Por: Elena Poniatowska | La Jornada
La desaparición de la hilera de pinos que rodeaban la pieza de agua del Parque de La Bombilla ha sido la gota que derramó el vaso en esta diaria destrucción que se inició antes del 17 de enero de 2013.
Aunque se trata de una zona histórica por decreto presidencial, el delegado Leonel Luna atropella a los vecinos y toma decisiones que a todos nos afectan.
Durante la última semana de marzo la hilera de pinos y el corredor de dalias y rosas en torno al espejo de agua desapareció de golpe y porrazo, y al preguntarle a uno de los trabajadores qué pasó con ellos, me respondió:
–Anoche los trituraron y los hicieron composta.
–¿Y las flores?
–Cada quien se llevó las que pudo a su casa.
–¿Y los delfinios, las bugambilias, las begonias, los chinitos?
–También se trituraron.
–¿Y los arbolitos de durazno?
–¡Uy no, a esos se los echaron primero!
Según tengo entendido, un parque consta de árboles y flores, áreas verdes, senderos para caminar y bancas para quienes gustan leer o meditar u hojear el periódico. Hoy, La Bombilla es una inmensa plancha de concreto.
¿Por qué? –pregunté a un trabajador.
–Para que los que pasan en su coche por Insurgentes puedan ver de lejos el monumento.
El DF es para los automovilistas.
Hace años los niños sin recursos que nunca tienen vacaciones se metían jubilosos al espejo de agua; era su única posibilidad de alberca y era bonito verlos retozar en calzones bajo el sol. Ahora nuestra ciudad está al servicio de ese nuevo tirano, el automóvil, igualito a Cuauhtémoc Gutiérrez, que machuca a las mujeres. En el DF no hay respeto alguno para el peatón y los sitios de esparcimiento han desaparecido.
Hace más de un año, el 6 de febrero de 2013 había yo escrito un mensaje a Leonel Luna que se quedó sin respuesta. Le explicaba que intenté comunicarme a través de varios teléfonos y no hubo manera de obtener una respuesta y que desde el mes de diciembre los vecinos de Chimalistac, Guadalupe Tron e Ignacio Chávez de la Lama pretendíamos saber qué iba a pasar con el parque de La Bombilla y nos quedamos con un palmo de narices. “Ha sido levantado el pavimento, no sé con qué fin. El problema de La Bombilla es el de las ratas y la basura. Ahora está seco porque nadie lo riega en vista de su llamado remozamiento. Lo que necesita la tierra es que la rieguen no que la cubran de concreto. Lo que le hace falta a un jardín son plantas. El ginkgo biloba que Miguel Ángel de Quevedo trajo a México ya se secó. Ojalá y se comunicara conmigo.
Leonel Luna nos ha tirado de a lucas y todas las salidas matutinas son una nueva decepción. La avenida Insurgentes es una vialidad muy concurrida, pero ninguno de los que pasa en automóvil piensa en otra cosa sino en llegar a su casa o quizá a Cuernavaca o a lo mejor hasta a Acapulco. El parque con el monumento al General Álvaro Obregón cuyas figuras esculpió Ignacio Asúnsolo desde el 11 de junio de 1934 se ha quedado atrás como huerfanito. Ni el águila azteca de piedra en sus muros, ni los héroes nacionales supieron defenderlo contra la barbarie que en el DF se ejerce contra los ciudadanos que no cuentan con áreas naturales protegidas y mucho menos con la llamada conservación ecológica.
Todas las noches, Álvaro Obregón recibe ya muy tarde en su lecho de piedra a un teporocho que envuelto en una cobija de cuadros azules y rojos duerme como un bendito. Me atrevo a pensar que a lo mejor también a él, auténtico dueño del Parque de La Bombilla, lo harán pasar por la picota.
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