La lectura que le podemos dar como adultos puede orillarnos al llanto, lo cual es más que válido al estar ante una de las obras animadas mejor construidas.
Por Miguel Martín Felipe
RegeneraciónMx, 19 de Diciembre de 2022.- Hace unos meses se estrenó la versión de acción real de Pinocho por parte de Disney, en la que básicamente se replicó el clásico animado de 1940 con algunas pinceladas de actualidad. Estando ya en los estertores de este 2022, llega la muy anticipada versión de Guillermo del Toro. Se trata de una de las revisiones del clásico de Carlo Collodi que definitivamente no salen sobrando.
A la hora de abordar esta cinta, la palabra manufactura es sumamente pertinente, puesto que se trata de una animación en stop motion que alcanza niveles de detalle poco vistos en la industria, aparte de orgullosamente presumir por todo lo alto que los personajes están modelados en “madera mexicana” y gran parte del equipo de animadores está integrado por connacionales de ‘el gordo’. Se nota un gran cuidado por la composición y se nota que cada ínfimo detalle armoniza y aporta para robustecer la historia y convertirla en una experiencia inmersiva.
Los personajes principales, e incluso algunos secundarios, cuentan con un sólido arco de desarrollo que nos muestra cómo experimentan un cambio tal que al final son prácticamente irreconocibles. Esto nos habla de un realizador efectivo, que construye un guion de enorme solidez. Pinocho tiene el sello de la imperfección que raya en lo monstruoso, y es ahí donde precisamente se regodea magistralmente Del Toro en su totalmente intencionada reivindicación estética de lo anómalo, que sin verbalizarlo nos transmite la idea de que lo imperfecto oculta una belleza inherente.
El director ha tenido el gran acierto de encuadrar la historia dentro del auge del fascismo italiano. Recordemos que anteriormente el director había situado dos de sus películas, El espinazo del diablo y El laberinto del fauno; durante y después de la guerra civil española, respectivamente, y no consideró necesario introducir la muy presente figura de Francisco Franco como personaje en aquellos filmes. Sin embargo, en esta ocasión, como una licencia artística muy acertada y sin que necesariamente lo viera venir el espectador, Guillermo nos presenta en su exquisito stop motion a un Benito Mussolini enano, lerdo, básico y berrinchudo. Se vuelve aquí un poco más evidente, no solo el afán del director por seguir condenando el totalitarismo, sino también su declaración de principios que se afianza con el pasar de los años: el desdén por los líderes.
Es precisamente este contexto histórico el que potencia ese contraste entre el imperfecto Pinocho, tallado toscamente por un Gepetto ebrio que no supera la muerte de su hijo Carlo en una noche de tormenta; y la perfección que se persigue en el régimen fascista.
Asimismo, Del Toro recurre a un tropo un poco más osado, pero que logra construir de manera magistral. Introduce en la historia la figura del Cristo crucificado y pone a Pinocho en comparación con éste. Parafraseando al realizador, se trata, al igual que con Jesucristo, de un joven que viene a este mundo un poco sin pedirlo para cumplir con un destino decretado por su padre, con quien su relación es por momentos tortuosa, para luego morir injustamente y volver a la vida resuelto a salvar a quienes ama.
El propio Gepetto, así como el carismático Sebastián J. Grillo (nombre al que Guillermo dotó intencionalmente de la prosopopeya de un escritor clásico), son personajes igualmente entrañables, con los que uno se puede encariñar y que a su vez nos hacen partícipes de su particular viaje iniciático. Hay otros personajes que actúan más como fuerzas del cosmos y de la naturaleza, como el bien, el mal, el arquetipo del redimido, así como los espíritus que controlan la vida y la muerte, representados en dos hermanas hadas con aspecto de esfinges, que, aunque en esta ocasión fueron modeladas y animadas por un gran equipo técnico, mantienen la personalidad gestual en claro homenaje al infalible mimo Doug Jones, sin cuyo trabajo habría sido imposible grabar a fuego los engendros ‘deltorianos’ en nuestra memoria estética.
Guillermo del Toro no pretendía hacer una película para niños, pero tampoco pretendía privarlos de la experiencia. Sin embargo, con la mochila de los años y las vivencias que cada vez nos pesa más a algunos, la película es toda una oda a la efimeridad, al duelo y al carácter trascendente de nuestro legado en la vida terrena. La lectura que le podemos dar como adultos y la manera en que la experimentamos, pueden orillarnos al llanto, lo cual es más que válido al estar ante una de las obras de animación más bellamente construidas de los últimos años.
En mis cavilaciones sobre la película, reflexionaba que, en el arte, las entidades hallan su razón de existir en ser advertidas por quien experimenta la obra. Sin embargo, en ésta, como en otros pocos filmes, nos queda la sensación de que la vida transcurre y transcurrirá dentro de ese mundo posible, porque al final todos en él entienden que nada es eterno y que hay que aprender a dejar pasar todo, a dejarlo morir y a apreciar nuevas formas de existencia por difíciles de comprender que éstas sean, incluso con aquello que más amamos.
Atestigüen, experimenten y lloren esta película, a la que, nunca mejor dicho, se le notan los hilos, y éstos, sin duda, emanan del corazón. Me quito el sombrero ante uno de los artistas vivos más prolíficos, quien de paso es mexicano. Tenía pendiente el discutir muy a fondo algunas cuestiones de carácter político con él, pero declaro una tregua en honor al entrañable pinocho.
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