Las pruebas que pidió Ciro

Cuando Andrés en el debate, que no entrevista, hizo acusaciones de corrupción a los de la mafia del poder, Gómez Leyva brincó como un resorte y convertido en defensor del Presidente y del sistema, le inquirió en tono impaciente

Por Bernardo Bátiz V. |  La Jornada

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Regeneración, 15 de mayo del 2017.-En la entrevista que en la televisión Ciro Gómez Leyva hizo hace unos días a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se pudo apreciar la carga ideológica del entrevistador, quien contra la imparcialidad que se espera de un periodista, fue agresivo a ratos y en momentos virulento y parcial. Quería escuchar sólo las respuestas imaginadas por él y su equipo antes del programa y para ello, lanzó una pregunta tras otra, como proyectiles dirigidos a un contrincante.

La habilidad del entrevistador radica en la concisión de la pregunta, lo oportuno de ella y la insistencia posterior con otras preguntas, para lograr del entrevistado las aclaraciones y precisiones que el periodista pretende obtener; para ello se requiere agilidad mental, paciencia, sangre fría y desde luego y principalmente, no interrumpir al entrevistado antes de tiempo; Ciro no demostró en esta ocasión esas cualidades.

La serenidad, la claridad de las exposiciones y la agudeza del entrevistado le permitieron salir siempre airoso del duelo verbal.

¿Metes las manos al fuego por quienes rodean a Delfina? fue una de las intempestivas preguntas, imposible de contestar con un sí o un no; cualquier respuesta no matizada, en un sentido o en otro, hubiera sido la nota que buscaba el conductor. La pregunta, en un tribunal se desecharía por oscura, tanto en el supuesto meter las manos al fuego como en el número indefinido de sujetos a los que el interrogante se refiere. La frase a quienes rodean a Delfina no precisa si se trata de compañeros de equipo de campaña, de su partido o a la gente que la recibe y la rodea en sus actos públicos; no se puede emitir un juicio sobre una vaga pluralidad de personas y el interrogado matizó, se refirió directamente a Delfina y no cayó en la celada.

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Cuando Andrés en el debate, que no entrevista, hizo acusaciones de corrupción a los de la mafia del poder, Gómez Leyva brincó como un resorte y convertido en defensor del Presidente y del sistema, le inquirió en tono impaciente: ¿Tienes pruebas?; la respuesta fue: Tengo mis fuentes y como tu, periodista, pides respeto, así lo pido también, pero que me demanden para presentarlas ante un juez.

Durante un programa en vivo, no preparado ni ensayado, como los que hacen a la mayoría de los políticos del sistema, no se pueden desahogar pruebas ni presentar documentales o testigos, apenas hay tiempo para exponer puntos de vista.

No obstante, las pruebas existen; una, considerada por el derecho desde antaño tiene el nombre impecable de fama pública, es la opinión generalizada dentro una comunidad respecto de algunas verdades compartidas; en México a los políticos del poder, los integrantes del sistema, esa prueba le es adversa.

Pero si alguien, más allá de un programa de televisión, quiere pruebas, le bastará leer el reciente libro de AMLO: 2018: la salida. Decadencia y renacimiento de México (Editorial Planeta, 2017, Ciudad de México); se trata de un alegato, un testimonio, un diagnóstico y un programa de rescate de nuestro país. En la primera parte, denominada Decadencia, se exhiben con lujo de detalles y datos los más cuantiosos fraudes y los más graves atentados al patrimonio nacional. El libro acusa y lo prueba, que privatizar ha sido sinónimo de robar y que actúa en México una bien identificada delincuencia de cuello blanco, a la que la justicia hasta ahora no ha podido alcanzar. En el libro está la denuncia y están las pruebas que Gómez Leyva requiere.

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En la última pregunta sobre Venezuela, AMLO con toda serenidad y dueño de la situación, sin condenar al gobierno de Maduro ni a sus opositores, sin tomar partido, aprovechó para recordar lo que él y sus seguidores hicieron en 2006 con el plantón sobre Reforma, recomendó la no violencia, ni un vidrio roto aclaró y yo agrego, ni un delito cometido en el plantón más largo de la historia, desde el Zócalo hasta la Fuente de Petróleos.

Evitó con tranquilidad las preguntas insidiosas, aprovechó para insistir en su posición, pidió la libertad de todos los presos políticos del mundo, no se detuvo ni en México ni en Venezuela y puso de ejemplos a Gandhi y a Mandela; le alcanzó el tiempo para recordar el atinado principio de la política exterior mexicana de la no intervención.

No está de más recordar el texto del diplomático mexicano Genaro Estrada, que en 1930 la definió: México no se pronuncia en el sentido de otorgar reconocimientos porque considera que esta es una práctica denigrante. Además de herir la soberanía de otras naciones, las coloca en el caso de que sus asuntos internos puedan ser calificados por otros gobiernos, los cuales asumen una actitud de crítica al decidir favorable o desfavorablemente sobre la legalidad de regímenes extranjeros. Así, México acepta representantes extranjeros o mantiene los suyos, sin calificar el derecho que tienen las naciones para aceptar, mantener o sustituir a sus gobiernos y autoridades. Hay pruebas y hay razones.