Como (aún) no puede reprimir las expresiones masivas de hartazgo ante su estrategia de promoción de la delincuencia, el narcotráfico y la violencia, el régimen busca ya infiltrarse en la Marcha Nacional por la Paz con Justicia y Dignidad. Como lo advirtió John M. Ackerman en su artículo del pasado lunes en La Jornada:
“Los analistas y medios de comunicación de siempre empiezan ya a edulcorar y unificar el mensaje de la marcha multitudinaria del próximo domingo 8 de mayo en solidaridad con Javier Sicilia. Con el fin de reducir los daños para Felipe Calderón y su gobierno, las imágenes y reportajes que desde ahora se preparan resaltarán las expresiones de rechazo a los criminales y la corresponsabilidad de la sociedad. El repudio directo al gobierno y su fallida estrategia bélica recibirán un trato marginal, y se buscará relacionar estas expresiones con oscuros “intereses políticos” o simplemente descalificarlos como “grupúsculos de resentidos sociales”. El objetivo será construir una escenografía para que Calderón salga al día siguiente a "reconocer la gran importancia" de la manifestación y por enésima vez se comprometa a "trabajar con la sociedad" en la búsqueda de soluciones a la violencia.”
El jueves por la noche, Felipe Calderón confirmó, por anticipado, la predicción del analista: manifestó su “respeto” a la Marcha y afirmó que esa protesta “revitaliza la acción ciudadana como una vía fundamental para superar inercias e impulsar las decisiones y los cambios que requiere nuestro país en temas fundamentales, como la seguridad y la justicia” y reiteró que su administración “es sensible a los ciudadanos y a su exigencia de tener un México sin violencia, por lo que las acciones de las fuerzas de seguridad están encaminadas a proteger a los ciudadanos y lograr el objetivo de tener un México de paz y justicia”. (Lo de menos es que, sólo unas horas antes, hubiese dado pruebas fehacientes de lo contrario: que su régimen calumnia a quienes protestan por la estrategia criminal de seguridad pública, al deslizar que están a favor de los delincuentes, y que es perfectamente impermeable a los reclamos ciudadanos, al reiterar por enésima ocasión, con manotazos, gritos en cadena nacional y cejas alzadas, que se mantiene la línea de acción autoritaria y militarista.)
Los esfuerzos oficiales por infiltrar, cooptar y utilizar la magna marcha que tiene por consigna principal “Estamos hasta la madre”, tiene diversos instrumentos, además de los penosos desplantes calderonistas: como dice Ackerman, ahí estará la masa de los medios gobiernistas tratando de convertir el oro del descontento ciudadano en la mierda del respaldo a nuevas y más graves medidas totalitarias: la fantasía erótica de la derecha es, en el momento presente, poder decir que cientos de miles o millones de personas repudian a la delincuencia y exigen la profundización de la “mano dura” y de la pena de muerte.
Es inevitable recordar las movilizaciones previas, conducidas por Televisa y los membretes oligárquicos, que, uniformadas de blanco, exigieron a los criminales clandestinos lo que habrían tenido que exigir a las autoridades públicas: el fin de la violencia delictiva, el fin de la impunidad, el combate frontal a la corrupción en los ámbitos policiales, empresariales y gubernamentales, y la adopción de una estrategia eficiente para defender las garantías individuales, no para atropellarlas de manera masiva, como ocurre ahora. La táctica de endosar responsabilidades indeclinables del gobierno (federal, estatal y municipal) a la ciudadanía pasa por torcer la lógica legal e institucional hasta el punto en que los funcionarios corruptos, ineptos y traidores que han llevado al país a este baño de sangre, acaban siendo héroes inocentes que exigen la “comprensión” y el “apoyo” de una población masacrada y aterrada.
Condenar a la delincuencia porque delinque equivale a criticar a la lluvia porque moja. Es tarea y obligación de las autoridades disuadir, identificar, perseguir, capturar y fincar cargos a los presuntos delincuentes, y obligación de los jueces, el definir su culpabilidad o su inocencia y exonerarlos o aplicarles el castigo legal que corresponda.
Asimismo, es absurda y cínica la demanda –sostenida por servidores públicos y por los membretes ciudadanos a su servicio– de endurecer y agravar las penas establecidas en la legislación para los criminales; absurda y cínica, porque antes de modificar las leyes habría que empezar por cumplirlas en sus términos actuales, algo que, simplemente, no sucede: los promedios de impunidad por delitos del fuero común y del federal andan, en nuestro país, en el 80 por ciento, o más. Daría lo mismo que se incorpore a los códigos penales los azotes, las mutilaciones y el empalamiento. O no: habida cuenta de la perversidad con la que suelen operar en la actualidad policías, ministerios públicos y jueces, ocurriría que miles de inocentes serían azotados, mutilados y empalados en estricta observancia al estado de derecho.
Las razones arriba expuestas son un ejemplo de lo que México Unido contra la Delincuencia (MUCD) llama, en su texto de adhesión a la marcha del domingo, “conceptos con un sesgo ideológico que es difícil que suscribamos plenamente”, es decir, argumentos de por qué esa marcha debe ser plural, sí, pero inequívocamente anti gubernamental. La fantasía de ese membrete y del régimen al que sirve consiste, en cambio, en convertir esta magna jornada de protestas en una nueva “manifestación de blanco”, encabezada por pirruros aterrados, y orientada a diluir las responsabilidades oficiales por la circunstancia trágica a la que ha llevado al país.
De manera inevitable, muchas personas honestas experimentan incomodidad al participar en una manifestación que cuenta con el “respeto” de Calderón (oh, gracias, señor, como si no fuera su régimen el que nos ha obligado a tomar las calles y las carreteras como medida última para seguir vivos) y con la adhesión indeseable del MUCD y de otros instrumentos “ciudadanos” del poder autoritario y de la derecha. En efecto, tenemos algunos infiltrados: de acuerdo con los elementos de juicio disponibles, el MUCD es de García Luna, García Luna es del régimen y el régimen es de los delincuentes. Acotación al margen: según este funcionario, es “impensable que se diga, desde la sociedad civil, que la estrategia o que la visión o que el enfoque de ataque (al crimen) es equivocado” (sic). Estoy de acuerdo con él: el enfoque no es equivocado, pero sí mentiroso: a juzgar por resultados, de lo que se trataba era de legitimar al régimen y de crear una base social de apoyo para sus intenciones autoritarias por medio de la promoción del terror, lo que, a su vez, requería que el gobierno diera un decidido impulso a la ingobernabilidad y al descontrol.
Lo que sería impensable, desde una perspectiva ética, sería no solidarizarse con el llamado de Javier Sicilia, formulado desde el fondo de la honestidad y del dolor y expresado con una lucidez nada común en estos tiempos, y no sumarse a la Marcha Nacional y a las movilizaciones conexas y subsiguientes. El que escribe resolvió su incomodidad personal adhiriéndose al llamado de No más sangre, una consigna ideada por Rius, concretada por varios de sus colegas moneros, y difundida, en rechazo a la guerra calderonista, en enero pasado. Hace más de cuatro años que muchos venimos advirtiendo sobre la improcedencia y la perversidad de la actual estrategia “contra la delincuencia organizada”, protestando por los atropellos contra civiles que cometen las fuerzas del orden en ese contexto y advirtiendo sobre los vínculos entre el modelo económico, la corrupción inveterada y la impunidad gubernamentales con el auge de la criminalidad y la disolución institucional que hoy padecemos. Hace más tiempo que nos movilizamos por las muertas de Ciudad Juárez, por las y los activistas asesinados en Guerrero, Oaxaca, Chiapas y Chihuahua, por las primeras “bajas colaterales” de esta guerra criminal. Por eso me concentraré y marcharé bajo el emblema “No más sangre”, el domingo, a partir de las 11, en la explanada de Bellas Artes, para posteriormente marchar, con herman@s, amig@s y demás gente querida, y con la indignación viva, pero también en forma solidaria, respetuosa y amorosa, y sin confrontar a nadie, al Zócalo capitalino.
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