Una ciudadanía triunfante y masiva fue el espejo de AMLO en el Zócalo

La noche fue vibrante, por todos lados de la plancha, personas radiantes de felicidad esperaban a AMLO en el Zócalo; hubo, lágrimas, orgullo, la felicidad de saberse triunfador.

Por Arturo Jiménez

Regeneración, 02 de julio de 2018.- Quizá sin quererlo, después de las 8 de la noche de este domingo José Antonio Meade dio el banderazo de salida. Y luego se le sumarían Anaya, Córdova y Peña Nieto, todos instalados en una plausible civilidad democrática. Un banderazo tras el que miles de ciudadanos escenificarían algo muy parecido a la liberación de un pueblo.

¿Revolución de terciopelo, de claveles, de pactos y consensos, democrática? ¿A la manera de la primavera árabe? Andrés Manuel López Obrador ha dicho que se trata de un “cambio pacífico” y este domingo la llamó “revolución de las conciencias”.

También podría hablarse de un “verano mexicano”, que pondría fin a un régimen caracterizado por la corrupción, el control político y social, y que se había enquistado unas nueve décadas: ocho del PRI más 12 años del paréntesis panista (2000-2012).

En esas últimas horas dominicales -en que se transitaba de la desazón a la plena conciencia de que comenzaba un cambio verdadero-  se sumarían también el aval de Trump, de Salinas, de Calderón y hasta de Fox, de empresarios mexicanos, de varios líderes internacionales y de los temibles poderes financieros mundiales.

Apenas el candidato presidencial priista había reconocido el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador –o la propia derrota desde su tercer lugar-, los ciudadanos triunfantes comenzaron a trasladarse de forma masiva al Zócalo de la Ciudad de México: en Metro, autos, motos, bicis, caminando. Y así en otras plazas públicas del país.

Poco después de las 20 horas y poco antes de las 24 sucedieron en México algunos de los varios fenómenos políticos y sociales acontecidos en el ya histórico primero de julio de 2018. Un primero de julio ahora ubicado en el pasado inmediato, cuando en los últimos meses todavía inundaba de incertidumbre y ansiedad el futuro también inmediato de millones de mexicanos.

Aconteció que –ni más ni menos- este domingo se habían exorcizado los demonios de un nuevo fraude electoral, de la protesta y de la represión. Fenómenos incubados desde 1988, 2006 o 2012. Incluso desde 1968 o mucho antes, si se considera que el siglo XX mexicano estuvo marcado por el autoritarismo y la antidemocracia.  

Fueron cuatro horas de arribo al Zócalo que comenzó a cuentagotas y se intensificó hasta transformarse en una cascada de júbilo, como si la selección nacional de futbol hubiera ganado cien mundiales en un día.

“¡Sí se pudo!”, “Presidente, Presidente!”, “¡Es un honor, estar con Obrador!”,  festejaba ese torrente de agua hasta hace poco contenida y que desde hacía unos meses había decidido desbordarse en los mítines, las encuestas, las redes sociales, las discusiones familiares y amistosas, las urnas y, ahora, las calles de la ciudad, para llegar al Centro Histórico.

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Marejada humana que en el Zócalo se apaciguó unos minutos para escuchar a su espejo, un líder que, con ellos, pudo resistir varios años a contracorriente y que ahora, por fin, saboreaban la justicia en forma de legalidad democrática.

Después de las 9 de la noche trabajadores del gobierno capitalino comenzaron a reacomodar las vallas metálicas que dividen la explanada durante la transmisión en una megapantalla de los partidos de futbol del Mundial de Rusia 2018.

Desde antes, en el escenario frente a la Catedral,  se probaba el sonido y el fondo electrónico de una enorme bandera nacional. Todo listo para el arribo del candidato ganador, quien aún se trasladaría de su casa de campaña a un hotel de la avenida Juárez, donde más tarde hablaría ante la prensa y la televisión.

Entre la cada vez más nutrida ciudadanía del Zócalo -en buena parte integrada por familias completas-, los ambulantes ofertaban playeras, gorras, cornetas, muñecos, banderitas, pegotes y  carteles, en un reflejo más de la “pejemanía” en boga.

–¿Cómo se siente? –se le pregunta a doña Ángeles Gallegos mientras con su celular toma fotos a algunos familiares.

–Feliz.

–¿Por qué?

–Porque vamos a tener un cambio. Hay mucha pobreza y violencia que deben terminar.

Un vendedor de discos compactos amenizaba su trabajo con las versadas de Guillermo Velázquez y los Leones de la Sierra de Xichú, en las que se glosaban los abusos de los políticos corruptos  y represores.

Desde el escenario un mariachi interpretaba el Cielito lindo, que ahora también funciona para el futbol y para la política, lo social y lo festivo, como sucedió en el Estadio Azteca del cierre de campaña, hace unos días.

De pronto, en la megapantalla, el letrero: “Gracias México, no les voy a fallar”, y la algarabía aclamó al próximo presidente del país. La exaltación fue mayor al aparecer otro letrero: “Andrés Manuel López Obrador, Presidente, 2018-2024”.

La ciudadanía triunfante, espejo a su vez del tabasqueño, seguía llegando de todos los rumbos del universo capitalino: 20 de Noviembre, 16 de Septiembre, 5 de Mayo, 5 de Febrero, Pino Suárez, como haciendo un guiño a la pasión del líder por la historia mexicana.

Pero la mayoría ingresaba por Madero, proveniente de Juárez –donde ya festejaban frente al hotel a donde llegó López Obrador-. Y muchos más llegaban desde Reforma, pues también se festejaba el triunfo electoral en el Ángel de la Independencia.   

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Poco después de las 11 de la noche, en cadena nacional, aparecieron el presidente consejero del Instituto Nacional Electoral (INE), Lorenzo Córdova, y el presidente Enrique Peña Nieto.

El primero, informando desde el INE que el conteo rápido le confería más de 53 por ciento a López Obrador, lo que confirmaba la tendencia de la encuesta de salida de Consulta Mitofsky, transmitida por Televisa después de las 8 de la noche. El segundo, desde Los Pinos, para garantizar una transición ordenada y respetuosa.

Después de ellos, desde el hotel de avenida Juárez, aparecería en las pantallas mexicanas el aspirante de Morena para dar certidumbre a todos, incluidos los poderes financieros globales.

El candidato espejo llegó hasta el Zócalo poco  antes de la media noche para refrendar su alianza y sus compromisos con el país entero: no mentir, no robar y no traicionar; servir, trabajar y bien gobernar para todos; reconciliar y unir. Hacer de México un país libre, soberano, justo y en paz. “Estoy consciente de mi responsabilidad histórica”, insistió.

Habrá libertades de expresión, de empresa, de creencias, una verdadera democracia, agregó. Educación y trabajo para los jóvenes, acciones contra la inseguridad. Por el bien de todos, primero los más necesitados, reiteró.

“Será un gobierno del pueblo, para el pueblo y con el pueblo”, planteó al destacar la importancia de que la ciudadanía triunfante no deje de participar en los asuntos públicos.

A cada tanto de los compromisos la marea ciudadana aclamaba a quien pronto será designado presidente electo y que, en ese carácter, recorrerá de nuevo el país en una gira de agradecimiento.

También mencionó la conformación de un equipo de colaboradores para preparar, con el gobierno del presidente Peña Nieto, la transición de una administración sexenal a otra. No habrá descanso de aquí al primero de diciembre, día de su toma de protesta, ofreció ante su espejo ciudadano, que así veía colmadas sus expectativas.

Al final todos gritaron “¡Viva México!” y “¡Sí se pudo!”.  Entonces el Zócalo comenzó a despoblarse y los trabajadores reacomodaron las vallas metálicas, pues unas horas después otras miles de personas –o quizá las mismas— verían en la megapantalla el partido México-Brasil, transmitido desde Rusia.