La llegada de José Antonio González Anaya a Pemex debe verse como el nombramiento de un síndico que pilotará el virtual proceso de quiebra.
Por Sergio Negrete Cárdenas.
El gobierno está reaccionando, por fin, ante la realidad (más negra que el petróleo) de Pemex. La llegada a la paraestatal de José Antonio González Anaya debe verse como el nombramiento de un síndico que pilotará el virtual proceso de quiebra.
Emilio Lozoya Austin pudo ser el administrador de una empresa que se suponía próspera pero que requería una transformación radical para consolidarse. El colapso del precio del petróleo lo hizo imposible.
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Lozoya mantenía una potente inercia institucional en el sentido de mantener el curso que había diseñado para la empresa desde que tomó posesión con el arranque del sexenio, pero en meses recientes se confirmó que Pemex no necesita un médico que haga milagros y cure moribundos, sino un enterrador que reconozca un cadáver, y que entre más rápido se ponga en un ataúd y bajo tierra menor es el riesgo de putrefacción, aparte del contagio presupuestal a su único dueño: el gobierno federal.
En ese sentido, la llegada al frente de la paraestatal de José Antonio González Anaya debe verse como el nombramiento de un síndico que pilotará el virtual proceso de quiebra.
Esto, porque hay dos obstáculos formidables que Lozoya, al parecer, no quiso y no pudo enfrentar, y que ahora estarán como prioridades en la agenda de su sucesor.
Recortar a fondo la inversión de Pemex
Lozoya heredó y mantuvo una apuesta perdedora: endeudarse e inyectar dinero a lo bestia para encontrar el nuevo Cantarell o al menos un grupo de medianos Cantarell (el que fuera el segundo manto petrolero más grande del mundo en las aguas de Campeche, hoy prácticamente agotado). Esto es, petróleo que se pudiera explotar de manera relativamente abundante y a costos razonables. De esa forma, iniciar el repunte de la producción petrolera de México, en franco estancamiento, declive o desplome (depende del año que se escoja) de 2004 a la fecha.
Pemex era como un apostador empedernido en el casino, perdiendo carretadas de dinero pero doblando sus fichas (y comprando las nuevas fichas con la tarjeta de crédito) en cada vuelta de la ruleta, jurando que ahora sí ganaba, y hasta recuperaría lo perdido. Nunca ocurrió, y, mientras tanto, el costo de apostar se multiplicó dado el colapso del precio internacional del crudo. Mientras tanto, entre 2009 y el tercer trimestre de 2015 la empresa invirtió la salvajada de 161,500 millones de dólares. Esto es, Lozoya heredó la tendencia inversionista, pero la mantuvo. Era imperativo retirar al apostador de la mesa y reconocer las gigantescas pérdidas.
Enfrentar al sindicato de Pemex
Lozoya no pudo. Que haya que rescatar a la empresa con dinero público será algo tan impopular como necesario, pero que ello ocurra mientras se perciba que los principales líderes sindicales llevan una vida digna de los dueños de una petrolera árabe es políticamente invendible. El sacrificio entre todas las partes debe ser lo más parejo posible.
Cuando el secretario de Hacienda de Margaret Thatcher (la primer ministro británica de 1979 a 1990) estaba buscando quien encabezara (y en los hechos ayudara a liquidar) la empresa estatal del carbón (British Coal), una persona involucrada con esa paraestatal le dio el mejor consejo posible: “La persona a quien usted nombre debe cumplir con una condición: no tenerle miedo a Arthur Scargill.” El tal Scargill era el líder del sindicato de mineros.
Y ése será el mayor reto del nuevo director de Pemex: negociar con dureza y sin miedo con el sindicato de Pemex, en lo general, y en lo particular con Carlos Romero Deschamps. De ahí la lógica del nombramiento de González Anaya al frente de la mal llamada Empresa Productiva del Estado (en realidad una empresa paraestatal zombi): su conocimiento de las tripas presupuestales de Pemex (que adquirió como funcionario de alto nivel en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público) y su enorme experiencia en materia de pensiones y jubilaciones, particularmente en organismos públicos que se desangran por esa vía. Lo que vivió en el IMSS será un juego de niños al lado de Pemex.
En los hechos, la bancarrota de la empresa fue plenamente reconocida y la lógica cambió diametralmente: del apostador empresarial al síndico de la quiebra.