#Opinión: Ultraderecha mexicana – Parte I

Los inicios de la ultraderecha mexicana se remontan antecedentes como los realistas que impedían la independencia de México en las primeras décadas del Siglo XIX. Aquí la primera parte de su historia.

Foto: Mediateca del INAH

Por Miguel Martín Felipe

RegeneraciónMx, 02 de abril de 2022.- Durante todo el tiempo en que gobernó el PRI, la sociedad mexicana se olvidó casi completamente de que podía haber una verdadera pugna entre facciones. De hecho, las coordenadas se fueron volviendo cada vez más difusas, puesto que el PRI, que gobernó durante 70 años ininterrumpidos a partir de su fundación en 1929, se inició como un partido que podríamos denominar de izquierda. Su estructura era un calco del partido Bolchevique, que de la mano de Vladimir Lenin se había impuesto al imperio ruso en 1917, en la llamada revolución de invierno, para fundar la URSS.

El asesinato de Álvaro Obregón, el 17 de julio de 1928 significó un parteeaguas en el orden político mexicano. Quedaba atrás el tiempo de las pugnas de poder con la muerte del último general revolucionario y se accedía a la era de la negociación política con el bienestar social como principal motor del entonces Partido Nacional Revolucionario, y con organizaciones sindicales de todo el país como sus bases incondicionales. Sin embargo, si reparamos en el asesino material de Obregón, José de León Toral, un fanático cristero que fue fusilado el 9 de febrero de 1929; podemos entonces afirmar que el mencionado magnicidio sirvió también para demostrar una de las tesis que sostenía el partido de Estado: los extremismos, y sobre todo aquellos que enarbolaban la bandera de la religión, eran perjudiciales para el avance democrático y social del país.

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Las facciones de extrema derecha se remontan a antecedentes como los realistas que impedían la independencia de México en las primeras décadas del Siglo XIX, mismos que lograron poner en el poder a Agustín de Iturbide como emperador en 1822. En un contexto en que las ideas de la ilustración y el gran cisma de la revolución francesa estaban cambiando para siempre el orden mundial, México tardó, pero finalmente entró en aquella dinámica, cuando Benito Juárez libró la guerra de Reforma entre 1858 y 1861 contra el bando de los conservadores, cuyos remanentes se reagruparon años más tarde para propiciar la instauración del segundo imperio mexicano, encabezado por unos Maximiliano y Carlota que fueron retratados como poco menos que víctimas de la fatalidad en la grandiosa obra Noticias del Imperio de Fernando del Paso.

Sobreviviendo a francas persecuciones y muchas veces perdiendo notoriedad en la escena nacional, han subsistido desde entonces los grupos ultraconservadores al amparo de la iglesia católica. La promulgación de la llamada Ley Lerdo en 1856 y posteriormente de la Constitución de 1857, así como la irreversible separación de la Iglesia y el Estado, restaron cohesión y poder a la facción conservadora y prácticamente la acotaron a ciertas zonas del país, sobre todo los estados del norte y el bajío, con especial presencia en Jalisco, Guanajuato, Querétaro, Aguascalientes y Zacatecas.

Los bandos que pelearon en la revolución mexicana, acaecida entre 1910 y 1920, pugnaban por intereses políticos y económicos, pero el factor religioso no se involucró de manera manifiesta.

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Sin embargo, terminado este periodo, en 1926 estalla la Guerra Cristera en los estados mencionados en el párrafo anterior, como respuesta a la llamada Ley Calles, que pretendía limitar la práctica del culto religioso en todo el país, lo cual motivó un movimiento armado que encabezaban ministros de culto y pueblo llano en las regiones donde la práctica católica estaba mucho más arraigada. Obregón lidió contra este conflicto que abarcó de 1926-1928, para hacer cumplir la ley promulgada por Calles, quien inició su periodo de esplendor y control total del país, el llamado Maximato, a la muerte del incómodo Obregón, e hizo que se zanjara el conflicto cediendo a las demandas de entregar las iglesias tomadas, permitir la práctica religiosa en la vía pública y con la oportuna declaración de Emilio Portes Gil como abiertamente católico a su ascenso al poder en 1929, con Calles detrás.

En la próxima entrega veremos cómo la ultraderecha se mantuvo vigente y activa en las sombras, pero dejándose ver en momentos puntuales.

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