50 años del asalto al cuartel Madera, por Jesús Ramírez Cuevas

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El 23 de septiembre de 1965, un grupo de maestros, campesinos y estudiantes atacó el cuartel militar de Ciudad Madera, Chihuahua. Con esa acción militar del movimiento de Arturo Gámiz y Pablo Gómez, marcó el inicio de las guerrillas mexicanas modernas, inspiradas en el Che Guevara

Por Jesús Ramírez Cuevas

Regeneración, 23 de septiembre de 2015. Aún estaba oscuro cuando comenzó el ataque guerrillero. Esa madrugada, en formación, los soldados del cuartel militar de Ciudad Madera –una gran barraca cedida por la empresa Bosques de Chihuahua– salían del edificio principal hacia otras construcciones contiguas donde tomarían el desayuno. Una sección completa permanecía en la barraca con las armas al alcance de la mano. Había 125 soldados destacados en el cuartel. Los atacantes eran apenas unos 15 y estaban mal armados.

Al final de la madrugada se escucharon los primeros disparos de manera intermitente, eran pocas armas y anticuadas que no hicieron gran daño a la tropa. Los soldados se tiraron al suelo en la pequeña explanada del cuartel, mientras de diversos puntos, en medio de la oscuridad, llegaban balas y voces ansiosas:

»¡Ríndanse! ¡Están rodeados! ¡Ríndanse!»

Los guerrilleros disparaban desde cuatro posiciones. La tropa que había permanecido dentro del cuartel reaccionó de inmediato y salió con disciplina militar hacia la vía del ferrocarril que corre paralela a las barracas, a unos 30 metros, porque de aquel punto se escuchaban más gritos y se veían más fogonazos.

En ese momento, un maquinista empezó a mover la locomotora del tren que lleva a Chihuahua. El fanal de la máquina iluminó a los soldados que, literalmente, estaban sobre los insurrectos apostados en el terraplén de la vía, quienes al verlos dispararon sobre la tropa. Allí se produjeron casi todas –si no todas– las bajas del Ejército. En ese lugar estaban los principales líderes de los guerrilleros: el profesor Arturo Gámiz y el doctor Pablo Gómez, quienes después de esa primera descarga no tenían salvación posible.

Además, inexplicablemente para un estratega militar, los atacantes tenían a sus espaldas una inmensa explanada de más de dos kilómetros antes de poder internarse en la sierra… una sierra arrasada por Bosques de Chihuahua –entre cuyos socios estaba Miguel Alemán–, en la que hubiera sido muy fácil localizarlos desde el aire, a la luz del día que despuntaba.

Inexpertos y mal armados, los guerrilleros fracasaron en su intento de tomar el cuartel. Fue una tragedia, una acción suicida. Mientras los soldados portaban fusiles M-1 y hasta ametralladoras, los rebeldes apenas contaban con algunas granadas, bombas molotov, cuatro carabinas 30-05 y 06, tres rifles 7 milímetros, dos rifles 22.

El doctor y profesor Pablo Gómez disparaba una escopeta calibre 16 que tenía que cargar después de cada tiro. Las postas para cazar pajarillos apenas hirieron a los soldados que estaban encima de él, a los otros sólo les hicieron moretones bajo la ropa. Un soldado esperó agazapado a que descargara su arma y, mientras intentaba cargarla de nuevo, avanzó y lo cosió a balazos. Gómez cayó con una bandera blanca en las manos cuya inscripción rezaba: «¡Viva la Libertad!»

Así fueron cayendo otros, incluido Arturo Gámiz. Los sobrevivientes –unos siete– escaparon hacia la sierra y desaparecieron. Eran los que disparaban desde el lado opuesto de la vía, entre las casas, donde la montaña está más próxima –a unos 500 metros–, aunque también talada hasta el último árbol.

Como resultado del ataque –aquel fatídico 23 de septiembre de 1965– murieron un teniente, dos sargentos y tres soldados, además de ocho guerrilleros, »la flor y nata de la dirección campesina radical en Chihuahua», apunta el investigador universitario Víctor Orozco. Los rebeldes caídos fueron: Arturo Gámiz García, profesor rural y principal dirigente de la guerrilla; Pablo Gómez Ramírez, médico y profesor; Emilio Gámiz García, estudiante y hermano de Arturo; Antonio Scobell, campesino; Oscar Sandoval Salinas, estudiante de la escuela normal del estado; Miguel Quiñones, profesor rural en Arisiáchi; Rafael Hernández Valdivia, profesor rural en Basúchil, y Salomón Gaytán, campesino de Dolores, Madera.

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“Nuestro deseo es cambiar el mundo y eso nos llevara mucho tiempo. Mientras mas pronto empecemos a luchar por cambiarlo, mejor”: Arturo Gámiz García

Era un grupo de jóvenes (ninguno llegaba a los 40 años y la mayoría tenía menos de 30) que decidió abandonar el cauce legal y pacífico para lanzarse a la vía armada. Sus nombres se convirtieron en símbolo de la lucha guerrillera en México.

El periodista Víctor Rico Galán, entonces reportero de la revista Sucesos (quien dos años después, en un intento por formar un grupo armado, cayó preso en la penitenciaria de Lecumberri, Distrito Federal), visitó el lugar pocos días después y publicó un relato del ataque.

Según la reconstrucción del asalto al cuartel Madera, en la acción, los guerrilleros sólo tenían una opción: morir. Los rebeldes creyeron que la sorpresa subsanaría sus desventajas. Quizá pensaron que los soldados se rendirían ante los primeros disparos. Pero ante la superioridad de los militares, la muerte fue inevitable.

Los 15  jóvenes se lanzaron sobre el Cuartel de Madera, sin contar con el apoyo de dos grupos más que no llegaron a tiempo. El plan era realizar un asalto relámpago para obtener armamento, tomar la población, expropiar el banco local y transmitir un mensaje revolucionario a través de la radioemisora local para volverse  a internar de nuevo en la sierra chihuahuense.

El grupo de estudiantes normalistas, maestros y campesinos llevó a cabo un ataque suicida que buscaba sorprender a 120 militares. Estaban decididos, ese 23 de septiembre irrumpirían en el cuartel de la población rural Madera, municipio del mismo nombre al suroeste de Chihuahua.

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Dos semanas antes del ataque, los guerrilleros habían dirigido una advertencia al el general de división gobernador de Chihuahua, Práxedes Giner Durán, a través del periódico local Índice, donde le piden la renuncia:

Nos hemos levantado en armas para hacer frente a los cacicazgos, como el de José Ibarra y Tomás Vega, una vez que agotamos los medios legales sin fruto alguno, una vez que nuestros esfuerzos fracasaron en virtud del apoyo incondicional que el gobierno del estado proporciona a los caciques que por décadas se han dedicado impunemente a explotar como bestias a los campesinos, a humillarlos, a asesinarlos, a quemarles sus ranchos, robarles su ganado y violar a sus mujeres. 
Hemos declarado varias veces que estamos dispuestos a dejar las armas a condición de que se someta al orden y a la ley a los caciques, como Ibarra, y se repartan las tierras que mediante despojos y asesinatos han acaparado. La respuesta suya ha sido mandar más de dos mil soldados a liquidarnos y armar bandas de conocidos asesinos que nos persigan con saña.
Hemos dicho y lo repetimos… No queremos matar soldados, nada tenemos contra ellos siempre y cuando respeten a las familias. Los consideramos explotados de clase pobre que están al servicio únicamente por necesidad, teniendo que soportar el despotismo y los abusos de sus superiores. Nuestra lucha no va dirigida al ejército sino contra los caciques.
Usted con sus torpezas y sus caprichos ha agravado todos los males del estado, le hemos pedido que reconozca su incapacidad y renuncie y salga del estado que tan mal ha servido. Se lo repetimos ahora… renuncie y váyase o lo sacaremos a la fuerza cueste lo que cueste y corra la sangre que corra.

Sierra de Chihuahua, Arturo Gamiz y Salomón Gaytan.

«¿Querían tierra?, ¡échenles hasta que se harten!»

Terminado el combate, los soldados levantaron los cuerpos de los guerrilleros y los arrastraron pasearon por todo el pueblo en un camión de redilas como escarmiento. Los familiares los metieron en bolsas de lona para llevarlos a sepultar a Chihuahua, pero el gobernador del estado, Práxedes Giner –que se trasladó al lugar–, ordenó que se abriera una fosa común y ahí los enterraran. En contraste, los soldados caídos recibieron honores militares rodeados de los pistoleros de los caciques de la región.

El cura del lugar, Roberto Rodríguez Piña, bendijo los impolutos ataúdes de los soldados, pero se negó a hacerlo con los cadáveres sucios, llenos de tierra y pólvora de esos civiles que murieron en el enfrentamiento.

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Mientras arrojaban los cuerpos al fondo de la zanja, el general de división Práxedes Giner Durán exclamó: «¿Querían tierra?, ¡échenles hasta que se harten!».maderamuertos

El general-gobernador no podía olvidar el desafío que le lanzaron los guerrilleros meses antes: «Nos gustaría verlo acá en la sierra, al frente de sus tropas, para que se convenza de un par de cosas: es fácil mandar soldados a la muerte; es fácil lanzar insultos a las maestras y a los estudiantes ahí en su oficina, valiéndose del cargo que tiene. Lo difícil es empuñar un arma, introducirse en la sierra y hacernos frente».

El régimen minimizó los hechos en un intento por borrar e ignorar lo sucedido. El gobernador Giner Durán acusó de gavilleros y bandoleros a los guerrilleros. Ese día, desde Madera, declaró: «Aquí no ha pasado nada, absolutamente nada. Eso que dicen que hubo es como si estuviéramos platicando y luego nos fuéramos a nuestra casa sin que hubiera nada… Lo que ocurrió pudo haber ocurrido en un baile o una cantina…»

En contraste, el Ejército invadió la región y detuvo a decenas de campesinos que fueron vejados y amarrados de pies y manos.

El periodista Víctor Rico, junto con el fotógrafo Rodrigo Moya, fueron testigos de las detenciones masivas de campesinos. En el sitio, el general brigadier Gonzalo Bazán Guzmán, jefe de la plaza de Madera tras el ataque, declaró a Rico Galán: «Está bien luchar por los caminos legales, pero no alentar a estos fanáticos feroces. Estos de la Unión General de Obreros y Campesinos de México están alentando y protegiendo a estos gavilleros».

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Se lanzó una feroz persecución de los guerrilleros sobrevivientes, los soldados maltrataron y torturaron hombres y a niños. Excesos «sin duda lamentables», diría el general Bazán, «pero necesarios», ironizó el periodista Rizo Galán en la conversión con el militar.

Al final de su relato, Rico Galán escribió indignado: «Y Madera tiembla. Tiembla sordamente de rencor y de rabia».

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Víctor Rico Galán llegó al día siguiente del ataque a Madera, Chihuahua

Dos días después del ataque, el Congreso de Chihuahua solicitó al Presidente de la República la protección de los poderes de la Unión. Y enumeró las acciones guerrilleras iniciadas un año antes:

«Con fecha 29 de febrero de 1964 destruyeron un puente; el 5 de marzo del mismo año, asesinaron a Florentino Ibarra (cacique de la región); el 12 de abril siguiente incendiaron una casa y la estación de radio al servicio de la misma; el 15 de julio del año próximo pasado, atacaron por sorpresa a un grupo de agentes de la policía del estado, en Dolores Chihuahua, quitándoles las armas, privándolos de su libertad por varios días y lesionando a dos de ellos; durante el presente año, atacaron a un pelotón de soldados del 52 Batallón de Infantería en la Sierra de Madera, hiriendo a tres de ellos, y el 23 de los corrientes, en forma sorpresiva y temeraria, atacaron la guarnición de la plaza de Ciudad Madera.»

El Congreso chihuahuense omitió deliberadamente los actos de injusticia y abusos cometidos por caciques y compañías madereras contra campesinos que denunciaron los rebeldes (en su calidad de líderes agrarios) y que los impulsaron a la acción armada, cerradas las vías legales y pacíficas.

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En su crónica de los hechos, El Norte (24 de septiembre de 1965) consigna: «El gravísimo problema agrario de Chihuahua aparece como fondo y motivo de los sangrientos sucesos ocurridos en Madera. La disputa por la tierra llevada al pillaje, al asalto y al asesinato generó durante tres años los hechos que culminaron sangrientos el 23 de septiembre».

En las semanas, meses y años posteriores al ataque se intensificó el reparto agrario en la región, afectando los latifundios denunciados por los insurrectos, incluida la distribución del inmenso latifundio maderero Bosques de Chihuahua, propiedad del consorcio Vallinas-Trouyet-Alemán. La justicia agraria por la que lucharon durante años los campesinos llegó después de la muerte de estos jóvenes.

En su libro Madera, el maestro José Santos Valdés, amigo de los sublevados, explicó las causas de este episodio histórico: «Eran unos muchachos que lucharon con las armas en la mano, buscando que se les hiciera justicia a los trabajadores del campo mexicano. Su propósito era hacer ver la impunidad con que los caciques, los guardias blancas y los malos funcionarios, actuaban en contra de campesinos, maestros y estudiantes».

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Esta guerrilla inspiró años después a la organización Liga Comunista 23 de Septiembre, grupo de guerrilla urbana más importante de los años setentas. El periódico clandestino de la Liga Comunista llevó de nombre Madera.