Por Judith Amador Tello
Luego de haberse considerado mutuamente como hermanos en la juventud –a pesar de sus diferencias de formación y hasta de clase social–, José Vasconcelos y Alfonso Reyes tuvieron a lo largo de sus vidas momentos de franca amistad y de rivalidades intelectuales, ideológicas y personales.
La muerte los “reconcilió” en 1959, año en el cual fallecieron los dos más destacados intelectuales de la primera mitad del siglo XX mexicano; Vasconcelos fue el primero en partir y seis meses después lo hizo el regiomontano. La Ciudad de México los ha dejado estrechamente vinculados, como ha hecho ver José Emilio Pacheco, al unir las dos calles que llevan sus nombres en la Colonia Condesa.
La historia de amistad, rompimientos y reconciliaciones entre ambos escritores fue el tema del discurso con el cual el pasado 9 de mayo el historiador Javier Garciadiego, presidente de El Colegio de México (Colmex), ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua para ocupar la silla XXIX, vacante tras la muerte del periodista Miguel Ángel Granados Chapa.
Titulado “El apolíneo Alfonso Reyes y el dionisíaco José Vasconcelos: encuentros y desencuentros” el ensayo del investigador, especialista en estudios de la Revolución Mexicana, va desgranando las diferencias que marcaron la vida de ambos personajes desde su infancia y juventud. Mientras Vasconcelos era “un empleado aduanal de rango mediano”, el de Reyes fue Bernardo Reyes, secretario de Guerra y “duradero gobernador de Nuevo León”, durante el largo gobierno de Porfirio Díaz. El primero se formó con los libros que su católica madre sugería y el otro con los volúmenes “encuadernados” de la biblioteca de su padre.
Aunque amigos, ambos discutían constantemente por razón de sus posiciones intelectuales. Pero tuvieron uno de sus primeros desencuentros fuertes por la política: Vasconcelos era uno de los conspiradores antiporfiristas y marchó para unirse la lucha de Francisco I. Madero. Al triunfo de éste volvió a la Ciudad de México. Pero tras ser Madero derrocado por Victoriano Huerta, tanto Vasconcelos como Reyes salieron del país.
Su exilio también fue distinto, describe Garciadiego. Reyes era funcionario de la Embajada de México en París y se desenvolvía en un medio intelectual favorecedor a su desarrollo, en el cual conoció a personajes como Ramón Menéndez Pidal, Azaña, y Ortega y Gasset. Vasconcelos se fue a Estados Unidos, donde –según sus propias palabras– llegó a estar “dos o tres años sin hablar con gente de razón”, leyendo libros en las bibliotecas públicas, y hasta vendiendo pantalones.
Fue hasta la llegada de los revolucionarios sonorenses al poder, cuando cambió la suerte de Vasconcelos, a quien se ofreció la rectoría de la Universidad Nacional. Invitó como parte de su equipo a antiguos miembros del Ateneo y se le dijo a Reyes que sería llamado “para algo excelente”, pero no fue así. Poco después, Vasconcelos alentó esperanzas en el regiomontano de que una vez que creara nuevamente la Secretaría de Instrucción Pública le ofrecería la subsecretaría. Pero tampoco cumplió y tras esgrimir diversos argumentos le recomendó seguir en su puesto de la embajada, y le prometió –a lo más– ayudarle a que pasara de segundo a primer secretario.
Luces y sombras
Hubo nuevos desencuentros después de la salida de Vasconcelos de la SEP. El mayor se dio cuando Vasconcelos decidió postularse como candidato presidencial en 1929 sería, a decir de Garciadiego, “el mayor punto de inflexión en su relación con Reyes; fue el mayor punto de quiebre en toda su biografía, el parteaguas total, meridiano de un antes y un después”.
Y sin embargo, Reyes intentó conjuntamente con Gabriela Mistral ayudar a Vasconcelos tras su derrota electoral, cuando quedó sin ahorros y sin trabajo. El exsecretario se ausentó del país por prácticamente 10 años, durante los cuales Reyes se desempeñó como embajador de México en Argentina y Brasil. Coincidentemente regresaron casi a la par, a finales del gobierno de Lázaro Cárdenas.
Fue Reyes quien buscó a Vasconcelos y restablecieron su relación y su intercambio epistolar. “Sin embargo, la reconciliación era sólo un espejismo: ambos habían tomado derroteros intelectuales e ideológicos radicalmente diferentes”, escribe el historiador y ejemplifica con un hecho: Vasconcelos simpatizaba con Franco y Reyes con la República Española; al primero disgustó el asilo que Cárdenas dio a los intelectuales españoles, el segundo creó la Casa de España (que más tarde se convirtió en el Colmex).
Las diferencias entre los dos volvieron a agudizarse y disputaron el subsidio que el gobierno daba a El Colegio de México. La separación escaló al punto en el cual se atacaban en sus escritos, aunque a decir de Garciadiego Reyes fue siempre comedido en sus respuestas para evitar una “fatal confrontación”.
Ya en la vejez hubo otro acercamiento, motivado nuevamente por Reyes, quien envío a Vasconcelos su Obra poética con el mensaje: “Nada, ni tú mismo, ni nadie podrá separarnos nunca”. Pero el fundador de la SEP volvió a expresarse mal de intelectual regiomontano al considerarlo un escritor “incompleto” que nunca logró escribir “un libro glorioso”, lo cual fue visto por Reyes como una de las “miserias de Vasconcelos”, remata Garciadiego.
A la muerte del exrector, Reyes pronunció un discurso en el cual lo calificó de hombre “extraordinario, parecido a la tierra mexicana, llena de cumbres y abismos”, para reconocer más tarde que habían sido sólo “palabritas” redactadas sobre “pedido”. Seis meses después murió Reyes.
Agrega el presidente del Colmex:
“El educador y el civilizador renovaron en las postrimerías de sus vidas su intermitente diálogo, y sus avatares, siempre paralelos, convergieron en el momento de sus muertes. Esta última coincidencia fue luego atinadamente señalada por José Emilio Pacheco, quien imaginó un encuentro noctámbulo entre los fantasmas de Reyes y Vasconcelos en el barrio de Tacubaya: ‘Después de muertos seguimos juntos’, le dijo el primero: ‘nuestras calles hacen esquina’.”
apro