Por fin ¿el principio del fin? Por Lorenzo Meyer

 
“La transición política aún no tiene lugar en México, pero quizá estemos en su inicio. Ojalá corramos con suerte”— Lorenzo Meyer

Regeneración, 02 junio 2017.- Una manera de entender la contradictoria naturaleza de la política mexicana actual, es partir del supuesto de Antonio Navalón, (El País del 29 de mayo): la transición política de México aún no ocurre. El final del sistema político que construyó la Revolución Mexicana no fue 1997 -cuando el PRI y el presidente perdieron la capital y el control de la Cámara de Diputados- ni tampoco el 2 de julio de 2000 -cuando perdieron «Los Pinos»- sino que posiblemente será consecuencia de la elección en el Estado de México, que, a su vez, es la puerta de entrada a la complicada elección presidencial de 2018.

La perspectiva de Navalón coincide con la del mismísimo candidato priista mexiquense: «de nuestro triunfo depende el futuro del priismo; depende el futuro del país», (Reforma, 29 de mayo). Exagera, pero no mucho, pues incluso si el PRI triunfa, lo hará a la antigua -con una evidente «elección de Estado»-, pero ya no le será posible reafirmar el sistema vigente. Y si en 2018 el PRI y todo lo que ello implica lograra mantener «Los Pinos», es muy poco probable que las profundas divisiones e insatisfacciones que hoy caracterizan a la sociedad mexicana, le permitan repetir y descansar en la fórmula política vigente. Ésa ya es inviable.

La tesis que sostiene que México aún no experimenta la transición de un sistema político a otro, es compatible con la que se ha expuesto en esta columna y que caracteriza al actual sistema político como un híbrido inestable, que mezcla elementos del viejo pasado autoritario con otros de pluralismo democrático. Un ejemplo de lo anterior es la propia elección del Estado de México. Ahí, el PRI defiende el campo que ha explotado por 88 años ininterrumpidos con las viejas prácticas de la «elección de Estado». Y para comprobar esto, basta echar un vistazo a los documentos publicados por Proceso y que enumeran los complejos esfuerzos y los enormes recursos invertidos para mantener lo que queda del control priista del Estado de México, (N° 2117, 28 de mayo). Sin embargo, el viejo partido mexiquense enfrenta algo que por años no conoció: una sociedad capaz de dar forma a una oposición efectiva basada en el hartazgo con la corrupción, los abusos y la inefectividad propias de los gobiernos priistas.

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Etapas de una Continuidad. Para sostener que la transición política mexicana aún no tiene lugar y que seguimos viviendo en un sistema que ya cumplió 100 años, hay que interpretar su historia, sus etapas de surgimiento, formación, madurez y decadencia del régimen surgido de la Revolución Mexicana.

De 1917 a 1928, de la elección de Carranza al asesinato de Álvaro Obregón cuando era ya presidente reelecto, se vivió la consolidación de la élite revolucionaria triunfante en su guerra interna. Entre 1929 y la expulsión de Calles del país en 1936, tuvo lugar la formación del partido de Estado (PNR-PRM-PRI) y el afianzamiento de la presidencia como centro y árbitro indiscutible de la vida política. De 1936 a 1994, un presidencialismo con grandes poderes constitucionales, metaconstitucionales y anticonstitucionales, se convirtió en el eje incuestionable de un sistema no democrático, pero relativamente estable, que se renovaba sexenalmente y muy funcional para las necesidades de las élites mexicanas y para el gobierno norteamericano en la Guerra Fría. En 1994, el levantamiento zapatista, el asesinato de Luis Donaldo Colosio, la presidencia accidental de Ernesto Zedillo y el «error de diciembre», abrieron el período en que PRI y PAN consideraron adecuado minimizar sus diferencias y compartir el poder para enfrentar juntos la amenaza de la izquierda, surgida a partir de 1988. El regreso del PRI a «Los Pinos» en 2012 y el «Pacto por México», significaron apenas un reacomodo cupular.

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Lo que Vendrá. La decadencia del sistema político de los cien años ha sido lenta, pero perceptible. Primero perdió el vigor económico y ni con el neoliberalismo ni con el TLCAN lo recuperó. Las ligas del corporativismo priista con obreros y campesinos se debilitaron. Con el 68, la «guerra sucia» y el abandono del nacionalismo, el sistema marginó a su izquierda hasta llevarla a dar forma al PRD y cuando finalmente éste fue cooptado, surgió Morena. A mediados de los 1980, el gran crimen organizado se independizó de la tutela del gobierno y lo desafió abiertamente. El presidencialismo se debilitó y la inseguridad y la violencia se extendieron en este siglo hasta afectar a todas las clases. El fin de la «guerra fría», el narcotráfico, la migración indocumentada y la aparición del «trumpismo», le restaron al presidente capacidad de negociación con Washington, el centro hegemónico. Finalmente, la corrupción aumentó hasta tornarse disfuncional al convertir a la política en una actividad básicamente extractora de recursos y generadora de insatisfacción creciente en una sociedad cada vez más informada, conectada y demandante.

La coyuntura electoral 2016-2018 bien puede ser el final de un sistema político qué, por abusivo y falto de visión, llegó a la inviabilidad. Ahora bien, el cambio lo mismo puede alejarnos del abismo que desbarrancarnos. Para salir bien librados debemos ser, a la vez, prudentes y ambiciosos: aspirar a la justicia, la honradez, la efectividad y la equidad. Es mucho, pero es lo menos a demandar de la transición.