Por Diego Valdez López.
Regeneración, 26 de diciembre de 2015.- Me cuenta mi madre que en sus navidades pasadas, cuando aún este cerro era un cerro y yo no era yo, la cena consistía en algo simple: un pollo rostizado comprado con prisas al 20 para las 12 de la noche en Huipulco. Mi tacaño abuelo no soltaba el dinero para el pollo sino hasta media hora antes de las 12 de la noche y mi abuela, madre abnegada en aquél tiempo, no tenía para pagar la cena. Así todos los años la familia López, de 10 integrantes que vivían en una modesta casa con techo de cartón, cenaba emocionada por la llegada de una noche de paz y felicidad. Qué difícil es para la Felicidad encontrar el camino a las casas de las familias herederas de la pobreza y la explotación… Mi abuelo, obrero textil, no conocía de otros modos de vivir y mi abuela, trabajadora doméstica, no intuía aún otras maneras de pasar la navidad. Mi madre no me ha contado más sobre sus navidades bajo los techos de cartón, pero intuyo que son tan fuertes las ganas de ser feliz que nada, ni la más triste pobreza ni la más dolorosa explotación, pueden contra el humano deseo de ser feliz que tiene un niño, un joven, un maestro, un campesino, un estudiante, un discapacitado, una anciana, una madre, un obrero textil, una trabajadora doméstica, una familia pobre.
Celebremos esta gana ubérrima, política que tenemos de ser felices y sobre todo esta necesidad natural de ayudar a ser felices a los demás, porque ahí, en esa sonrisa, en esa mueca de incredulidad, en esos ojos sorprendidos, habita el amor, la dicha y nuestro futuro.
Feliz Navidad a todos y que todos sus pensamientos sean de renovación, amor al prójimo y mucha Revolución.