la noche aquí, en un cuarto ocupado enteramente por tres literas y cuatro colchonetas en el suelo.
Relatan que algunas hermanas del pueblo se van después de un tiempo. Los esposos y las familias las presionan, que qué hacen alimentando a pura gente mala. Para muchas, sobre todo las jóvenes, se pone difícil seguir viniendo, explica Norma.
Según Norma, siempre presente, “80 por ciento de los migrantes que pasan por aquí son hondureños”. El resto provienen de Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Casi en su totalidad varones.
Leonila Vázquez, un mujer menuda de 85 años, fundadora de Las Patronas, aunque ya retirada, en un rincón rebana calabacitas, cebolla, y luego plátanos de desecho de algún predio o mercado vecino que pondrá a cocer en trocitos con azúcar. Cuatro días a la semana un supermercado de Córdoba les regala el pan de viejo, pero en buen estado, a veces pasteles enteros.
Sobre las mesas se preparan y meten lonches en bolsas de plástico con el logo de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. “Eso nos dieron, ironiza Norma, ¡bolsas! Pero son de utilidad. Aquí todo sirve, por poco que sea. Se organiza el menú con lo que hay: latas de atún, bolillos y pan dulce, bolsas con arroz, frijoles, pasta, chayote, tortillas o galletas de animalitos. Centenares de botellas desechadas de refresco y agua, que Las Patronas obtienen de donde sea y se ocupan de lavar, son llenadas con agua de un manantial vecino y se colocan en carretillas.
Norma tiene una idea de las cosas: “Hablar y actuar, ese es el chiste. Organizarse y dar ejemplo a los demás. La indiferencia es el gran problema. Aquí divididos por los partidos en nuestro propio pueblo”. Las Patronas encontraron aliados en la Iglesia católica, pero no son el párroco ni el obispo de Córdoba. Sin pretenderlo, se identificaron mucho mejor con Alejandro Solalinde; fray Tomás, de Tenosique, y el obispo Raúl Vera, que ha venido tres veces desde Saltillo para visitarlas y echar bolsas y bendiciones a los viajantes de La Bestia. “No le avisa al obispo, que se ofende porque don Raúl viene a quedarse con nosotras”.
Ella habla de los migrantes como hijos. «Se nos mutilan, se nos fracturan, se nos enferman. Algunos los llevamos al hospital. Y argumenta: Todos son hijos de alguien».
Con información de:La Jornada