Por Héctor de la Cueva*
Regeneración, 15 marzo 2017.- Una ola de pánico recorre al mundo tras la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Pero hay de pánicos a pánicos. Sería un grave error subestimar los peligros que representa la política de supremacía nacionalista de Trump. El nacionalismo de un imperio es de una naturaleza muy diferente al nacionalismo de un país colonizado. Si se le añade que cuenta con una amplia base social dentro de EU, se puede medir el alcance que colinda con la matriz fascista sin caer en el abuso que se hace comúnmente de esta palabra.
Pero en medio del pánico se pretende amalgamar temores que tienen sustentos sociales, razones y motivos muy diferentes. Es necesario deslindar campos, pues defenderse de un peligro desde el lado equivocado puede tener peores consecuencias.
Desde distintos ámbitos se habla con alarma, y hasta con nostalgia, del fin de la globalización y, frente a Trump, pareciera diluirse la barrera entre globalifóbicos y globalifílicos. Pero no hay que olvidar que la globalización neoliberal ha sido el domo bajo el cual el capital ha impuesto una nueva era de saqueo, colonización, destrucción del ambiente, y la precarización del trabajo y de la vida a escala planetaria.
Se alerta contra el regreso del proteccionismo desde las metrópolis imperiales que han usado el libre comercio como instrumento de penetración y saqueo, pero increíblemente también desde las naciones que, como México, viven en el desastre después de haber renunciado a proteger sus recursos naturales y estratégicos, y a sus pueblos.
Sí, por si fueran pocas las calamidades que azotan a México, la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos añade graves peligros, que no hay que subestimar. Son tan burdas las amenazas que el propio gobierno de Peña Nieto y adláteres se visten de un postizo patriotismo y aprovechan para llamar a la unidad nacional en momentos en que atraviesan por su peor ilegitimidad. Pero no faltan quienes desde la sociedad civil o desde la izquierda se suman a defender frente a Trump lo indefendible.
Es el caso del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), después de que Trump anunció su renegociación. Habría que tener cuidado de, en un acto reflejo anti-Trump, hacerse eco de quienes desde el gobierno y los empresarios se han escandalizado e intentan transmitir a la opinión pública la preocupación por el peligro que corre el TLCAN, como si se fuera a perder la maravilla del desarrollo y la tierra de las grandes oportunidades.
En realidad, más de 20 años de TLCAN han dejado al país sumido en un gran desastre económico y social. “El tratado significa más empleo y mejor pagado para los mexicanos […] En palabras sencillas, podremos crecer más rápido y entonces concentrar mejor nuestra atención para beneficiar a quienes menos tienen”, decía Salinas de Gortari en 1992 al finalizar las negociaciones del TLCAN. Pero cada una de las promesas que nos hicieron se convirtió exactamente en su contrario.
Nos prometieron que con el TLCAN México iría al primer mundo y hoy estamos en el cuarto o en el quinto, o en algunas zonas de plano en el inframundo. El desarrollo económico profetizado contrasta con el hecho irrefutable de que durante el TLCAN México ha tenido el menor crecimiento de su PIB en un siglo: comparado con el crecimiento de la población, apenas por arriba de cero por ciento.
Cierto, el crecimiento de las exportaciones se cumplió, según las estadísticas que nos ofrece el gobierno. El problema es que las exportaciones crecieron, por ejemplo, desde las maquiladoras, que ocupan sólo 3 por ciento de insumos nacionales. Por supuesto, no ha habido arrastre en las cadenas productivas, a propósito de la defensa que está haciendo de éstas Peña Nieto. En realidad, lo que vemos es que las trasnacionales se importan y exportan entre ellas mismas. Por ejemplo, en los primeros 10 años de este siglo el comercio intrafirma multinacional fue de 63 mil 525 millones de dólares. México se ha ido convirtiendo en un simple territorio desde donde exportar con todo tipo de facilidades y fuerza de trabajo cada vez más barata. Eso no es desarrollo, se llama simplemente neocolonialismo.
¿Inversiones? Habría que contrastar las inversiones extranjeras con la salida de capitales del país. En los primeros 10 años de este siglo, el traslado de ganancias de las firmas multinacionales se calcula en 32 mil millones de dólares. Para acabarla, está la fuga de capitales mexicanos, que ronda los 250 mil millones de dólares. México es un auténtico exportador, pero de capitales.
En todo caso, el incremento de las inversiones se ha dado bajo el amparo de un TLCAN que ha otorgado superderechos a las grandes corporaciones. Ahí está, por ejemplo, el artículo 1110, en que se establece el principio de la expropiación indirecta. Resulta que antes de invertir un centavo, en caso de que por alguna razón se impida una inversión, ¡las compañías pueden reclamar indemnizaciones por impedirles una ganancia esperada!.
Otra joya del TLCAN es el principio de trato nacional para las corporaciones de los países socios. Si se favorece a un productor nacional ¡se les está discriminando! Resulta, por ejemplo, que el pequeño productor agrícola mexicano no puede ser protegido de las grandes corporaciones alimentarias estadunidenses, pero de eso no se habla cuando se simula proteger a los migrantes expulsados por la crisis del campo. Ya se sabe: trato igual entre desiguales sólo puede ser igual a más desigualdad.
En fin, que nos prometieron mejores salarios y hoy tenemos mucho peores. Así podríamos continuar. Pero el punto es que los primeros que quisiéramos que desapareciera el TLCAN somos los mexicanos. ¡Que se lo lleve la trumpada! Desde que entró en vigor, las redes sociales estuvimos por su renegociación radical o de plano por su anulación. Después de 20 años esto es aún más claro.
Desde luego, el peligro es que México entre a la renegociación como lo hizo cuando se firmó, descobijado y de rodillas. Meade dice que el único problema son los aranceles y eso puede querer decir que aceptarán las desventajas que incluían el fallido TPP o el TISA, aún peores que el TLCAN.
La verdadera amenaza para México no es tanto Trump, sino los Santa Annas que tenemos en el gobierno.
*Coordinador del Centro de Investigación Laboral y Asesoría Sindical (Cilas)