Por Miguel Martín Felipe
RegeneraciónMx.- El pasado 24 de junio se realizó en la Ciudad de México la marcha por el orgullo de la comunidad LGBT, que suele ser toda una fiesta en la que se portan con orgullo los colores de banderas gay y trans por todo lo alto, mientras que sus asistentes bailan y disfrutan la colorida jornada acompañados de carros alegóricos, muchos de ellos proporcionados por empresas que aprovechan para promocionar su imagen junto con la de cantantes que simpatizan con el movimiento.
Una cuestión inédita que se presentó este año fue la aparición de un autonombrado “bloque disidente”, el cual, pese a lo que su nombre pudiera sugerir, en realidad estaba protestando de una manera pacífica contra la excesiva mercantilización del evento, ya que es cada vez más invasiva la presencia de marcas, sobre todo multinacionales, haciendo lo que algunos llaman pinkwashing, que consiste en adecuar sus logos o eslóganes en un claro afán demagógico para simular un hermanamiento con la comunidad, mientras que realmente buscan explotar el fenómeno social para posicionar sus productos o servicios.
El bloque disidente es consiente de esta estrategia mercantil y la rechaza, por lo que realizó la clausura simbólica de los carros alegóricos proporcionados por marcas y por el gobierno de la Ciudad de México, ya que el pinkwashing también incluye a instituciones públicas.
Otro de los argumentos de este bloque es que muchas de estas empresas que convenientemente se muestran como aliadas durante el mes de junio, el resto del año solicitan pruebas de VIH con una frecuencia fastidiosa a trabajadores de la comunidad gay, y no tienen plazas para integrantes de la comunidad trans. Esto lo resumen en una consigna contundente: “No quieren tus derechos; quieren tu dinero”.
La consigna me sirve como punto de partida para analizar otras aristas del fenómeno. Tradicionalmente, la lucha por los derechos de la comunidad LGBT se ha colocado dentro del espectro de la izquierda.
Gran parte de la lucha por combatir la desigualdad social durante la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI ha incluido la lucha por el reconocimiento de los derechos de la comunidad LGBT, en el entendido de que las élites y el gran capital siempre tenderán hacia la exclusión, el racismo, el clasismo y la homofobia.
Por eso no es de extrañar que la lucha feminista y pro LGBT tengan su fuente de ideas en el marxismo y cuenten con bastiones en universidades de todo el mundo. Sin embargo, la reivindicación de los derechos LGBT se ha convertido paulatinamente en un reclamo publicitario y de repente el gran capital es pro inclusión.
Esto no extraña si tomamos en cuenta que la mayoría de integrantes de la comunidad suele tener un poder adquisitivo por encima del promedio al no tener hijos, por lo que resultan en un segmento sumamente atractivo para las empresas, que hondeando la bandera del arcoíris pretenden venderles lo que sea.
El denominado Libro negro de la nueva izquierda, escrito por Agustín Laje y Nicolás Márquez activistas de derecha argentinos, se aboca a dar cuenta de cómo hay una especie de conspiración mundial de la izquierda para “convertir a nuestros hijos en homosexuales” y se regodea en desprestigiar a muchos activistas clásicos como Michel Foucault.
El hecho es que esta visión pierde un poco la brújula, porque actualmente la lucha por los derechos LGBT ha sido tomada por asalto por el capitalismo. Sin embargo, para quienes no tienen bien claros los parámetros de la izquierda latinoamericana, sigue pareciendo de izquierda porque todo despide un aroma a Partido Republicano, con la industria cultural hollywoodense atravesada de por medio haciendo aspaviento y medio por implantar de manera artificial una idea de inclusión que escandaliza a muchos jóvenes expertos en cultura pop devenidos en voceros de la derecha a través de redes sociales.
Quienes pugnamos por la transformación de México guardamos un profundo respeto y cariño por la comunidad LGBT, toda vez que los reconocemos como hermanos desde los abismos de la opresión.
Sin embargo, el placebo capitalista de la inclusión a través del mercantilismo y la cultura pop ha desvirtuado esta relación, y hace que aflore la tradición católica en la que se desarrolló históricamente el pueblo mexicano, por lo que, lamentablemente, nos encontramos a muchos obradoristas homofóbicos que comparten en redes sociales contenidos emanados de la derecha más reaccionaria, donde se repudia a la comunidad y se crean bulos acerca de la llamada “ideología de género”, un constructo conservador diseñado para espantar a los padres de familia con la posibilidad de que malvados gays, lesbianas y transexuales vienen por sus hijos para hacerles mil cosas inenarrables.
Lamentablemente, toda esa caterva de reaccionarios, muchos de ellos jóvenes, a priori nos meten a todos dentro del mismo costal, cuando la lucha pro inclusión y la homofobia son ya dos bandos dentro del propio capitalismo.
Debemos dejar en claro que, aunque respetamos esa lucha, este movimiento lo construimos con base en nuestra pugna por un Estado de Bienestar. Y con el respeto que nos merecen todas estas luchas, válidas donde las haya, así como la de los derechos de los animales, no dejan de ser causas más propias de sociedades donde las necesidades básicas ya están satisfechas.
Ya lo dijo AMLO: «Por el bien de todos, primero los pobres», por lo que sigue siendo prioridad que los que mueren de hambre sobrevivan y coman, y los que no pueden estudiar lo hagan hasta el nivel que deseen bajo un esquema público y de calidad.
Desde el desconocimiento nos meten a todos dentro del costal “progre” o “woke”, categorías en las que muchas veces sus ideólogos están más preocupados por una noción de justicia social que se ajusta más al primer mundo.
En una Latinoamérica siempre doliente y golpeada por la conquista, la prioridad debe ser siempre acabar con la desigualdad en todas sus variantes, pero con énfasis en la desigualdad económica, que deriva en falta de oportunidades.
Y más urgente se vuelve el deslinde si reparamos en que muchas de las categorías dentro de la lucha woke se nombran en inglés y se alejan cada vez más de la realidad latinoamericana. Basta como ejemplo ver que la Ciudad de México nombró como “Gay Pride” al comité organizador de la marcha.
No dudo que haya obradoristas involucrados con las causas llamadas peyorativamente “progres”, mientras que lamento y destaco como área de oportunidad a otro sector de obradoristas politizados recientemente a través de redes que preservan pensamiento reaccionario para algunas cuestiones.
Que los genuinos derechistas nos llamen “chairos”, si gustan, pues ese término, aunque peyorativo, sí hace referencia a la lucha de izquierda como la entendemos los obradoristas.
Si nos llaman “progres” o “woke”, solo se estarán refiriendo a una categoría que probablemente se suscriba a la propia derecha más de lo que creen, ya que, al igual que ellos, no suele mirar hacia abajo en la escala social.
Bien, ahí queda esta opinión que, como debe ser, es susceptible de debate, que para eso somos chairos.
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