¿Somos huachicol?

Dentro de este remolino de la estrategia al combate de huachicol, las redes solidarias y las manifestaciones de apoyo también se hicieron presentes
Imagen ilustrativa

Por Ángel González Granados

Una nueva afronta política y moral arribó a nuestras vidas cotidianas. Esta ocasión de una forma más explícita. Recordemos que a finales del año pasado una caravana migrante cruzaba a pie nuestro territorio. Como resultado, fuimos testigos de manifestaciones xenófobas, clasistas y racistas en redes sociales y en algunas paradas que hacía este éxodo. Al paso de los migrantes por Tijuana, Juan Manuel Gastelúm, alcalde de la ciudad, encarnó todas esas expresiones nocivas acusándolos de violentos e incluso los identificó como una horda. También surgieron manifestaciones organizadas de solidaridad como música interpretada por bandas y la distribución gratuita de alimentos por gente congregada espontáneamente.

Hace unos días la afronta ha sido mayor pues supuso una modificación en la vida cotidiana, sobre todo de quienes usan el automóvil para transportarse. Las complicaciones en la distribución de combustible se vieron en estados como Jalisco, Michoacán, Hidalgo, Ciudad de México y Estado de México, entre otros. Sobre las formas de hacer y las formas de pensar como humanos la diversificación fue amplia. En una revisión superficial pareciera que las filas de gasolina eran motivadas por el pánico a que vinieran más complejidades para conseguir combustibles. Como en ocasiones pasadas, esta coyuntura fue aprovechada por medios de comunicación poco serios que comenzaron a distribuir falsas noticias que tergiversaban la situación del abasto de alimentos. La intencionalidad política de este esfuerzo fue descubierta porque las notas terminaban vinculando el supuesto desabasto de alimentos con Venezuela y porque en algún momento una de las tiendas señalada desmintió la situación. También las escenas motivadas por la desesperación y la desinformación tuvieron cabida. Entre éstas, aquel ciudadano guanajuatense que entró con un arma a la fila en una gasolinera y quienes llenaban sus bidones de gasolina para revenderla más cara. En el extremo, la delincuencia organizada siguió haciendo su parte, se suscitaron robos de pipas y múltiples sabotajes a los ductos.

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Dentro de este remolino de la estrategia al combate de huachicol, las redes solidarias y las manifestaciones de apoyo también se hicieron presentes. En Guanajuato un jaripeo espontáneo dentro de una gasolinera. En Morelia, la banda Cruz de la Candelaria dio un concierto espontáneo dentro de una gasolinera para hacer más corta la espera. Por supuesto, la solidaridad también tomó forma tecnológica. Diversos sitios como loquesigue.tv echaron a andar mapas de la Ciudad de México con señales de disponibilidad de gasolina. En Guadalajara desde grupos vecinales de WhatsApp se compartían también mapas colectivos que se actualizaban constantemente. Y finalmente el primer eslabón de la solidaridad, el apoyo dentro de las familias ofreciendo compartir el combustible a quienes se habían quedado con el tanque vacío.

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Estas formas de hacer y pensar que pudimos observar y manifestamos expresan desde muchos ámbitos de qué estamos hechos los mexicanos. De alguna forma expresan nuestra matriz de convivencia y los valores que hemos aprendido y desarrollado.

A la provocación fácil de consignar a la sociedad mexicana como lenta, conservadora, apática y corrupta hay que oponer constantemente estas coyunturas que nos permiten mirarnos colectivamente (y al espejo también) para preguntarnos si somos solamente el cúmulo de comportamientos y valores destructivos o también tenemos capacidad de auto-organizarnos y de tender redes colectivas de apoyo que nos permitan transformar nuestras realidades.