Por Mónica Romero y Pablo Castro
Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado,
sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto)
Jorge Luis Borges, Funes, el memorioso.
RegeneraciónMx.- Todos somos parte de los recuerdos de los otros, somos un archivo guardado en el disco duro de su cerebro. También todos podemos decir lo siguiente: recuerdo ese día en su casa, recuerdo el aroma de su ropa, recuerdo su voz al enojarse, recuerdo aquel miedo que tuve, recuerdo la última vez que le vi; el recuerdo casi siempre va acompañado de una emoción y una vez ligados, recuerdos y emociones son inseparables.
Borges, en su cuento “Funes, el memorioso”, nos habla de un personaje infeliz: Irineo Funes, un ser tullido y encerrado en un cuarto oscuro y húmedo. Su tragedia: la memoria. Nunca olvidó nada. Puede que no ovidar nada sea un infortunio y no, como se cree: una virtud. Pero olvidarlo todo puede ser también una tragedia.
Con base en lo anterior, podemos decir que la memoria es aplastante, implacable, traicionera y caprichosa: va y viene a su antojo. Hay técnicas para recordar, pero también las hay para olvidar. Y eso es lo sustancial: ¿qué decisiones tomamos con respecto a la memoria y a los recuerdos?
Pensamos que la intención de Borges, en su cuento, no es postular a la memoria como un ejercicio maldito; por el contrario: creemos que es insinuar la relevancia que tiene lo que la memoria devela y lo que oculta. En el caso específico de Funes, podemos decir que todo lo que él recuerda no puede ser razonado, no puede ser pensado o discernido. Pero tampoco es emotivo para él. En Funes los recuerdos no se encuentran ligados a emociones. Son sólo datos, archivos de memoria catalogados y almacenados sin discriminación alguna. De ahí que Borges sentencie: “sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”. Esto nos hace pensar que la memoria, la mayoría de las veces, se edita de forma inconsciente en nuestros cerebros, se procesa sin darnos cuenta y nos produce inquietudes. Las emociones producidas por la memoria generan experiencias de todo tipo. Funes deja de lado el pensamiento y la experiencia para priorizar el recuerdo. Su peculiaridad y su condena, hay que insistir en ello, es recordarlo todo, todo el tiempo. Y entonces surge la pregunta a quemarropa: ¿Qué es la memoria sin pensamiento y sin emociones que la acompañen?
Cabe apuntar, llegados a este punto, que no sabemos si “Funes, el memorioso” es un cuento, una fábula o simplemente un ejercicio de la memoria (¿o una condena?) que la impele a recordar.
Eso aparte, debemos apuntar que el mundo cuentístico de Borges siempre hay una tendencia a la reflexión. Casi todos sus personajes son presas del recuerdo, cuando no de las reminiscencias.
Suele decirse que la memoria nos ayuda a sobrevivir o, mejor aún: que el recuerdo es uno de los elementos más importantes para vivir. El poeta griego Cavafis, con ese dejo de congoja que caracterizaba su obra, decía: “Y cuanto de mi amor puedas, memoria, cuanto puedas, tráemelo de nuevo esta noche”. Y tal vez por esta razón era tan importante para los antiguos egipcios ser recordados y nombrados, siendo ese, un gesto vital para sobrevivir en el llamado “Más allá”, por lo cual ser borrado de la historia era el peor castigo.
Ahora bien, si memorizamos todas las experiencias como Funes lo hace, tendríamos que encerrarnos, como él, sólo solo para rememorar, sin tiempo para reflexionar por qué recordamos.
No hay que olvidar que la historia como disciplina se encuentra estructurada en base a la memoria de hechos históricos concretos; es decir: en base a gestas o vicisitudes basadas en el recuerdo de las evidencias y los datos que alguien, en primera instancia, obtiene de uno o varios recuerdos. No en balde se habla de “la memoria de acontecimientos”.
Incluso los cuestionamientos que se oponen a esta “memoria histórica”, hay que decirlo, también parten de otros recuerdos. El recuerdo que otros hacen sobre ciertos sucesos. En cierto sentido, dicha memoria es un proceso político que se construye desde el poder y, en buena medida, es utilizada como justificación de un presente que busca su permanencia en el futuro. Dicho en otras palabras: es el poder quien implanta una historia institucionalizada de la memoria, la cual carece de emociones, posibilidades y enunciaciones comunales.
Por lo regular, la institucionalización de la historia y la memoria son empleadas como herramientas para generar narraciones que benefician a quienes las construyen, habitualmente son grupos económicos o de poder que forman convenciones en donde todos deben pensar de la misma forma.
En esas narraciones oficialistas a favor del poder económico, generalmente, no tienen cabida las historias individuales o las narraciones comunitarias ni los relatos de los oprimidos.
En conclusión: estamos persuadidos que sería un ejercicio necesario recuperar los recuerdos y la memoria de estas comunidades, así como de cada uno de los integrantes de los grupos dominados, quienes han sido obligados a olvidar de manera sistemática por parte de quienes detentan e imponen la “memoria histórica”.
Tanto el olvido absoluto como la memoria absoluta, siguiendo el planteamiento de Borges, son invalidantes; es decir: ambos incapacitan el pensamiento. Funes, de algún modo, una suerte de incapacitado: un impedido. Todos los recuerdos y catalogaciones que se agolpan en su cabeza resultan inútiles y es incapaz de transmitirlos. Y hasta hoy, nosotros, como Funes, también hemos actuado de manera disfuncional al olvidar lo que nos pertenece y nos identifica, dejándonos oprimir por las memorias impuestas. ¿Hay que liberarnos del peso de esa memoria inoculada? En la pregunta está la respuesta.
* Músicos, artistas visuales y teóricos del arte.