El filón del siglo XXI
Viernes, 5 de agosto de 2011 / Revista Pueblos
La masacre se calificó como “el año de los tiros”. Este lamentable hecho tuvo lugar cuando terminó una manifestación de trabajadores mineros y hombres y mujeres del campesinado que protestaban contra la minera transnacional Rio Tinto, de origen inglés. Las condiciones laborales semiesclavistas, la deforestación y las toneladas de gases tóxicos expulsados, procedentes de la quema al aire libre de los minerales, fueron los desencadenantes de dicha movilización. Los cargos políticos del gobierno local rechazaron cualquier reclamación a la compañía: no podían tomar ninguna decisión que la perjudicase pues prácticamente todos ellos estaban relacionados, de una manera u otra, con la compañía. El hecho de que el ejército abriera fuego contra una muchedumbre concentrada al finalizar la manifestación sólo puede ser explicado por esta connivencia .
“El año de los tiros” podría haber ocurrido en la actualidad en ciertos países de África, Asia o América Latina donde las grandes compañías multinacionales se aseguran, por todos los medios, el control de los territorios ricos en recursos naturales estratégicos. En realidad este hecho aconteció en el municipio de Minas de Riotinto, Huelva (España) el 4 de febrero de 1888. Podría parecer exagerado comparar la minería de hace más de un siglo y la actual, y es verdad que hay muchas diferencias (está perseguido el empleo de niños y niñas, hay una mínima regulación ambiental y laboral, etc.). Pero también hay paralelismos, como la importancia estratégica de los recursos naturales para la economía mundial y los actores que la impulsan y se benefician de su explotación: las corporaciones transnacionales. En el caso de la minería, las mayores compañías de hoy son las mismas que a finales del siglo XIX: la transnacional australiana BHP Billiton, por ejemplo, resultó de la fusión entre BHP (creada en Australia en 1885) y Billiton (creada en Holanda en 1860), mientras la sudafricana Anglo American fue creada en 1917 y la multinacional británica Rio Tinto en 1873.
¿Cómo es posible que a principios del siglo XXI el extractivismo y el control del territorio sean claves en el comercio internacional? En 2010, los recursos naturales concentraron el 43 por ciento de la inversión hecha por las transnacionales en América del Sur . Esta atracción hacia el sector primario tiene mucho que ver con el aumento del precio de las materias primas. Por ejemplo, el oro en los últimos cinco años ha incrementado su precio en un 150 por ciento [3], así que explotar este mineral, y otros como el cobre y el carbón, está suponiendo una fuente extraordinaria de ingresos para las compañías multinacionales. El hecho de que estas empresas aumenten un 45 por ciento sus inversiones en la exploración de minerales, como el oro y el cobre [4], ilustra su rentabilidad. América Latina es, por cierto, la principal receptora de estas inversiones.
El frente extractivo en América Latina
Los intereses de las transnacionales en la región latinoamericana han ido cambiando según las expectativas de ingresos crecientes, según las leyes que condicionaban su actividad y según las políticas que dictaban las instituciones financieras internacionales.
En la década de los ochenta y noventa, los gobiernos latinoamericanos, siguiendo las máximas del Consenso de Washington (desregular, liberalizar y privatizar), pusieron a la venta las grandes empresas públicas del sector servicios. Y lo hicieron en condiciones muy ventajosas para los capitales foráneos: precios de venta inferiores al valor de las empresas, posibilidad de gestión en oligopolio o, incluso, en monopolio, desregulación ambiental, social y laboral, reducción de la fiscalidad, etc. Esta especie de saldo de empresas causó un aumento muy significativo de la inversión extranjera en el área de servicios, es decir, llegaron multitud de compañías transnacionales comprando todo lo que se vendía. La procedencia de estas corporaciones se situaba en Europa y los capitales españoles, entre otros, adquirieron entonces un considerable protagonismo. Su gran tamaño, procedente de las privatizaciones y fusiones que tuvieron lugar en el Estado español durante los noventa, permitió el salto transatlántico en lo que se podría denominar el “segundo desembarco” [5]. De esta forma se hicieron con el control de importantes sectores económicos de América Latina, como la banca, las telecomunicaciones, la electricidad, los seguros y el turismo.
Hoy se siguen dando fusiones y adquisiciones muy importantes en el ámbito de los servicios: la mayor compra en 2010 fue la que realizó Telefónica sobre la compañía brasileña Vivo [6]. Pero, en general, una vez finalizada la oleada de privatizaciones la inversión extranjera cayó en el sector terciario y creció en el de recursos naturales. Y es que la maquinaria que reduce el coste de la extracción, los tratados bilaterales y regionales de protección de inversiones, la mínima fiscalidad y la ausencia de marcos regulatorios para el control de las multinacionales ponen en bandeja a las grandes empresas la obtención de ingentes beneficios mediante la explotación y exportación de las materias primas.
El protagonismo actual de los recursos naturales en los flujos comerciales y de inversión también se debe a la demanda de los países del Norte y a la creciente clase consumidora de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Aunque, además, entran en juego los fondos de inversión que, después de generar burbujas especulativas con desastrosas consecuencias sociales y ambientales en el sector de las tecnologías y la vivienda, ahora se dirigen a las materias primas, ya sean minerales, hidrocarburos o alimentos.
El espejismo de la desmaterialización de la economía
La imagen de una mina a cielo abierto en Perú, los campos petrolíferos de Bolivia o la infinita extensión de soja en Paraguay choca frontalmente con la tesis de la desmaterialización de la economía en los países del Norte global. La terciarización de la matriz productiva y el desplazamiento de la industria a los países del Sur promueven en los países del Norte la percepción social de la eficiencia y la reducción en la dependencia de estos recursos. Nada más lejos de la realidad, el incremento exponencial en el consumo de productos tecnológicos, la elevada demanda de productos agroindustriales o la intensificación del comercio global, entre otras cuestiones, demanda una imparable búsqueda de más minerales, más hidrocarburos, más suelo para la agroindustria, más agua.
Ante el avance del frente petrolero, minero o sojero se repite el mismo testimonio, como si quienes hablaran formaran parte de una misma comunidad, de un mismo territorio. Celina, joven de la localidad de Yanta, situada en los Andes peruanos, afirma: “Si la minería (transnacional Majaz-Río Blanco) entra acá destruye todo, destruye el medioambiente, el agua, si no hay agua no podríamos vivir”. En Guatemala, durante una protesta frente a la embajada canadiense, un campesino, megáfono en mano, grita: “¡Vamos a seguir luchando para que [la transnacional] Montana Marlin ya no esté en nuestro pueblo destruyendo nuestra naturaleza!” Un líder social afrocolombiano habla como testigo ante el Tribunal Permanente de los Pueblos, que juzga a las multinacionales de la minería por la violación de derechos humanos en Colombia, en este caso a la transnacional Glencore: “Que por favor se asiente un castigo, se señale una culpabilidad para que cesen los atropellos, las injusticias. Ojalá que se cerrara definitivamente esta empresa para que nuestra naturaleza y nosotros podamos convivir en paz].
Se repiten las denuncias pero también las luchas en multitud de lugares separados por miles de kilómetros: en Ecuador, Argentina, Chile, Brasil, Bolivia, México, Panamá… Y cada vez en más territorios.
*Erika González es investigadora del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) – Paz con Dignidad.
Este artículo ha sido publicado en el nº 47 de Pueblos – Revista de Información y Debate, tercer trimestre de 2011.
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