A los 83 años murió el general Manuel Antonio Noriega, exdictador de Panamá que fue depuesto por una invasión militar de Estados Unidos y juzgado en ese país y en Francia por narcotráfico.
Regeneración, 30 de mayo de 2017. Manuel Antonio Noriega, el exdictador de Panamá que fue aliado y enemigo estadounidense y cuyos vínculos con el narcotráfico llevaron a su destitución en 1989, murió a los 83 años.
El presidente panameño Juan Carlos Varela confirmó el fallecimiento el martes por la madrugada, al decir que la muerte “cierra un capítulo de nuestra historia; sus hijas y sus familiares merecen un sepelio en paz”.
Noriega murió alrededor de las 23 horas del lunes en el hospital Santo Tomás en la capital panameña, según confirmó un empleado del sanatorio. Oficialmente, no se ha dado a conocer la causa de muerte.
Noriega estaba en cuidados intensivos desde el 7 de marzo debido a complicaciones resultantes de una cirugía para extirpar lo que su abogado describió como un tumor cerebral benigno. Las hijas del exlíder dijeron a reporteros en marzo que tuvo una hemorragia después del procedimiento.
Estaba en arresto domiciliario desde enero con el fin de prepararse para la operación. Había enfrentado cargos en Estados Unidos y Francia, y cuando estuvo detrás de las rejas en esos países desarrolló los problemas médicos, pues sufrió paros cardiacos, hipertensión y otros males, de acuerdo con sus abogados.
Desde su regreso a Panamá el 11 de diciembre del 2011 también había estado encarcelado. Las sentencias eran por cargos de asesinato, lavado y corrupción relacionados a cuando estuvo en el poder.
Su repatriación a Panamá fue un regreso ignominioso para un hombre fuerte que daba discursos nacionalistas mientras portaba un machete y vivía en mansiones lujosas donde celebraba fiestas en las que abundaban la cocaína, por sus vínculos con el narcotráfico, y armas de antigüedad que tenía de colección. Su extravagancia también tenía detalles inusuales: gustaba de mostrar su colección de osos de peluche vestidos como paracaidistas.
De ambos bandos
Noriega se convirtió en el líder de facto al promoverse a sí mismo como general de las fuerzas armadas en 1983. Durante décadas, tuvo una relación complicada con Estados Unidos: a veces aliado e informante para las agencias antinarcóticos estadounidenses; a veces, adversario que vendía secretos a enemigos políticos de Washington y le avisaba de antemano a los carteles de ciertas operaciones. Era difícil saber de qué lado estaba.
Era, de cierto modo, una relación representativa de la de Estados Unidos y Panamá por muchos años. Desde que los estadounidenses construyeron el Canal de Panamá a principios del siglo XX, gobernaron parte del territorio aledaño por ocho décadas antes de regresárselo a Panamá el 31 de diciembre de 1999.
En el libro Tiempo de tiranos, los autores Richard Koster y Guillermo Sánchez Borbón hacen una crónica de los años del régimen de Noriega y dan un ejemplo particular de cómo este jugaba para ambos bandos. Le pasó secretos sobre Cuba a Estados Unidos y, al mismo tiempo, Noriega le vendió miles de pasaportes panameños a Fidel Castro, por 5000 dólares cada uno, para que los usaran agentes secretos isleños y, posiblemente, de naciones soviéticas.
Los autores calculan que las ganancias ilegales de Noriega alcanzaron los 772 millones de dólares; la Casa Blanca estima que la fortuna personal del exdictador estaba entre 200 y 300 millones de dólares antes de su destitución.
“Anhelaba el poder y se volvió tirano”, escribieron Koster y Sánchez Borbón sobre la caída de Noriega. “Anhelaba la riqueza y se volvió un criminal. Esas carreras entraron en conflicto”.
El ascenso
Noriega nació en un barrio pobre de Ciudad de Panamá el 11 de febrero de 1934. ¿O fue otro año? La fecha siempre ha sido disputada. En un tribunal en Francia dijo que había nacido en 1936 y luego se corrigió a sí mismo para decir que fue 1934, mientras que algunos documentos legales dicen que fue en 1938.
El padre de Noriega era un contador público y su madre, dependiendo de quién lo cuente, era una cocinera o una lavandera. Por razones que no quedan claras, desaparecieron de la vida de Noriega cuando este era niño. Le dijo a entrevistadores que lo crió su madrina.
Estudió en el Instituto Nacional, la mejor escuela pública de Panamá, y en un anuario escolar escribió que su ambición era: ser psiquiatra y presidente de Panamá.
Los primeros planes no se dieron, pero una conexión dentro del gobierno lo ayudó a conseguir una beca para una academia militar en Perú. Al regresar a su país, empezó a ascender en las filas de la Guardia Nacional.
A finales de los años sesenta, quedó bajo la tutela del general Omar Torrijos, dictador que firmaría el tratado en 1977 en el que Estados Unidos se comprometía a ceder el control del canal y del terreno aledaño para diciembre de 1999. Como asesor leal del general Torrijos, Noriega orquestó el abuso y encarcelamiento de opositores políticos y reforzó las relaciones con las agencias de inteligencia estadounidenses.
Torrijos murió cuando se estrelló el avión en el que viajaba en 1981 y Noriega se las arregló para tomar el control de la Guardia Nacional de Panamá. Al convertirse en general en 1983, se convirtió de hecho en el hombre fuerte de Panamá, aunque había un presidente civil.
Noriega amañó varias elecciones presidenciales a favor de sus candidatos preferidos y reforzó sus vínculos con los carteles de droga. Mientras, también buscó tener relaciones cercanas con Estados Unidos.
Tenía el apodo el Man, pero el más usado entre sus opositores era Cara de Piña, por su cara marcada por el acné.
La doble cara de Noriega era conocida por las autoridades estadounidenses, pero lo veían como útil en sus esfuerzos para mantener su influencia en Panamá en una época de movimientos de izquierda en Centroamérica.
Sin embargo, Noriega se volvió cada vez más beligerante y colmó la paciencia de Estados Unidos, donde legisladores en Washington comenzaron a cuestionar sus tratos con carteles de drogas. La oposición dentro de Panamá también se había vuelto más fuerte tras la tortura y el asesinato, en 1985, del doctor Hugo Spadafora, crítico que había acusado al general de manera pública de estar aliado con carteles colombianos.
Noriega aumentó su violencia contra los opositores políticos y usó sus unidades antimotines –apodadas los Doberman– contra manifestantes, más famosamente en el llamado Viernes Negro de julio de 1987.
En 1986, el Senado estadounidense aprobó una resolución que llamaba a que Panamá sacara a Noriega de las Fuerzas de Defensa para llevar a cabo una investigación por corrupción, fraude electoral, asesinato y tráfico de drogas. Fue hasta el siguiente año que el Capitolio cortó la ayuda militar y económica al régimen panameño; este cayó en impago de sus deudas y su economía se contrajo hasta 20 por ciento.
Noriega fue imputado en 1988 en Florida por cargos de narcotráfico y lavado de dinero; los tribunales lo acusaron de convertir a Panamá en una plataforma de envío para la cocaína desde Sudamérica hasta Estados Unidos y de permitir que los fondos del narcotráfico se escondieran en bancos panameños.
Noriega entonces comenzó a organizar grandes marchas en protesta contra Estados Unidos. “¡Ni un paso atrás!” era la consigna que gritaba en mítines y que comenzó a ser puesta en anuncios en toda la capital.
Hubo un golpe de Estado fallido en 1988 y el año siguiente Noriega anuló los resultados de la elección presidencial. Después de otro golpe fallido, en 1989, se nombró a sí mismo “líder máximo” y la Asamblea Nacional le declaró guerra a Estados Unidos.
El 16 de diciembre de 1989, las tropas panameñas mataron a un soldado estadounidense que no estaba armado en la capital, hirieron a otro y golpearon a un tercero a cuya esposa amenazaron con violar.
“Eso fue suficiente”, dijo el entonces presidente estadounidense George Bush al anunciar la invasión de más de 27.000 tropas en la operación llamada “Causa Justa”.
Noriega se escapó y se mantuvo escondido mientras las fuerzas panameñas eran derrotadas y reapareció días después, el 24 de diciembre, en la embajada del Vaticano en Panamá. Las tropas estadounidenses asediaron la legación durante días e incluso ponían música heavy metal –con canciones como “Panamá” de Van Halen– a todo volumen para atormentar a Noriega y prevenir que los reporteros pudieran escuchar conversaciones entre los militares y funcionarios vaticanos.
Noriega se rindió el 3 de enero de 1990 y fue llevado a Florida. En Panamá se quedó un nuevo presidente que tomó posesión en una base militar estadounidense, Guillermo Endara.
El entonces gobierno panameño estimó que murieron cientos de civiles y soldados, mientras que grupos de defensa de derechos humanos insisten que la cifra fue mucho mayor. Del lado estadounidense murieron 23 efectivos y más de 300 resultaron heridos.
El nuevo gobierno civil le quitó su cargo militar en 1990 después de que fuera llevado a Florida a enfrentar los cargos penales. Su fotografía de prontuario se volvió una imagen emblemática de su caída: lo mostraba en una camiseta café y reducido a un número: reo federal 41586.
Noriega fue sentenciado en abril de 1992 a 40 años en prisión. Siempre acusó que el juicio y los cargos eran una farsa.
“Se dice que aquellos que no aprenden las lecciones de la historia están condenados a repetirla, pero lo malo es que nadie quiere aprender las lecciones de la historia y yo fui uno de ellos”, dijo durante un discurso de dos horas ante el estrado. “Por miles de años las naciones poderosas crean provocaciones para iniciar guerras o perseguir a líderes que son obstáculos en sus propósitos. Yo me olvidé de eso y caí en la provocación del hostigamiento estadounidense en mi propio territorio”.
En ese mismo discurso Noriega acusó a George Bush padre de genocidio y de querer “subvertir el sistema judicial” estadounidense para condenarlo.
La condena fue reducida poco después a 30 años y fue declarado prisionero de guerra, lo que le dio acceso al teléfono, horas de visita e incluso un salario pequeño por cumplir ciertas funciones. Mientras estaba tras las rejas en Estados Unidos, Panamá lo juzgó en ausencia por la ejecución de soldados en el golpe de Estado fallido de 1989.
En julio de 1999, Francia también lo juzgó en ausencia por cargos de lavado de dinero y acusó tanto a él como su esposa, Felicidad Sieiro de Noriega, de mover tres millones de dólares de ganancias del narcotráfico a bancos. Los abogados de los panameños intentaron argumentar que ese dinero era el pago de la Agencia de Inteligencia Central (CIA, por su sigla en inglés); pero fueron condenados a diez años de prisión.
En Estados Unidos, las autoridades preveían soltar a Noriega en libertad condicional en 2007; habían reducido su condena a la mitad por buen comportamiento. Sin embargo, Francia exigió la extradición y fue enviado allá en abril de 2010. Hubo otro juicio por los mismos cargos de lavado y de nuevo fue condenado.
Panamá después pidió la extradición y fue repatriado en 2011 para cumplir veinte años de cárcel por la desaparición de opositores en los años ochenta.
A Noriega lo sobreviven su esposa y tres hijas, Lorena, Sandra y Thays Noriega.
(Con información de The New York Times)