Por Armando Oviedo Romero
In memoriam Samuel Pantoja Oviedo
RegeneraciónMx.- De los ganadores del prestigioso Premio de Poesía Aguascalientes, Baudelio Camarillo (Tamaulipas, 1959) es de los pocos poetas en mantenerse fiel al oficio de tinieblas claras. Y vaya que es un premio no sólo prestigioso sino peligroso para quienes lo reciben, ya que la quienes lo obtienen en su plena juventud corren el riesgo de quedar paralizados.
Debo creer que para un poeta menor de 50 años (Desiderio Macías tenía 50 años, o casi, cuando lo obtuvo y el doctor Elías Nandino, con sus 73 años a cuestas, lo obtiene exprofeso en 1979 al no haber libro que ese año hiciera mella en el jurado estricto) es una responsabilidad que lo marcará para siempre, pues pasa a la historia de la literatura como un graduado en una ruta de la lírica nacional. Y es que este no es un premio para advenedizos o diletantes o improvisados, aunque se da el caso de “poetas que tocan la flauta”, como diría el siempre irónico Guillermo Fernández. No al menos para quien tiene la decisión de ser poeta a ese grado, ganar esa lana… y continuar en el oficio sin caer en la desidia o la burocracia verbal.
Cierto que un premio no hace al poeta pues hay varios que lo son sin ostentar blasones institucionales. Y ya se sabe de quienes hacen de esa labor su modus vivendi obteniendo premios a pasto para sobrevivir con lo ganado y, vivillos, viven para transar con el certificado y enquistarse en espacios de beneficio.
Pero Baudelio Camarillo no es de esos y sí es de los pocos poetas fiel a su oficio con la palabra y quien de manera modesta se mantiene lejos de los saraos y se dedica a la escritura y a la pedagogía para continuar pergeñando una obra metódica y medida sin ser un ermitaño huraño.
Por esa constancia apareció hace pocos años su poemario titulado Al fondo está la noche, editado de manera sencilla por la Casa Editorial Capítulo Siete (México, 2018).
El título me evoca la eufónica frase “Al fondo a la derecha”, típica expresión cuando uno pide la ruta hacia el sanitario (o incluso sirve de boba referencia política en la vida inútil de los “memes”). Y al iniciar la lectura del poemario, parecería que esa noche anuncia “a la derecha” política de mi contaminación sonora, por ser el camino hacia lo más sucio de las noches de la realidad mexicana tan llena de inmundicias cotidianas, sobresaltos y otros datos de la nota negra llamada nota roja.
Los poemas de Baudelio no han crecido sino que han profundizado en ideas e imaginación. Su mirada va de la luz de En memoria del reino a la oscuridad de esta noche de los tiempos. Esta mirada de ojos grandes en su rostro aniñado sorprende pues tiene los ojos ⎼como escribe W.G. Sebald en Austerlitz sobre los animales que albergan el Nocturama por donde se pasea su personaje⎼, ojos sorprendentemente grandes y esa mirada fijamente penetrante que se encuentra en algunos pintores y filósofos que, por medio de la contemplación o del pensamiento puros, tratan de penetrar la oscuridad que nos rodea…
Así se lee en la primera sección del breve poemario, que se titula “Aquí y ahora”. Es la afirmación en verso de que ya pasó la noche del romanticismo y la reflexión, y ahora cede el paso a la noche del miedo, del terror. Comienza el viaje al corazón de las tinieblas.
Dice el poema “Balacera” (dedicado a Margarito Cuéllar):
Escribí poemas de amor a los 20 años.
Y a los 30 años escribí también poemas de amor.
Y hube poemas de amor a los 40
y aún a los 50.
Ahora silban las balas.
Si alguna tuviera como destino mi cabeza
llámenle Amor a la mancha
Que quede
en esta calle.
Con este poema, nudo en la garganta, inicia la primera sección que por fortuna es breve y transita a toda velocidad, pasando del trago amargo que se bebe en el país, tratando de situarse en un espacio más amable.
Una vez tomado ese buche áspero, el poeta se repone, toma un hondo respiro y enfrenta sus demonios con la esperanza a cuestas, aunque la rama cruja.
Las siguientes partes del libro son, si no más esperanzadoras, sí más reflexivas y alejadas del panfleto o la rencilla. Son más de recursos sonoros y recuerdos amigables, ya sean de la familia, de la mujer querida o de la gentil naturaleza, también tan vapuleada en estos tiempos con sus líderes asesinados y el territorio mancillado.
En memoria del reino, libro con el cual Baudelio obtuvo el Premio de Poesía Aguascalientes 1993, era un canto a la naturaleza y sobre la naturaleza erótica de la amada entre la naturaleza. Y cerraba con la muestra feliz de la velardeana Casa del Poeta, y dedicada a Efraín Bartolomé. Eran poemas sensuales y atentos a la caricia más profunda, cubierta y descubierta con la mirada. Ahí, donde “Nada pudo la noche”, no era la negación dolorosa de la violencia agazapada sino, aún, la posibilidad romántica de la inquietud frustrada en el último momento. Sin embargo, aquel reino fue invadido y queda para la memoria el paraíso perdido para, a través de la palabra, volver a recuperarlo.
Es entonces cuando Baudelio ⎼pasando la aduana del dolor en la primera parte de Al fondo está la noche⎼ se interna con la palabra como linterna para guiarnos, con su voz y sus destellos, por el camino amarillo.
En memoria del reino el poeta intuía penurias y ya nos advertía, “en mis ojos estalla un tiempo negro”. Pero en ese libro abundaba la generosidad de la naturaleza sostenida por el amor y la calma, y al final del bosque de las delicias nos esperaba la cálida hospitalidad de la Casa del Poeta.
Ahora se trata de recuperar el reino navegando el río, del mismo nombre Guayalejo, pero no en la misma memoria ni del tiempo. Ya se sabe la sentencia: nadie se baña dos veces… etcétera. Pasado el trago amargo y sincero es hora de proponer y desdoblarse. Es entonces que el libro Al fondo está la noche sacude nuestra somnolencia y nos abre las hojas para “Mirar hacia el silencio”, despertar al “Agua que duerme” e iluminar con los “Destellos” el camino trazado por la “Luna de octubre”. Esos entrecomillados señalan las secciones que hay que cruzar intuyendo que Al fondo está la noche como una luminiscencia. Escribe el poeta,
Muchos años estoy aquí de nuevo.
Los días reposan frente al mar y la distancia es más azul que entonces.
Ah, sin el peso terrible del amor mis huellas no se imprimen en la arena.
Arena es el sinónimo del sueño que soñé junto a su cuerpo.
Y viene este lamento a cercenar mis manos
por haber permitido que escurriera entre mis torpes dedos
un tiempo como ése.
Y lo que habrá de seguirse es la memoria iluminada como un río, cálida como el amor, esperanzadora como la luna, símbolos constantes en la poética de Baudelio.
Y es al final, con “Destellos” que asistimos a la parte más luminosa del poemario. Cada cosa es luz de palabra clara. Un brillo que será esperanza con la parte final del libro en el renacer de la luna, no como una monotonía sino como un signo de los pasos ganados, los pasos en las huellas, lo andado con sentido de ruta y no como desconsuelo desorientador del embobado ante el misterio que puede revelarse o rebelarse.
Y es que la palabra del poeta no es esquela, sino el contrapeso del silencio cómplice. Hablo de la palabra del poeta como la palabra justa en su medida, en su tono, en su reflexiva parsimonia. Esa que un poeta como Baudelio Camarillo cultiva con pausa y sin prisa como dije antes.
Y la palabra bien pesada, bien medida, siempre es actual.
Estas palabras,
tinta de mis días y mis noches,
hijas del puro amor,
se cubrirán de polvo,
gloria serán del fuego,
las ahogará la lluvia,
las borrarán los años,
pero no podrá
llevárselas el viento.
Al fondo está la noche, pero como claridad de verso profundo sin ser hermético.
* Narrador, poeta, sociólogo, ensayista y crítico literario. Es autor de “No anunciar” y “Manzanas de Sodoma”. Ha sido coordinador de talleres literarios en la UIA y en El FARO de Oriente; fue coordinador editorial de Periódico de Poesía, colaborador de Casa del Tiempo, Gaceta UNAM, Sábado, Tierra Adentro y Viceversa.