Tiene 15 años y lidera la búsqueda de su hermano desaparecido en 2010

‘¿Buscar a mi hermano? Hasta encontrarlo ¿Buscar desaparecidos? Hasta que todos regresen a casa’.

 

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Regeneración, 10 de noviembre de 2016.– La historia de Ramiro no es triste, podría serlo la desaparición de su hermano, Miguel Ángel, hecho que motivó su propia historia, pero la suya trata de la lucha incansable y una necesidad enorme de ayudar a la localización de su hermano, desaparecido en 2010.

Para Ramiro su familia consta de tres personas: su mamá, su hermano y él, y desde el momento en que se los arrebataron, les falta un miembro, así se lo dijo a su mamá, para convencerla de dejarlo ir a buscar a su hermano en las montañas y sitios típicamente usados para desaparecer cadáveres en las inmediaciones de Juárez, Monterrey en Nuevo León.

“Le dije a mi mamá ‘la familia consta de tres personas: eres tú, mi hermano y yo’. Le dije ‘si mi hermano no aparece, se jodió un miembro, entonces vamos a jodernos nosotros dos buscándolo’. Y ya no dijo nada y me llevó a la búsqueda”, contó.

Desde el 31 de octubre de 2015, día de su primera excursión, Ramiro se ha especializado en buscar, no sólo a su hermano, sino a todos los desaparecidos, para que vuelvan.

“¿Buscar a mi hermano? Hasta encontrarlo ¿Buscar desaparecidos? Hasta que todos regresen a casa”, siguió.

En el reportaje de Oscar Balderas, se traza la línea para seguir la vida de Ramiro, quien busca por todos aquellos que no pueden hacerlo en las zonas más peligrosas del territorio que aún pertenece a los Zetas.

“Es demasiado peligroso, dicen. No hay garantías de seguridad para quien entre. Sólo con un destacamento se puede hacer un despliegue, porque este lugar es un “punto activo”, el eufemismo que crearon las autoridades para no admitir que esos territorios les han sido arrebatados por grupos del narcotráfico”, describe Balderas.

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El chico busca por las zonas de difícil acceso y obliga a los policías a que le sigan el paso.

“’¿A dónde vamos, chavo?’, pregunta un uniformado, sudoroso y agitado, cuyo trabajo es cuidar a Ramiro en la jornada de búsqueda. ‘¡Pues si no venimos a un punto específico! ¡Hay que buscar en todo el terreno!’, ordena Ramiro y les muestra el cerro”.

Ramiro no descansa.

La noche que lo cambió todo

 

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La vida de Ramiro cambió radicalmente el 25 de octubre de 2010, esa noche escuchó a un amigo de la familia gritar el nombre de su único hermano mayor, Miguel, bajo la ventana de la casa familiar. Era común que sus amigos así lo llamaran para invitarlo a alguna fiesta. Pero esa vez, el tono era diferente. Apretado, angustiado. La mamá, Mayra González, asomó la cabeza a la calle para decir que Miguel no estaba, que aún no había vuelto a casa.

“¡Es que se lo acaban de llevar!”, gritó el amigo.

Ramiro vio a su mamá salir a la calle a toda prisa, abalanzarse sobre el amigo de su hijo y consumirse a medida que escuchaba que Miguel y su grupo habían ido a un bar en el centro de la ciudad, el Barrio Antiguo, una zona que comenzaba a transformarse en polígono de riesgo desde la llegada los jefes de plaza a Monterrey. Uno de ellos quiso bailar con una muchacha, que resultó novia de un narco celoso y violento, según la narración del joven. En venganza, el cártel ordenó secuestrar a todos. Sólo un amigo de Miguel se salvó, porque fue a una tienda a comprar algo para cenar. Desde ahí vio cómo unos tipos cargaron a Miguel, junto con otros dos amigos, los metieron a una camioneta y se los llevaron.

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Miguel era su ejemplo, con 22 años, él cumplía el rol paterno y le ayudaba con la tarea, lo retaba en el xbox y le enseñó a jugar beisbol, le recomendaba cómo vestir, lo sacaba a “dar el rol”… también le iba a enseñar a bailar, a enamorar a una chica y cómo hacer el examen de la prepa, lo que nunca se logró.

Por eso no se lo puede sacar de la cabeza, por eso es que sin miedo busca.

“Algo que ya es común para mi es tener mucho contacto con personas que han tenido personas desaparecidas y muchos dicen que tienen miedo. Yo digo ‘¿miedo a qué? ¿a qué te maten? ¿a qué te secuestren? ¿a que te quieran callar?’ Si yo me quedo callado, me pueden secuestrar porque esto ya le pasa a cualquiera; y si hablo, también. Entonces, ¿por qué no mejor dar a conocer las historias?”, dijo a Balderas.

Hoy, el niño que una vez soñó con ser beisbolista, ahora será abogado o policía ministerial.

“Aunque valen para pura madre (los policías)”, se anticipa, “pero yo voy a cambiar eso. Hacer que en serio trabajen”.

Vía Vice