Como otros habitantes de Oslo, he deambulado por las calles y edificios atacados. He visitado incluso la isla en que fueron masacrados los jóvenes activistas políticos. Comparto el sentimiento de miedo y de dolor que golpea mi país. Pero la pregunta sigue siendo “¿por qué?” Pues esta violencia no es ciega.
El terror en Noruega no ha venido de extremistas islamistas. Ni de la extrema izquierda, aunque ambos hayan sido acusados en varias ocasiones de constituir una amenaza interna para “nuestro modo de vida”. Hasta hoy, incluso con las terribles horas vividas esta tarde del 22 de julio, el poco terrorismo que ha conocido mi país ha venido siempre de la extrema derecha.
Durante decenios, la violencia política en este país ha sido el privilegio exclusivo de los neonazis y de otros grupos racistas. En los años 1970, pusieron bombas contra las librerías de izquierdas y contra una manifestación del Primero de Mayo. En los años 1980, dos neonazis fueron ejecutados por sus compadres, sospechosos de haber traicionado a su grupúsculo. Durante estos dos últimos decenios, dos jóvenes noruegos de origen inmigrante han muerto como consecuencia de agresiones racistas. Ninguna organización extranjera ha matado o herido a personas en territorio noruego, con excepción del Mossad, los servicios secretos de Israel, que asesinaron por error a un inocente en Lillehammer en 1973.
Sin embargo, a pesar de estos elocuentes antecedentes, cuando este devastador acto terrorista nos ha golpeado, las sospechas se han dirigido inmediatamente sobre el mundo musulmán. Era forzosamente cosa de “yihaidistas”. No podían ser más que ellos.
Se ha denunciado inmediatamente un ataque contra Noruega y contra “nuestro modo de vida”. En cuanto la noticia se ha conocido, jóvenes mujeres con el velo o el hijab y de apariencia árabe han sido agredidas verbalmente en las calles de Oslo.
Y es “natural”. Desde al menos diez años, se nos cuenta que el terror viene de Oriente. Que un árabe es, por definición, un sospechoso. Que todos los musulmanes están marcados por el integrismo. Vemos regularmente cómo la seguridad aeroportuaria examina a la gente de color en dependencias especiales. Hay debates infinitos sobre los límites de “nuestra” tolerancia. En la medida en que el mundo musulmán se ha transformado en “el Otro”, hemos comenzado a pensar que lo que distingue a “ellos” de “nosotros” es la capacidad de matar civiles a sangre fría.
Hay igualmente, tenemos que decirlo, otra razón por la que todo el mundo se esperaba a que Al-Qaeda estuviera detrás del atentado. Noruega participa en la guerra en Afganistán desde hace diez años, desde hace algún tiempo intervenimos igualmente en Irak y estamos lanzando en estos momentos bombas sobre Trípoli. Cuando se participa desde hace tanto en guerras en el extranjero, puede llegar un momento en que estas guerras vengan a visitarnos a domicilio.
Pero hay más. Sabiendo esto, la guerra fue apenas mencionada al sufrir el ataque terrorista. Nuestra primera respuesta rozaba la irracionalidad; esto debería ser cosa de “ellos”, porque son lo que son. Yo temía, por mi parte, que la guerra que libramos en el extranjero pudiera llegar un día a Noruega. ¿Qué ocurriría entonces en nuestra sociedad? ¿Qué ocurriría con nuestra tolerancia, en nuestros debates públicos y, sobre todo, con nuestros inmigrantes y sus hijos nacidos en Noruega?
Pero no fue así. Una vez más, el corazón de las tinieblas se encuentra en lo más profundo de nosotros mismos. El terrorista es un hombre blanco nórdico. No es un musulmán sino claramente un islamófobo.
En cuanto las cosas se han clarificado, la carnicería se ha convertido súbitamente en obra de un loco. Se ha dejado de verla como un ataque contra nuestra sociedad. La retórica y los titulares de los periódicos han cambiado inmediatamente. Nadie habla ya de “guerra”. Se habla de un “terrorista”, en singular y no ya en plural. Un individuo particular, y no un grupo indefinido fácilmente generalizable a fin de incluir a simpatizantes o cualquiera que entrara en los prejuicios fantasiosos y arbitrarios, tan cómodos cuando se trata de musulmanes.
Este acto terrible es ahora oficialmente una tragedia nacional. La pregunta es: ¿habrían sido las cosas idénticas si el autor hubiera sido un loco, ciertamente, pero un loco musulmán?
Estoy, yo también, convencido de que el asesino está loco. Para cazar y ejecutar a adolescentes en una isla durante una hora, hay que estar verdaderamente pirado. Pero, igual que en el caso del 11 de septiembre de 2001 o en el caso de las bombas en el metro de Londres, se trata de una locura al servicio de una causa, una causa tan clínica como política.
Cualquiera que consulte las páginas web de grupos racistas, o siga los debates en línea en las páginas Internet de los periódicos noruegos se habrá dado cuenta de la furia y la rabia con la que se difunde la islamofobia, el odio venenoso con el que autores anónimos escupen contra los “idiotas útiles” progresistas y antirracistas y contra toda la izquierda política. El terrorista del 22 de julio participaba en esos debates. Ha sido un miembro activo de uno de los dos grandes partidos políticos noruegos, el partido populista de derechas “Partido del Progreso Noruego”. Lo abandonó en 2006 para unirse a la comunidad de los grupos antimusulmanes en Internet.
Cuando el mundo creía que la masacre era obra del terrorismo islamista internacional, todos los hombres de estado, desde Obama a Cameron, han declarado que estaban al lado de Noruega en su lucha común contra el terrorismo. Y ahora, ¿en qué consiste la lucha común? Todos los dirigentes occidentales tienen el mismo problema en el interior de sus fronteras. ¿Van a librar con el mismo vigor una guerra contra el ascenso del extremismo de derechas, contra la islamofobia y contra el racismo?
Algunas horas después de la explosión de la bomba, el primer ministro noruego, Jens Stoltenberg, declaró que nuestra respuesta al ataque debía ser más democracia y más apertura. Si se compara con la respuesta de Bush frente a los ataques del 11 de septiembre, habría razones para sentirse orgulloso. Pero tras la más terrible experiencia que haya conocido Noruega desde la Segunda Guerra Mundial, me gustaría que se fuera más lejos. Es necesario apoyarse sobre este acontecimiento trágico a fin de lanzar una ofensiva contra la intolerancia, el racismo y el odio, que están creciendo, no solo en Noruega y en Escandinavia, sino en toda Europa.
25/07/2011.
*www.vientosur.info Traducido por Faustino Eguberri para VIENTO SUR de la versión en francés publicada en http://www.lcr-lagauche.be/cm/index.php?view=article&id=2178:reflexions-politiques-sur-la-tragedie-norvegienne&option=com_content&Itemid=53