Ofrenda

Vengo hasta ti con dolor y gozo a preguntarte cómo no has estado este año y este siglo, cuánto te pesa la nada, con quiénes has guardado silencio, de cuántos males no te has quejado y a qué parientes no has visto

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Por Pedro Miguel
Regeneración, 1 de octubre del 2016.- Sangre detenida, gota quieta, lágrima en suspenso sobre el borde del párpado; pupila inmóvil, cráneo ciego, alma oscurecida, gesto que se quedó en camino de ser, alba que ya no te amanece, sueño que se disuelve en un futuro cancelado, porfía de la quietud, desorden de tus elementos, difunta, difunto, carne todavía tibia, corazón mío, astilla de hueso, recuerdo impregnado de polvo, olvido irremediable:

Vengo hasta ti con dolor y gozo a preguntarte cómo no has estado este año y este siglo, cuánto te pesa la nada, con quiénes has guardado silencio, de cuántos males no te has quejado y a qué parientes no has visto. Vengo a arroparte en un abrazo de aire curtido en los aromas del copal y del incienso. Traigo preguntas que no vas a responderme desde tu postración definitiva pero que acaso me contestes musitando desde mi interior, y abrigo la ilusión de que los tímpanos puedan escuchar en sentido contrario, de adentro para afuera. Vengo con la certeza amarga de que si algo queda de ti es la maraña de evocaciones que me habita: el timbre de tu voz, tus muecas y tus modos, tu sufrimiento y tu alborozo, tu risa y tu bostezo y tu milagro de haber sido.

Estuviste ausente de este mundo durante miles de millones de años, viviste como un relámpago y ahora has regresado al caos. Pasaste como pasan las épocas, las lluvias y el pez irrepetible que remonta el río. Sólo dejaste el recuerdo de tu fulgor plateado. Vengo a la tumba, al osario, a la fosa clandestina, al registro civil, no porque estés en uno de esos sitios sino porque en uno de ellos me he dado cita con la porción de mí que es tu ausencia.

No sientas angustia: no morirás dos veces. Llevaré conmigo tu memoria como una enfermedad incurable, como una virtud indómita, como una deliciosa cicatriz. Te llevaré hasta que me llegue el tiempo de volverme, a mi vez, recuerdo en las entrañas de otra gente. Y seré, aun entonces, un recuerdo habitado por recuerdos. Así avanzaremos por la historia, compactándonos y caminando hacia la esencia de átomos: los muertos de los muertos de los muertos, la parte millonésima de una generación distante, la partícula mínima de una civilización extinta. No llores, criatura mía, que de esa forma llegaremos hasta el fin de la especie, contenidos los unos en los otros, cada vez más pequeños, pero acompañados por un torrente humano que deja a su paso un rastro memorable.

Aquí en el hueco de tu pecho desaparecido están los australopitecos, la mujer Lucy y la niña Selam; aquí llevas a los neandertales y a los cromañones, a los migrantes de Beringia y a los escitas; en tu interior inexistente viajan en el tiempo los xicalancas y los egipcios, los astrogodos, el Doncel, el abuelo Alberto, la tía Lola, el padre, la madre, el hermano. Tú, que ya estás con ellos, ayúdame a serenarlos. Compongamos una canción de cuna para que duerman su sueño sin sueños y un canto matinal para que despierten este día y vuelvan, en ti y en mí, a sentarse a la mesa de los vivos.

Encarne cada cual de ustedes en la flama de una vela, en un pétalo de cempasúchil, en un grano de azúcar, en una gota de agua; aspire una voluta de incienso; disfrute el aroma del azahar en el pan de muerto; tórnese una presencia fulgurante; camine, pueble, respire, maldiga, acaricie; regrese el brillo a sus ojos, retorne el calor a sus manos, vuelva a su boca la saliva.

En tanto no se rompan estas muñecas rusas que somos los vivientes, ustedes nacerán de nuestros cuerpos preñados de muerte una vez al año. Navegarán río arriba por nuestro llanto amoroso hasta llegar al manantial oscuro del que provienen. Volverán a ver sus propios rostros reflejados en la poza primigenia, límpidos y serenos, sin muecas hospitalarias ni huellas del tormento, con la dentadura completa y la piel lozana. Se acordarán. Discernirán. Platicaremos.

Sal de la lágrima, almendra de la vida, molécula vagabunda: vamos a convivir en la falta perfecta de conciencia. Ayúdame, cuerpo ausente que te llamas Tomás o Lucía o cualquier otro nombre, a orientar cada pensamiento para todos y cada uno de tus hermanos. Hallemos esta noche al que fue y ya no es, brindémosle un asiento, tendámosle la mano. Llámalos. Congrégalos. Esencias que carecen de todo y no ambicionan nada: la mesa está servida para ustedes.

Y ya mañana, corazón mío, sueño disuelto, cráneo ciego, sangre detenida, se irán, descansarás. Volverás al no ser de cada día, al aire frío de noviembre, a la foto del muerto en el sitio amoroso y cotidiano, a la pavorosa nada.

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