Secuencia inédita: Los últimos zapatistas

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Mauricio Ramírez Cerón, combatiente del Ejército Libertador del Sur, simpatizante del EZLN y rebelde ante la injusticia

Regeneración 9 de febrero del 2015. Un fragmento inédito de la historia de uno de los últimos zapatistas. Se trata de la secuencia de la entrevista a Mauricio Ramírez Cerón, quién con casi 100 años, relata cómo es que se sumó en 1915, siendo adolescente, al Ejército Libertador del Sur. Es parte del material que se utilizó en el documental de Francesco Taboada, «Los últimos zapatistas»

Zapatista hasta el último día de su vida.

 

Uno de los últimos sobrevivientes del Ejército Libertador del Sur, Mauricio Ramírez Cerón, falleció la noche del miércoles en su casa de Tilzapotla, Morelos, a los 100 años de edad.

El revolucionario tenía 14 cuando se integró al ejército que comandaba Emiliano Zapata. En una entrevista, hace tres años, Ramírez Cerón sostenía: »Me siento orgulloso de haber servido a un hombre como el general Zapata, el hombre más limpio de la Revolución. Por eso seré zapatista hasta el último día de mi vida».

Sus restos descansan sepultados en el panteón municipal de Tilzapotla. Fue en este pequeño poblado, situado en los límites con Guerrero, donde el entonces adolescente conoció al líder rebelde, durante un baile.

Según el relato que hizo, a sus 11 años Ramírez Cerón se acercó a Emiliano Zapata que se hallaba debajo de un árbol de mango, viendo el baile y la fiesta. El pequeño le pidió un arma al general rebelde »para ir a pelear a su lado». Zapata sonrió y le dijo que era muy pequeño para esas cosas, pero Mauricio insistió de tal que forma que al ver la convicción del muchacho, el jefe sureño le extendió un papel y lo remitió a Jojutla con uno de sus generales, Lorenzo Velázquez.

»Velázquez me dijo que como estaba muy chamaco, me podía meter por donde fuera y por eso me dieron una comisión de espía. Me mandó a ver quiénes se habían levantado en armas con los carrancistas, quiénes eran jefes de plaza, quiénes eran los voluntarios, cómo iban armados, si tenían suficiente parque», recordaba Ramírez Cerón.

Sus últimos años los vivió en Tilzapotla, en una casa situada en un paraje enmarcado por una presa pequeña y apacible, rodeada de colinas. Desde una terraza, señalando con un dedo aquel paisaje, el revolucionario compartió sus recuerdos:

»Nací aquí en 1904. Cuando estalló la Revolución tenía yo siete años. Estaba chico pero me daba cuenta porque tenía escuela y los míos, es decir, mis mayores, me habían platicado que iba a haber una revolución y cuáles eran los principios de Madero cuando se levantó. Porque en ese tiempo había una tiranía. Un pobre cañero o un jornalero de hacienda ganaban 37 centavos trabajando de sol a sol. Entonces, cuando vino por aquí el general Zapata, yo ya tenía escuela».

Los pertrechos de Mauricio como espía se reducían a su calzón y camisa de manta; un sombrero de palma, huaraches, un bule para el agua, machete para las culebras y una servilleta para las tortillas.

Si alguien lo detenía, explicaba que iba por tortillas: »A nadie le comenté nada y así me fui el primer día a Buenavista, a tirarme en la sombra entre los carrancistas. Así fui sirviendo al Ejército Libertador del Sur. Fui con voluntad. Sabía que si me agarraban, no diría nada aunque me mataran».

Aunque parte de los hechos que recordaba Ramírez Cerón ya está en los libros, era fascinante oírlos de boca de alguien que había sido protagonista y testigo del movimiento social mexicano más importante del siglo pasado.

El testimonio de Mauricio Ramírez Cerón como integrante del Ejército Libertador del Sur también fue registrado en el documental Los últimos zapatistas. Héroes olvidados, de Francesco Taboada y Sarah Perrig.

En el recuerdo del revolucionario Ramírez Cerón quedó para siempre la imagen de Emiliano Zapata como »un buen hombre, un hombre de buenos sentimientos, un hombre entero. No era un bandido. Como había escasez, él compraba ropa y la regalaba; regalaba metros de género; traía frijoles y arroz regalados».

Pero cuando murió, »muchos que eran zapatistas se voltearon de carrancistas por el pago que les daban cada 15 días; el chivo, le decían. Yo seguí zapatista y me tuve que ir. Me dijo un tío ‘vete porque acá andas peligrando’. De ahí nos desbalagamos todos. Yo me fui a Jojutla, Alpuyeca, Xochitepec. Así anduve».

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Se explicaba de sobra su simpatía con el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN):

»Estoy de acuerdo con ellos, son hombres de la misma raza que nosotros, defienden a los suyos, que son prietitos y son nuestros compatriotas y son castigados por tanto cacique que hay todavía en Chiapas.

»Esos hombres tienen toda la razón. Como Zapata. Por eso hoy, sentado en esta silla de ruedas, todavía respondo por el nombre de Zapata, porque quien defiende a los pobres que no se pueden defender es un héroe.»