Por Ana María Vázquez
RegeneraciónMX.- Creímos que nunca llegaría, que solo sucedía en Wuhan y estaba tan lejos… los primeros focos rojos llegaron cuando tres altos políticos mexicanos llegaron de Aspen contagiados y murieron poco después.
Curiosamente una película que casi de inmediato sacaron de cartelera, anunciaba un escenario catastrófico a causa de un virus. En los medios se prohibió discutir el asunto y solo las voces “autorizadas” podían hablar de él, sin embargo, en redes comenzaron las cadenas de remedios mágicos que aseguraban la curación y la inmunidad ante la tragedia que el mundo tenía encima.
Todos nos encerramos presas de miedo y sin embargo, el bicho se coló por los rincones contagiándonos. Vimos morir vecinos, familia, amigos sin poder hacer nada por acompañar sus últimas horas, darles un adiós o enterrarlos dignamente, en la sicosis provocada por el miedo, las calles vacías, las restricciones ordenadas por una OMS que tampoco tenía mucha idea de cómo manejar la pandemia, muchas autoridades encarcelaron, golpearon y hasta asesinaron a gene inocente por salir de casa fuera de los horarios para buscar comida o por negarse a usar cubrebocas, el dinero escaseó y muchos países (excepto el nuestro) aceparon deudas leoninas para sobrevivir, las farmacéuticas hicieron su agosto, las empresas de insumos para limpieza y desinfección vieron crecer sus ganancias como nunca antes.
La pesadilla humanizó a algunos por un tiempo y mientras yo veía esto, tenía la esperanza que las cosas cambiaran, que los valores, la generosidad, la empatía y el sentido comunitario regresaran; soñaba, aun sueño.
Y en primera fila, esos que hoy tenemos casi olvidados, los médicos, enfermeras y personal de hospitales que apenas con lo que tenían por el desabasto, hacían lo imposible por mantener con vida a los pacientes; rostros hinchados, enrojecidos, cuerpos agotados por las horas en vela bajo tensión y miedo, cerrando sus improvisados trajes hasta con masking tape para evitar que el enemigo entrara en su sistema.
Miles no pudieron ser salvados y ellos, la mayoría, desgastados, exhaustos, salían de los hospitales a llorar en las desoladas calles su frustración.
El ruido de las ambulancias se escuchaba día y noche, afuera de los hospitales destinados para ello, no había gente, solo carrozas fúnebres haciendo fila para llevarse los cuerpos de los que no lo lograron.
¿Qué aprendimos?, fuera de las secuelas físicas y emocionales, de agradecer haber contado con el mejor gobierno en el peor de los tiempos, me temo que muy poco; la humanidad volvió a ser la misma, los valores se siguen contando por lo económico y no por la calidad humana.
La OMS acaba de anunciar el fin del estado de emergencia, pero no de la COVID, mientras escribo esto, me encuentro en recuperación de mi 4ª vez. Me considero afortunada sobreviviente con mucho que aprender y más por agradecer.
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