La prisión castiga la pobreza sobre todas las cosas. Sucede que la justicia tiene precio y parece que ser pobre es un delito, pues los más desamparados nunca no pueden evitar su llegada al “infierno”.
Por Ana Duarte
Regeneración, 1 de julio de 2017. “Las leyes son para quien no tiene dinero, realmente nuestro delito es ser pobres”, dice Juan, preso desde hace 14 años en el Reclusorio Preventivo Varonil Norte.
Como Juan, hay otras 36 mil 500 personas encarceladas en 13 penales de la Ciudad de México. Viven en condiciones precarias y de hacinamiento.
Culpables, inocentes y confesos conviven diariamente en un mismo espacio lleno de historias con lágrimas, coraje y hasta felicidad. Su vidas se pierden en los expedientes, los pobres se vuelven invisibles e inexistentes, todo depende de las características socio-demográficas de los internos.
“De nada sirven los expedientes, una vez que entras aquí, te vuelves un ‘fantasma’ para las autoridades”, explica Juan.
El abandono de las familias y los círculos cercanos, en muchas ocasiones, lleva a que muchos se suiciden.
“Algunos optan por colgarse en las porterías de futbol, otros ingirieren bebidas tóxicas y en la mayoría de las veces al no tener nada que perder ni a quien llorarle, te juegas la vida en los motines, te vale lo que pase”, cuenta Ricardo, preso hace más de 10 años.
La reincidencia es la mejor evaluación del sistema penitenciario de la capital: el hecho de que 40 por ciento de los internos regresa a la cárcel, significa que no funcionan los programas de reinserción social y rehabilitación; que son un desacierto las políticas de seguridad de la Subsecretaría del Sistema Penitenciario local.
Hay un sentimiento colectivo de los internos por la estigmatización al salir, por la falta de empleo debido a sus antecedentes penales.
De cada 10 internos de reclusorios de la Ciudad de México que son liberados, cuatro reinciden en la comisión de un delito, según la Subsecretaría del Sistema Penitenciario local.
Pagar por protección
En un recuento de testimonios de diversos internos de los reclusorios de la Ciudad de México, es costumbre pagar por protección. Existen presos con privilegios, por ejemplo, las famosas “mamás chonchas” (internos que tienen el mayor tiempo en cada celda y a los que los otros presos les tienen que pagar para obtener protección, para no ser golpeados o amedrentados durante su estancia).
En la Cueva “te tratan peor que a un perro”.
Los que no pueden pagar estos privilegios, otorgados con ‘mordidas’ a los guardias, son sometidos a distintos castigos, entre los peores está “la cueva”.
A golpes y gritos someten a los presos que son traslados a “la cueva”. El camino es una penumbra y cada paso se hace más intenso por el dolor que provocan los toletazos que reciben de los guardias. Al llegar al punto, son desnudados y al grito de “órale perro” son enclaustrados en la cueva, sitio que no tiene acceso a la luz del sol y tiene piso de tierra. Una vez «asegurados», son bañados con agua fría y en algunas ocasiones son privados del alimento. “Te tratan peor que a un perro”, dice un preso que alguna vez ha estado ahí.
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Entre las actividades más prósperas y en crecimiento está la venta de drogas en estos Centros Preventivos. El negocio genera ganancias tanto para directivos como para los reos, quienes declaran que las drogas benefician a la población para sobrellevar y aceptar su nueva vida.
El maltrato físico y psicológico al que ellos están sujetos, hacen que el consumo de sustancias psicotrópicas y alucinantes se vuelva casi un requisito para encontrar un espacio de “paz” en medio de lo que ellos llaman el “infierno”.
“Aquí encuentras monas hechas con un cuadrado de papel higiénico y tienen un costo de 5 pesos, marihuana en sus distintas gamas, cocaína y en ocasiones especiales un poco de tepache”, este último es realizado por los cocineros, “pero aguas donde te agarren o se den cuenta que estás borracho, porque te vuelven a llevar a la cueva”.
“Durante el tiempo que llevo preso (14 años) me han tocado dos motines –relata Juan–, provocados por dejarnos sin droga dos días consecutivos. Cuando hay inspección, los guardias también son revisados al entrar aquí y pues ellos son los que nos ‘rolan’ la mota o cualquier droga. Aquí todo mundo se vuelve loco”.
Nos turnamos para ver quien se queda a dormir de “murciélago”
En los 13 penales de la Ciudad de México hay una sobrepoblación del más del 100% de su capacidad. Las celdas están tan llenas que los presos no caben acostados ni en el suelo.
“En ocasiones somos tantos que para dormir nos turnamos para ver quién se queda de ‘murciélago’ (término referido al preso que sujetan a los barrotes con trozos de ropa para dormir de pie)”, cuenta Juan.
En este ambiente sin derechos y sin dignidad, algunos presos luchan por restaurarla. Es por eso que estudian a marchas forzadas la licenciatura de derecho y así defenderse solos, ya que las autoridades cometen un sinfín de injusticias que alejan sus sueños de libertad y justicia.
“Después de los 5 años de permanecer aquí –dice Juan con añoranza– empiezas a aceptar que ésta será tu nueva casa y ellos serán parte de tu nueva familia. Pasando esos años, ya nadie te viene a ver y entonces empiezas a luchar por ti mismo para salir, a veces te da el bajón y ya no quieres estudiar ni trabajar, pero entre nosotros nos damos ánimo y seguimos en la lucha”.
En estas condiciones inhumanas, a veces la felicidad sólo consiste en obtener un reconocimiento, una gratificación en sus espacios laborales, educativos o en las actividades físicas. A veces los reconocimientos vienen acompañados con algún pequeño privilegio: un celular para usar las redes sociales y comunicarse con sus amigos que han salido liberados y saber un poco de la vida exterior. En el mejor de los casos, les permiten tener pantallas led y pueden ver las noticias y lo que acontece en el país.
“Luego nosotros sabemos más de lo que pasa allá afuera que la misma gente, a nadie le interesa escuchar diario lo mismo, todo es violencia e injusticias. Pero al menos te das cuenta que no sólo nosotros sufrimos. El gobierno se va parejo contra los pobres…. están cabrones”, dice Juan en tono de reclamo.
La constante escasez de agua y alimentos aunado a una deplorable atención médica, reflejan las prácticas deshumanizadas de las cárceles mexicanas que degradan a los presos, en lugar de propiciar su rehabilitación en condiciones dignas para lograr su reinserción en la sociedad, como afirman los programas oficiales de los penales.