Tengo muy vívido el momento, pese a los años y la distancia. La primera vez que sentí el desprecio social por mi preferencia sexual fue un golpe directo a la cara.
Por Fabiola Rocha
Regeneración 17 de mayo de 2016.- Estaba en el metro de la línea amarilla, con su edificación al estilo años sesenta. Parada en el andén, esperaba junto a mi novia que llegara el tren, quizás antes varias personas se habrían molestado por nuestra actitud, pero nadie había mostrado abiertamente que nuestra presencia les disgustara.
Yo tenía 17 años, estaba totalmente enamorada y, adolescente, lo único que deseaba era estar con ella hasta que la muerte nos separe. En ese entonces no habría imaginado que lo nuestro terminaría algunos años después.
Me sentía tan bien a su lado que sentía que con cada beso y abrazo se me abrían las puertas del mundo. Así de enamorada.
Y aquel día ella estaba abriéndome las puertas del mundo, besándome. No durísimo como en otras ocasiones, pero sí era un buen beso. No quería que se fuera y aunque el tren había dado su última alerta de cerrar puertas, seguimos intercambiando saliva. Ni siquiera era aparatoso, sólo nos besábamos.
Para cuando el tren dio muestras de dejar el anden y sentimos aquella brisa acalorada del metro Pantitlán, una botella de refresco me golpeó en la cara: la habían aventado del tren en movimiento con la única intención de herirnos. Lo hicieron con saña y ante el asombro, no pude más que dolerme por el madrazo que la tapa de la botella había dejado palpitante en mi mejilla derecha.
Ella, también anonadada, sólo pudo gritar ¡qué poca madre!, mientras trataba de averiguar cuál era el daño.
Aquel día se acabó la luna de miel para mí. No con mi novia, sino en el espacio público, antes había sido discriminada por ser lesbiana en la escuela, el transporte, a veces sentí rechazo de ciertas personas de mi familia, pero nadie jamás se había atrevido a golpearme por besar a mi novia.
Entiendo que nuestra sociedad está educada para no aceptar relaciones que no sean heterosexuales, monógamas y cualquier estupidez que se atraviese, pero la mitad de las relaciones que he visto de hombre-mujer han sido igual –o peor- de tormentosas y violentas que las homosexuales.
Nunca he sabido por qué la gente teme a que otra persona quiera a una persona del mismo género.
Entiendo la aracnofobia, que le temas a las arañas que vienen a comerte a ti como se comen a sus madres; comprendo la aerofobia, cuando tienes miedo de subirte a un avión, por aquello de que varios vuelos desaparecen, se caen, son secuestrados; también puedo asimilar la agorafobia, cuando estás en un lugar tan grande y tan abierto que podrías perderte en él; sin duda capto la claustrofobia, porque encontrarse atrapado en un lugar cerrado puede ser espantoso.
Pero ¿la homofobia? Por qué tendrías miedo de que OTRAS personas tengan una relación, eso simplemente no lo comprendo.
Y las cifras son espeluznantes, según cifras oficiales, hay alrededor de 1310 homicidios por homofobia en México desde el 95 hasta el 2005. Lo que quiere decir que por año se registran al menos 130 homicidio cuyo móvil es la preferencia sexual de OTRA persona.
La homofobia no sólo es la discriminación a los hombres homosexuales, se trata también de la discriminación a mujeres lesbianas, como yo, personas trans, y bifobia.
Un día un amigo me dijo que cuando se instituye un “día” para visibilizar algo es justo porque el resto del año importa un carajo. Si fue necesario instaurar un día para que se etendieran los problemas que tenemos en relación a la forma en que se tratan a las personas que no son heterosexuales, seguimos pensando que son “mayoría” y siento decirlo, pero no es así.
Sé que todos conocemos a alguien que pertenece a la diversidad sexual y ninguna razón hay para que se le discrimine por eso.
Más que Peña Nieto ponga su foto de perfil de colores, más allá de proyectar colores en la Presidencia, lo que la diversidad sexual del País necesita, es que se trabaje en educación, respeto y condiciones de equidad.