Insulto palabra por palabra
Por Halina Gutiérrez Mariscal, Luis Fernando Granados y Fernando Pérez Montesinos
Que quieran privatizar la industria de los hidrocarburos es una cosa. Hace tiempo que es evidente para quien quiera ver y escuchar las palabras de los ideólogos del régimen que reforma es un eufemismo para decir “privatización”. Pero que mientan para convencernos de su propósito es un asunto enteramente distinto, pues la mentira es un insulto a nuestra inteligencia. Un insulto. Quizá lo único bueno es que la mentira también ha revelado una vez más la insuficiencia del argumento privatizador y hace manifiesta una actitud culposa por parte de sus abogados.
Ayer, a la hora de presentar su “reforma energética”, Enrique Peña Nieto mintió con todos los dientes. No es que haya dicho una verdad a medias o que haya interpretado los hechos según su interés político. No. Simple y sencillamente intentó engañarnos. Al menos respecto de un punto que él mismo considera importante. Para curarse en salud de la acusación de ser contrario al espíritu cardenista, en su discurso dijo que su propuesta de reforma constitucional “retoma palabra por palabra el artículo 27 del general Lázaro Cárdenas” (aquí está el discurso completo). Esto es falso. Falso de toda falsedad. Porque no existe tal cosa como el artículo 27 “de” Lázaro Cárdenas. Y porque en ningún momento en la segunda mitad de los años treinta la constitución contempló el tipo de contratos que Enrique Peña Nieto acaba de proponer.
Conquistar el pasado
Entre 1934 y 1940, el artículo 27 de la constitución fue reformado una sola vez: al año siguiente de la expropiación petrolera (al menos, de acuerdo con la cámara de diputados). Obviamente, esa reforma es la única con la que podría relacionarse la afirmación de Peña Nieto. Ocurre, sin embargo, que la reforma de noviembre de 1939 —que no obstante entró en vigor apenas en noviembre de 1940— sólo se propuso suprimir el régimen de concesiones, hasta entonces el mecanismo preferido para regular la relación entre la ley y el orden económico existente (aquélla afirmando que todos los recursos naturales son propiedad de la nación, éste impulsando la commodification de las relaciones sociales). Ni la iniciativa de Cárdenas ni el texto constitucional reformado hablan de contratos (aquí el texto de la iniciativa y aquí el decreto). Ni una palabra. Al contrario, lo que entonces se estableció es que Tratándose del petróleo y de los carburos de hidrógeno sólidos, líquidos o gaseosos, no se expedirán concesiones y la ley reglamentaria respectiva determinará la forma en que la nación llevará a cabo las explotaciones de esos productos.
Con todo, Enrique Peña Nieto no es un mitómano vulgar. Su mentira no es mera fabulación, sino alteración interesada de los hechos. Empíricamente, consiste en “elevar a rango constitucional” una de las disposiciones de la ley reglamentaria del artículo 27, aprobada por el congreso en noviembre de 1940, semanas antes de que Cárdenas dejara la presidencia. En efecto, el artículo 7 de la ley creó la posibilidad de “establecer contratos con los particulares, a fin que estos lleven a cabo, por cuenta del gobierno federal, los trabajos de exploración y explotación, ya sea mediante compensaciones en efectivo o equivalentes a un porcentaje de los productos que se obtengan” (aquí está el documento). Como el viraje antiestatista de la ley se corresponde con la extraña manera en que Cárdenas terminó su mandato —cediendo a la presión de la derecha dentro y fuera del gobierno para garantizar la continuidad del régimen—, simbólicamente el engaño se basa en suponer que la política cardenista fue siempre la misma y que fue además de una coherencia absoluta; esto es, parecería que Peña Nieto sólo es capaz de percibir al señor cuyo retrato aparece en los billetes de cien pesos.
Con todo, en la invocación fraudulenta del Cárdenas del 18 de marzo cabe ver una suerte de derrota cultural de quienes, como Peña Nieto, llevan años insistiendo en que el único modo de solucionar la crisis de la industria petrolera es abrirla al mercado (lo mismo da si mucho o poquito). Porque, por supuesto, la premisa del engaño, el elemento que la hace posible, es una convicción social, recogida incluso por las encuestas de opinión, acerca del sentido de la expropiación petrolera y la creación de Pemex, que hasta ahora parece no haber sido afectada por la propaganda gubernamental. En ese sentido, la mentira clara y distinta de Peña Nieto no es más que una nueva evidencia de que el petróleo es de todos no por obra y gracia de un general michoacano sino por la voluntad de millones de personas —millones que ayer fuimos insultadas por el presidente de la república.