Por Ramiro Padilla Atondo
RegeneraciónMx.- Esta semana estalló un nuevo escándalo en la alcaldía Cuauhtémoc. La alcaldesa, acorralada por la clara evidencia de propaganda para una guerra sucia contra la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum admitió con todas su letras primero, que los panfletos no existían para luego decir que, si existían, no decían más que la verdad.
Posteriormente, y en un arranque que no se si calificarlo de neurótico anunció a los cuatro vientos que tenía doctorados y que había estudiado en diez países. Es obvio que las redes sociales, guardianes de la suprema información, sobre todo si se trata de denostar a alguien, se encendieron y la descalificaron.
Pero eso me empujó a pensar sobre esta fiebre del título universitario como si el poseerlo te apartase del resto de los mortales por el solo hecho de haberte graduado.
No puedo dejar de recordar a Gabriel Zaid y su Libro titulado ; “De los libros al poder” que leí con entusiasmo ya hace un par de décadas y cuyos párrafos me resuenan todavía.
El planteamiento es simple, un título universitario te permite empezar a aprender pero de más arriba. También dice que si hubiese una carrera para ser presidente de la república, palabras más palabras menos, habría una larga fila para estudiarla.
Pero vayamos por partes. Los generales que quedaron vivos después de la revolución, decidieron que las elecciones ya no debían dirimirse a balazos. Que era mejor repartirse el poder, no ya mediante mecanismos democráticos, según los consejeros del INE, educados en esa rancia tradición priista, demasiada democracia es perjudicial para el mexicano. Dicen con el corazón en la mano, que este asunto llamado democracia no está en nuestro ADN. Mire usted, unos tipos contratados para organizar exclusivamente elecciones salen con asuntos que el mismo Freud bautizaría como “actos fallidos”. Pero bueno, esos generales ya habían tenido suficiente de pugnas internas por lo que formaron el Partido Nacional Revolucionario que después se convertiría en el PRI.
Esto trajo consecuencias insospechadas, esos mismos hijos de los generales ya no serían unos palurdos que no tenían idea de cómo funcionaban las cosas, así que los mandaron a universidades nacionales y extranjeras para que adquirieran los conocimientos necesarios para dirigir al país. Fueron bautizados como los cachorros de la revolución.
Hasta allí vamos bien. Esta es la generación que para bien o para mal establecería el llamado desarrollo estabilizador. Pero como todo por servir se acaba, el partido hegemónico (término acuñado por Octavio Paz luego de que Vargas Llosa lo hiciese enojar con aquello de la dictadura perfecta) empezó a agrietarse. Como la hoy oposición en nuestro país, este partido dejó de tener soluciones para los nuevos problemas que enfrentaba nuestra sociedad. Por ello vivimos la represión estudiantil y la guerra sucia de los setenta entre otras cosas.
Entrados los ochenta, su eminencia gris, Miguel De La Madrid (cuyo hijo se anda candidateando ahora como si fuese un desfile de reina de la primavera) terminó de destrozar al país, con una inflación nunca antes vista.
Eso obligó a Don Miguel a elegir a un joven economista que según era una verdadera eminencia, y cuyo ejercicio en el poder nos costó décadas de desarrollo, Carlos Salinas de Gortari. Y miren que estudió en Estados Unidos en las mejores universidades, lo que prueba como se ha repetido hasta la saciedad que lo doctorado no quita lo tarado. Después de la desastrosa gestión de Salinas vino otro alumno aventajado de las universidades norteamericanas, Ernesto Zedillo cuya gestión sepultó las aspiraciones de Salinas de seguir manejando en gran medida los hilos de la política en nuestro país.
Obviamente, después de ellos llegaría un tipo que ni la universidad había terminado, pero que merced a sus influencias le fue regalado el título, Vicente Fox. Un tipo de pocas luces que de ser gerente de una marca de gaseosas terminó por extrañas razones como presidente de la república. En pocas palabras, los mexicanos estaban tan hartos de tipos con doctorados en el extranjero, que prefirieron dar un paso atrás y votar por un ranchero provocador que no sabíamos era tan idiota.
Después vino un tipo que se robó la elección y era tan malo que ni siquiera quedó en la UNAM, Felipe Calderón que merced a sus pocas luces, empezó una guerra de la que todavía no nos recuperamos. Ya es obvio decir que Enrique Peña Nieto ni siquiera fue capaz de hacer su propia tesis.
Vivimos en un país donde los títulos universitarios han pasado a ser títulos nobiliarios, ya no es el conde de Temascaltepec, ahora es el doctor fulanito. Ya no te saludan por tu propio nombre, te anteponen el título como si lo que estudiaste fuese más importante que tú. Recuerdo el recorrido de un candidato a presidente municipal que al encontrarse con una compañera de partido, lo primero que le dijo fue: ¡licenciada!, a lo que ella respondió ¡Contador! Ya no era siquiera un ciudadano compitiendo por un cargo público, era una profesión que había tomado forma corporal.
Y digo todo esto porque el incidente con la alcadesa de la Cuauhtémoc tomó tintes tragicómicos, cuando decidió exhibir sus títulos reales o ficticios ante la prensa descalificando en el camino al presidente y a la jefa de gobierno, básicamente acusándolos de tener menos maestrías y doctorados que ella, lo cual supone una terrible falta.
Curiosamente, una de las banderas de batalla de la oposición en este país, es que un individuo pobre, que tuvo que regresar a su estado por falta de recursos económicos, terminase la carrera en 14 años, lo cual desde el punto de vista de cualquier privilegiado lo descalifica a priori, claro está, sin saber que esa es la realidad de cientos de miles de mexicanos que no pueden completar la universidad por falta de recursos.
Hoy les puedo asegurar que si el presidente hubiese tenido una beca como las que hay hoy, termina la universidad en tiempo y forma.
Lo cual nos lleva a este tipo de reflexiones y nos obliga a replantearnos el significado de algunas cosas. Leía por ahí, que la escuela sirve para aprender ciertas habilidades, pero que la verdadera educación se da en casa. No se aprenden asuntos como la empatía en un curso semestral. Eso no viene en el plan de estudios. El sociólogo francés Pierre Bourdieu diría que las escuelas son centros de reproducción de clases sociales, lo cual me parece acertado. No se va a una universidad privada porque el nivel de educación sea considerablemente más alto que el de las públicas, se va a una universidad privada a hacer relaciones, a conseguir los contactos que como bien plantea Zaid te ayuden a empezar a aprender de mucho más arriba.
Un tecnócrata educado en universidades de élite tiene poca idea de lo que sucede en la sociedad, fuera de las cifras que pueda leer y que tengan que ver con su educación. Ha vivido en una burbuja de la cual no saldrá nunca, es por eso que cuando este tipo de tecnócratas llega al poder, por lo general sus gestiones son desastrosas y allí están los números para probarlo.
Terrible que una persona como la alcaldesa Sandra Cuevas se haya comprado el discurso meritocrático de los títulos, pero que no tenga un titulo fundamental para dirigir una demarcación, el título de buena persona.