«Parásitos” en la inteligencia y en la transformación

Las piruetas argumentales de «Parásitos» van de salto mortal en salto mortal, hasta el punto de que hay que apagar la inteligencia

Este contenido es publicado con autorización expresa de la revista “Agitación” www.agitacion.org/

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Por David Fuente

Regeneración, 12 de febrero de 2020. La película está construida en un creciente encadenamiento de imposibles. Si de ficción se trata, es inverosímil; de una pobreza tremenda. Las piruetas argumentales van de salto mortal en salto mortal, hasta el punto de que hay que apagar la inteligencia y tragar absurdos para poder seguir viéndola como si nada. Pero si queremos estar ante una metáfora realista, no nos va mejor. En realidad, estamos ante la nulidad analítica.

Se nos presenta a una familia rica. El contexto es su casa elegante y refinada. El capital es el lujo en el hogar. Este es el nivel de profundidad. El espacio de trabajo del rico aparece 15 segundos en la película. La riqueza es, por tanto, un fenómeno naturalizado. Tan inexplicado como lo está a nivel real. Cae del cielo; o mejor aún, mana del hombre rico. Cualquier mente con perspectiva socialmente dormida (no marxista) no encontrará problema en esto. Todo está en su sitio.

La familia de clase trabajadora es el parásito. Es decir, todo sigue en su sitio. La riqueza no se sabe cómo se produce. De modo que a la clase trabajadora solo le queda salir de su madriguera a “absorber riqueza” de la familia rica. Trabaja para esta: profe particular de inglés, cuidadora, chófer y asistenta. Ni se os ocurra pensar que en la película se va a sugerir que la riqueza es fruto del trabajo y la naturaleza. No hay trabajo en sentido estricto ni clase trabajadora. La clase trabajadora es meramente la clase pobre. Todo aparece de manera superficial. ¿Las diferencias sociales? Un drama que tampoco se sabe de dónde viene.

La familia pobre es inmoral de puertas para afuera. Es una trepa sin escrúpulos. Depende de empleos precarios que ni realiza bien, pero el énfasis se concentra en que ya no tiene wifi gratis y los borrachos mean la ventana del sótano en el que viven. Toda la trama de la película sigue el discurrir de los engaños de la familia pobre; una familia extrañamente cohesionada. Todo es idílico entre ellos. Incluso el padre le confiesa al hijo estar orgulloso ante el título universitario falsificado. No se avergüenza, ni tampoco lo ve como algo con lo que tragar: le dice que está orgulloso. El problema es lo que después tienen que hacer para sobrevivir; aunque la película lo muestra como si no fuera un problema para ellos (siempre y cuando todo salga bien). En lugar de exponer las cotidianas luchas reales de la clase trabajadora surcoreana, los pobres son meros estafadores.

A los liberales está película les va a encantar. ¿Análisis exhaustivo del capital, organización proletaria, desestructuración laboral, contexto de criminalización sindical, aspiración a una transformación socialista? Ni hablar. En la película no hay nada que permita intuir a los sindicalistas detenidos arbitrariamente en Corea del sur para mantener hasta hace un año una jornada laboral de 68 horas semanales, la brutal represión en las huelgas, la tasa de natalidad más baja del mundo por la aventura imposible que es tener un hijo, o la corrupción gubernamental (es decir, la compra que hacen los ricos de favores a los políticos). Todo esto son pamplinas de marxistas.

La familia rica es perfecta. Depende del trabajo de la familia pobre, pero ¿acaso en nuestra sociedad no dependemos sistemáticamente del trabajo de conductores de metro, barrenderos, médicos, cajeras, electricistas etc. para hacer nuestra vida? Para querer ver el parasitismo mutuo hay que poner mucha voluntad. Es cierto que la mujer rica es bastante ingenua (de nuevo: a niveles inverosímiles), pero el padre pobre también es bastante bobo. ¿Y a quién se le puede culpar por su propia ingenuidad? Es cierto que el hombre rico es distante con su esposa y la ignora en buena medida. ¿A quién no le aburre a ratos su matrimonio? Por lo demás, todo es correcto. Son buena gente, educada; simple y llanamente rica. Los pobres son los doblemente miserables: no tienen wifi ni escrúpulos, menos aún ante sus semejantes.

Es el relato perfecto de un par de guionistas con inquietudes sociales, pero absolutamente despistados, o el anuncio de una empresa de seguridad.

Es un buen medio para asustar a burgueses. Pero asustarlos desde lo delictivo, claro, no desde lo revolucionario. La conclusión es clara: ojito con el chofer y la asistenta; los pobres pueden ser peligrosos. Las condiciones sociales que arrojan el contexto, con el cual los guionistas juguetean torpemente, están fuera de todo análisis. Lejos de incomodar a nadie, y a pesar de los momentos frívolos y violentos, la trama es en realidad una caricia superficial que pasará como un retrato curioso y tragicómico. Perfecta para los grandes premios imperantes. Te dice que el mundo puede ser un asco, pero de tal forma que el mundo va a quedar intacto. Nada se va a mover en esta película. Tampoco invita a pensar más allá. La condición social es penosa pero eterna.

¿Y qué es la conciencia de clase en la película? Darse cuenta de que para los ricos los pobres huelen diferente, a metro, a pobre. Nivelón. Tu hija se está muriendo entre tus brazos; tienes tus manos empapadas en sangre bloqueando la herida de su pecho que mana a borbotones; te dice “papá, me duele”; tu jefe te dice que dejes de hacer el imbécil, que vayas al coche para llevar a su hijo desmayado al hospital; te dice que al menos le des las llaves; se las tiras. Pero ¿qué es lo que te hace levantarte y plantarte ante esa inhumanidad (inhumanidad de la cual el rico en parte no es responsable, porque tu estafa ha hecho que él no pueda saber que esa joven que está muriendo entre tus brazos es tu hija)? Exacto, el rico acaba de mover el cadáver de otro pobre que huele a pobre, y arruga el rostro por su olor a pobre. Entonces ya no puedes más, te levantas y lógicamente apuñalas a tu jefe, porque le molesta el olor de los pobres, que es tu olor, y eso te humilla. No le ignoras mientras sostienes la vida de tu hija, sesgada por otro pobre, los últimos segundos. Te levantas y apuñalas a tu jefe que ya se iba. Este tipo de sinsentidos son los que tenemos que tragar continuamente como lógicos.

En realidad, este cúmulo de sinsentidos solo puede entretener a quien ya ha perdido el sentido; a quienes viven en los espejismos ideológicos. Nos quieren vender que pensar en términos transformadores son pamplinas irrealizables, y en su lugar nos ponen pamplinas irrealizables en las que la clase trabajadora no se autoentiende y encima se aniquila absurdamente. Y dirán: realismo pleno. Falso. Eso es lo que pretenden, silenciar la propia existencia y pujanza del movimiento obrero, que hoy en día sigue sistemáticamente luchando en todo el mundo, sin duda con muchas debilidades, pero conquistando aquí y allá avances y defendiendo lo logrado, también en Corea del Sur. Otros dirán: es realismo ficcionado. A lo que habrá que responder: en esta película lo real es falso, y lo falso falsísimo.

Si algo está bien expresado es aquello que es tangencial. Quizá los guionistas, sin duda pequeñoburgueses desorientados jugando a hablar de las clases sociales sin entender absolutamente nada, sí tienen mucho más interiorizado lo que es el patriarcado. El orden patriarcal de la familia rica es lo que mejor se presenta.

La mujer rica es la dueña ingenua de la casa. Ella contrata a los empleados del hogar y define autónomamente su sueldo (teniendo en cuenta, claro, que ninguna de sus tareas genere preocupaciones al marido). Ella es el corazón, la prudencia, la preocupación familiar, quien contrata los cuidados que no dan, quien sufre y se alegra ondulantemente, y quien dinamiza las relaciones sociales extrafamiliares. El hombre es el dinero, la serenidad y la severidad, el puntual divertimento aventurero y el impulso sexual.

Los roles de género de la familia pobre, hermano y hermana, marido y mujer, son mucho más homogéneos. Forman un equipo codependiente que tiene que parasitar para sobrevivir. Por supuesto que hay división sexual del trabajo en el caso del marido y la mujer, y detalles de un componente de autoridad mayor en el padre, pero el trabajo de ambos es trabajo social. Son en mucha mayor medida compañeros.

Esto era algo que, de modo revolucionario, ya recogieron Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, y Bebel en La mujer y el socialismo, a finales del siglo XIX. También Clara Zetkin y Aleksandra Kollontái después. Pero esta comparación queda muy desequilibrada…

Como alegoría de la realidad, la película es pobrísima. Servirá para alimentar todos los prejuicios y la inactividad transformadora. Solo ciertos izquierdismos no marxistas tragarán satisfechos un análisis en el que aparecen las clases, sí, pero en un retrato torpe y solo para reafirmarlas, sin absoluto criterio ni analítico ni emancipador (que con buena y vaga voluntad habrá quien, como el director, le trate de adosar). Como ficción: inverosímil. Si se decide apagar el cerebro y comer palomitas, no está mal. Puede llegar a entretener. Y de eso va esta película, de entretenernos.