Por: Víctor Flores Olea
Así debe ser. Multitud de comentaristas en muchas partes han sostenido en los días recientes que las actuales luchas sociales, particularmente las que ya se expresan en contra de la privatización del petróleo, representan una oportunidad única para que ¡por fin! las izquierdas mexicanas, las de los partidos políticos, las de las calles, pero también las sindicalistas y de otras agrupaciones de abajo, tiendan puentes comunes y puedan llegar si no a un programa común (seguramente es demasiado temprano para eso), sí al menos a objetivos generales que son capaces de unificar militantemente a las corrientes sociales en México que, en sentido amplio, podrían ser calificadas de izquierda. Es decir, aquellas que luchan por la soberanía, pero sobre todo para lograr mayor igualdad social en el país.
Hablamos de los de abajo porque ahora (desde hace tiempo) México se ha dividido y separado al menos en dos sectores diversos y potencialmente antagónicos, hasta el punto en que varias publicaciones internacionales, entre ellas Le Monde Diplomatique, The Economist y otras igualmente prestigiadas, anuncian la posibilidad de importantes movimientos sociales en México, hasta llegar a conmociones o revueltas que podrían producirse no mucho más allá de 2015 o 2016. Por supuesto, no se habla de revolución, ya que un movimiento así exigiría otras condiciones, pero sí de una protesta acumulada y masiva en que grandes sectores de la población expresarían enérgicamente su descontento, incluso su disgusto, con una situación en que se prolonga y no se corrige la tremenda desigualdad social, a pesar de la repetición incansable de discursos y compromisos del Ejecutivo.
La referencia anterior sólo para enfatizar la grave situación del país, probablemente no al borde del abismo, pero sí en condiciones de injusticia, abusos y corrupción tales que permiten a buen número de observadores extranjeros hacer anuncios o presunciones como las consignadas. En todo caso, la situación exige urgentemente que la izquierda mexicana, en el sentido más amplio de la expresión, pueda olvidar diferencias que en esta hora tendrían importancia secundaria, y emprendan un esfuerzo de inteligencia excepcional para unificar su militancia y ponerla al servicio de México.
Sí, parece haber pleno consenso: Cuauhtémoc Cárdenas sería el más abocado para dirigir al Partido de la Revolución Democrática (PRD), y la otra punta del frente de una amplia izquierda parecería estar representada sin duda por Andrés Manuel López Obrador. ¿Será posible? Debe ser posible en el plano de una emergencia nacional que de pronto podría ser impostergable y de alta necesidad patriótica.
Naturalmente, no debería tratarse de una mecánica puramente partidista, sino de la movilización orientada, no verticalmente sino profundamente democrática y horizontal, que comprenda una amplia pluralidad social y democrática sin objeciones. Sí, los partidos políticos de la izquierda, en concurrencia con muy numerosos grupos y sectores sociales que objetan y se oponen a un régimen político presidido por un PRI que parece haberse hecho más retórico y falso que sus predecesores, y que lo consideran a pasos acelerados incapaz de dirigir racional y constructivamente el curso histórico de la nación.
La movilización, pues, de una izquierda que se ostente como hondamente democrática (que lo sea en los hechos), capaz además de hacerse líder de los reclamos y exigencias sociales de una mayoría de mexicanos, sin imposiciones, sino mediante consensos y acuerdos, capaz de reformular el destino de la nación, considerando que seguramente su misión más alta sería la de la igualdad y la justicia social, rompiendo los abismos existentes entre riqueza y miseria, y procurando que la sociedad entera funcione en beneficio de todos, rompiendo el ciclo de la explotación descarada, en la que sólo unos cuantos resultan los beneficiarios del tremendo esfuerzo colectivo de trabajo que ahora sólo beneficia a unos cuantos y margina a la inmensa mayoría.
Si esto es así, y precisamente para evitar nuevos desórdenes y falsos aprovechamientos, resulta indispensable que el bloque alternativo que pueda surgir de esa situación crítica comience, incluso desde la oposición, a unirse en lo fundamental y a mostrar que los objetivos esenciales de un nuevo curso de la historia pertenecen a la gran mayoría de los mexicanos, y no sólo a ciertos grupos. Tal es precisamente el significado de un nuevo bloque histórico en el poder, una de cuyas funciones es el remplazo o sustitución del anterior, pero a un nivel más elevado de dirección histórica, política y social. Lo que significaría, sin duda, esfuerzos redoblados por dejar atrás desigualdades y abusos, y procurar también, con esfuerzo multiplicado, un país más justo y, por tanto, más civilizado.
La tv que pudiera ser. Pidiendo disculpa a los lectores, no puedo dejar de mencionar dos programas de televisión que se proyectaron este fin de semana (jueves y viernes) y que a mi manera de ver mostraron la gran capacidad de este medio de difusión no sólo para proporcionar entretenimiento, sino motivos de reflexión a otros niveles.
El jueves a medianoche la entrevistadora de Televisa Adela Micha tuvo una larga conversación con el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, quien sorprendió, por lo menos a mí profundamente, por su sencillez y discreción, y también por su indudable inteligencia, que no se dejó en ningún momento alterar por las agresivas preguntas de la entrevistadora, en realidad muy ingenuas, obtenidas del repertorio de mugre más vulgar que se ha publicado para atacar al sucesor de Hugo Chávez.
Inteligencia por las explicaciones que proporcionó Maduro de la actual situación de Venezuela (con problemas, sin duda, pero lejos del filo de la navaja en que se ha querido colocar a ese país y a su Presidente). Programa de televisión que resultó altamente pedagógico y con resultados opuestos a la grosería con que invariablemente, en esa transmisora y en otras, se ha querido presentar al actual primer mandatario del país hermano.
El otro programa admirable, que escuché durante varias horas el sábado por la noche, conmemoraba los 50 años de la primera presentación de Los Beatles en Estados Unidos. Al finalizar el programa se me ocurrió resumir la experiencia diciéndole a mi esposa: Es como escuchar durante varias horas los cuartetos de Mozart.