El pasado 8 de agosto se cumplieron dos años de la muerte del “cronista de la resistencia”, a quien el actual presidente de México le dedicó su más reciente libro “Hacia una economía moral”.
Regeneración, 17 de agosto de 2020. El auditorio del Sindicato Único de Trabajadores de la Industria Nuclear (SUTIN) en Viaducto estaba inundado de compañeros, ansiedad y rabia. Hacia unas horas el IFE había ejecutado un cínico acto de prestidigitación electoral en horario triple A para ocultar, revertir y escamotear el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en la elección presidencial. “Hay tres millones de votos perdidos”, dijo el candidato opositor el lunes 3 de julio y no se necesitaba ser un matemático para advertir como las tendencias se modificaron insólitamente en la madrugada posterior a la jornada electoral a favor de la derecha panista.
Todos queríamos hablar, algunos llorar, pero nadie quería quedarse quieto. Entrábamos, salíamos, volvíamos a entrar, nos mecíamos el cabello, los compañeros fumaban en los pasillos, el humo del cigarro hacía más irrespirable la tensión. En una época donde los diarios confirmaban las noticias de un día antes, un ejemplar arrugado y triste de La Jornada envejecía mientras circulaba de mano en mano. La lista de oradores se fue haciendo interminable y los rostros más apagados y cansinos.
Jefas de familia, maestros, trabajadores del campo y la ciudad, chavos de la Red Nacional de Jóvenes por AMLO (con sus playeras de beisbol), compañeras de larga experiencia combativa (como Yamile Paz y Esperanza Lira), ex integrantes del histórico Consejo Nacional de Huelga del 68 (como Emilio Reza), activistas de la comunidad LGBT, estudiantes del Frente Universitario de Apoyo Crítico a López Obrador de la UNAM, compas inoxidables de Flor y Canto, sindicalistas, librepensadores y poetas de ningún lugar, algún trajeado de la Gran Logia Independencia Número Dos, y en su conjunto estábamos ahí todo ese enorme y variopinto mosaico de la izquierda ciudadana, que desde hace años militábamos y votábamos por el PRD pero ya no simpatizábamos con el sol azteca carcomido por su burocracia.
Esa cúpula partidista que tuvo abandonadas las oficinas nacionales y estatales del PRD en plena campaña presidencial (excepto en el DF) y donde la gente se agolpaba para solicitar volantes o carteles de AMLO y tener material que repartir en sus pueblos o colonias, llevándose de alguna secretaria un hectorsuarezco “no hay” como respuesta indiferente, era justamente cuestionada en los “balances”, “análisis coyunturales”, “mociones históricas”, “mi comentario no es pregunta” de los asistentes a la reunión en su punto más álgido y catártico.
Nadie atinaba a explicarse porque Jesús Ortega había sido el coordinador de la campaña presidencial. “Ellos: los chuchos, traicionaron, no se les vio en la campaña, vendieron la información de los representantes de casilla en los estados, nos engañaron, bajaron la cortina”, decían unos. “Yo vengo de Tlaxcala y nunca hubo ni un cartel de Obrador que nos diera el partido” decía otro. “Nos hicieron lo que a los zapatistas”, -se lamentaba un señor con la piel morena curtida al sol y una camisa deshilachada.
“No es hora de buscar culpables compañeros, vamos a ponernos a trabajar en lo que tenemos, hay mucho por hacer” -dijo alguna voz con un dejo de sensatez y esperanza, y nos recordó que teníamos que revisar el cúmulo de datos depositados en correos electrónicos que la gente de todo el país había mandado desde sus comunidades. Un sábado antes de la jornada electoral, los microorganismos integrantes del Lado Izquierdo Opositor (LIO) habíamos requerido la participación ciudadana para implementar un conteo alternativo ante las sospechas que el IFE jugaría chueco -como ocurrió-. El tal algoritmo Hildebrando, la guerra sucia, y la burocracia perredista dormida en los laureles de la frase “llevamos 10 puntos de ventaja” eran elementos que nos llevaron a la conclusión que el pueblo se tendría que organizar por su cuenta para defender el voto.
Se habilitó un correo electrónico por cada estado y todos los informes confluirían en la cuenta [email protected]; a unas horas de finalizada la elección los testimonios habían comenzado a abarrotar las páginas del ‘Plan de los 3 Puntos’ y del ‘Sendero del Peje’; ahí estaba más claro que el agua, había evidencias del fraude a puños: en la casilla 1403 de Chinampa de Gorostiza, Veracruz en el conteo del IFE AMLO tiene 23 votos, pero llegó la foto de la sábana de afuera de la casilla y tiene 230… la de San Agustín Atenango, Oaxaca, lo mismo, los números no coincidían, y una tras otras con el común denominador de restar votos por centenas a López Obrador, en una operación de filigrana como cuando en los bancos te descuentan algunos centavos y sumados significan millones. Nos llegan cientos de preguntas: “¿A dónde llevó la foto de la sábana? ¿Qué le decimos al compañero de Chihuahua que manda fotos de varias actas y no son los que publica el IFE en su sistema de cómputo?” Se iban multiplicando las evidencias que saturaban los correos del conteo alternativo, que se convirtió en el buzón ciudadano para denunciar el fraude.
“Hay que organizar esa información primero”, -dijo la misma voz que logró un silencio, y un aplauso en silencio, “¿Quién tiene alguna computadora?”-preguntaba. Sin teléfonos celulares, ni laptops a la mano de nadie, se armó una comisión para revisar y ordenar la información. Algunos habían llegado con folders repletos de hojas impresas a blanco y negro de la sábana o el acta de su casilla, que también disentían de la alquimia del IFE. En muchos rincones del país los representantes de casilla y generales habían brillado por su ausencia, nadie sabía a quién acudir para entregarle las pruebas del atraco del régimen.
Pero volvió la tempestad de la desesperanza en la participación de un señor muy labioso: “A ver compañeros, porque los tenemos, y porque sé que los tenemos lo digo, y me refiero a que tenemos los pelos de la burra en la mano” (risas); “pero No- nos- van- a- hacer- caso…” -lo dijo tan lentamente que parecía una sentencia bíblica, y fue más rotundo: “¿Quién nos va a hacer caso? ¿El IFE vendido? ¿El Trife vendido? ¿Los medios vendidos? Son de ellos” -se respondió el mismo; “compañeros, los empresarios tampoco nos harán caso, también son de ellos…” (¡Vamos a las embajadas, a la ONU!, gritó alguien!) “Lo único que nos queda es la mo- vi- li- za- ción.” Aplausos. Menciones desde una voz entrecortada a “no ser cómo Cárdenas que en el 88 dejó solo al pueblo”; “pero nosotros somos pacíficos” recordó alguien a buena hora; “si necesitamos más movilización pacífica, lucha, resistencia”. Las frases se fueron haciendo rumor, el rumor diatriba, y la diatriba una cámara húngara de posiciones.
Entonces, enfundado en una camisa blanca, sentado lejos de los reflectores del escenario del auditorio de SUTIN, el alma del Lado Izquierdo Opositor que quizá se sentó en un lugar imperceptible para poder salirse a fumar, carraspeó, miró sus notas y luego comenzó a hablar interrumpido por su propia tos, primero sentado y luego de pie para poder ser escuchado por quienes estaban en la parte trasera del espacio a reventar; Jaime Avilés palabras más palabras menos dijo:
“Los he escuchado con atención y también como ustedes con mucha pinche rabia maestros; sí, en efecto primero vamos a organizar la información, mañana o al rato la podemos entregar en la oficina de San Luis; nos prestan ahorita una casa con unas computadoras en Coyoacán, bueno ahorita armamos una comisión; pero lo más importante es tener en cuenta lo siguiente: el movimiento es como el metro, quien guste rendirse puede bajarse en la próxima estación, y también, así como algunos tendrán sus razones para bajarse, otros más se subirán a los vagones en las paradas de más adelante (“¡Sin albur!”, murmura alguien y detona risas catárticas). Unos irán de pie luchando, otros nos acompañaran cómodamente sentados; otros seguirán dormidos, y algunos han fingido estar no estando (“¡Como los chuchos!”, gritó alguien; más risas), pero lo que todos debemos tener claro, muy-bien-claro, es que el metro del movimiento va a seguir su camino, con o sin algunos de nosotros, aunque algunos se bajen y otros se suban, porque hoy aquí es el tren de la historia, y este metro, este tren tiene chofer y rumbo, es Andrés Manuel López Obrador, así que no tengamos paz ni tampoco caigamos en la provocación… sigamos en el metro de la resistencia, y pronto cuando estemos todos en el Zócalo sabremos que hacer…”.
Los aplausos irrumpieron. Finalmente Jaime Avilés nos pidió -secundando la propuesta de alguien- entonar de pie el Himno Nacional, pero antes dijo: “si el pueblo responde en el Zócalo se abrirá un rayo de luz en la espesa oscuridad del cielo.” Cantamos el Himno con voces agrietadas, pero sonreímos otra vez, nos mirábamos los ojos enrojecidos al despedirnos con abrazos infinitos y fraternos.
Nos citamos en el Hemiciclo para marchar al Zócalo, pero ese domingo 30 de julio no nos pudimos ver en la hora de la cita, porque cuando llegamos la plancha ya se había desbordado -desde primera hora hasta más allá del caballito feo de Reforma ya no cabía un alfiler-. Un millón y medio de personas asistimos al inicio del plantón más grande del mundo, que conmovió México, y que inició el largo viaje del tren de la resistencia civil pacífica y activa…
Jaime Avilés ya era un legendario cronista, dramaturgo, narrador y en especial un militante político aquel verano de rebeldía cívica… En los noventa fue imprescindible su columna Desfiladero publicada cada sábado en La Jornada. Irreverente, combativo, libertario, el periodista publicó entre otros libros La rebelión de los maniquíes (1991), Adiós cara de trapo: el tonto del pueblo (2016) y AMLO: vida privada de un hombre público (2012).
Partió el 8 de agosto de 2018, doce años después de las intensas jornadas de resistencia, ya no describió el triunfo del pueblo organizado. En noviembre de 2019, el Presidente de México dedicó su libro Hacia una economía moral “a la memoria del periodista y escritor Jaime Avilés”.
Por René González.