Por Miguel Martín Felipe
RegeneraciónMx.- Como saben mis lectores asiduos, sin que mi obra se circunscriba a los movimientos que se encaminan a reivindicar el barrio, Neza es protagonista de muchas de mis crónicas. Crecí sin prejuicios y sin caer en la conducta lamentable de algunos de mis familiares, quienes se empeñaban en ocultar y negar su raigambre conforme se abrían paso en la sociedad a través del estudio y el acopio de bagaje cultural.
La calle en que crecí fue una de las primeras en ser pavimentadas, por lo que desde mi más tierna infancia pude pisar sobre suelo firme, así como jugar por periodos cada vez más prolongados. En mis nebulosos recuerdos vislumbro un mar de piernas adultas corriendo detrás de una pelota en medio de la calle algún domingo soleado, y detrás de ellos, nosotros, los niños de entre 3 y 6 años supuestamente “jugando fútbol”, el cual ni siquiera entendíamos.
Pocos años después, vino la fiebre del mundial 1994, luego, en 1995 comenzaron a jugar los Toros Neza y el fútbol se volvió una presencia cada vez más fuerte en nuestras vidas. Fue desde los 7 años que comencé a sentir placer pateando piedrecillas de grava hacia el cielo. Después pasé a patear pelotas y poco a poco desarrollé un gusto por la práctica del fútbol que perdura hasta la fecha. Mi memoria visual y motriz guardan goles que me han hecho sentir por un instante el rey del mundo y que me han valido no pocos abrazos.
Lo que se ha venido diluyendo con el paso del tiempo es mi nivel de pasión con respecto al fútbol profesional. Si bien mi simpatía por el Pachuca y el León es perenne, pues hay involucrado un sentimiento de pertenencia por los estados de procedencia de mis padres, estoy cada vez menos dispuesto a acudir a un estadio o a comprar una playera de juego original. Igualmente, los juegos de la selección, constructo de Televisa donde los haya, los seguí solo de manera testimonial en el mundial pasado.
Pero eso sí, cada semana disfruto derrotar a rivales más jóvenes y más esbeltos en las inclementes retas del barrio; los miércoles, viernes y domingos. Si de algo me puedo jactar es que al menos no seguí las pautas de la mencionada televisora en cuestión de apoyar a alguno de los llamados “equipos grandes”, ni tampoco tomé la opción de odiar al América solo porque el marketing así lo dictara.
Este sol debilitado que propicia el clima frío y el reverdecer de todos estos recuerdos, es igualmente catalizador de nuevas vivencias curiosas.
El domingo 17 de diciembre de 2023, tuve la idea de salir en la noche a una romería navideña que se emplaza cada año en la colonia Maravillas. Caminando con mi hijo Adrián, entre los puestos de adornos, pirotecnia, dulces, comida y fruta para piñata; escuchamos gritos de emoción y vimos que gente corría hacia un cierto punto. Acababa de meterle gol el América a los Tigres de la UANL en los primeros minutos del tiempo extra.
Apretamos el paso y llegamos a la orilla del mercado Maravillas, donde había una familia de comerciantes alrededor de una televisión en que atestiguaban la final del torneo. Portaban los hombres la playera del América y desbordaban alegría. Se compartían vasos de tequila Rancho Escondido con refresco de toronja; fui agraciado con mi respectiva ración al permanecer ahí con rostro de alegría, mientras que Adrián recibió su vaso de Squirt.
Los padres de esa familia estaban rodeados de sus hijos, la hija adolescente servía amablemente las bebidas, la otra estaba junto a su esposo, quien muy contento celebraba la décimo cuarta copa obtenida por el América. El padre de la familia comentaba que quería hacerse un tatuaje, por lo que ambas hijas amorosamente le pedían que se tatuara sus nombres.
La hija mayor mostraba en su brazo un discreto tatuaje de serpiente y levantó risas cuando exclamó: «Aquí tengo tatuada a toda mi familia». Se me preguntó si yo torcía por el América. Pasé el filtro con mucha suerte, pues les dije que mi equipo era el León y les generó simpatía, pues tienen parientes por la región y frecuentan la feria.
Seguían cayendo goles, más aún con la expulsión de Nahuel Guzmán, el portero argentino de Tigres que cuenta con un inagotable repositorio de mañas y burlas para mermar lo más posible al rival. Esta vez su impotencia lo obligó a cometer una flagrante falta en tres cuartos de cancha y así dejó a su equipo entregado con inferioridad numérica. Al mismo tiempo, seguían corriendo los vasos de tequila, pues una misión salió en su busca y tuvo éxito, así que compartimos más libaciones, añadiendo el amable gesto de declinar mi cooperación. «Nosotros le vamos al América de toda la vida, joven. Aquí vendemos fruta, estamos a sus órdenes. Aquí están mis hijas, mi esposa y mis yernos. Ahorita estamos disfrutando, pero mañana sigue la chinga».
Así fue como el dueño del puesto, en toda humildad y sinceridad me brindó su amistad en medio de la euforia decembrina. En las calles aledañas resonaban los cánticos de las posadas, y ya el instinto movía a muchos a congregarse en medio de la glorieta del coyote, la escultura de Sebastián que a pocos gustó y que fue erigida a instancias de Peña Nieto cuando gobernaba el Estado de México.
Sobrevino el pitazo final y se concretó el lapidario 3-0. Sin prejuicios sociales, simplemente rodeado de gente sincera y trabajadora, tomado fuerte de la mano de mi hijo, emocionado al igual que yo; y con los recuerdos de toda una vida a flor de piel, he podido reafirmar que crecí y vivo en un entorno donde pueden florecer los más sinceros sentimientos y donde las puertas siempre están abiertas para hacer nuevas amistades, incluso ante algo que yo no hubiera esperado: este fenómeno social complejo llamado Club América. Entre abrazos y promesas de visita nos despedimos, no sin aceptar la caminera.
Vaya esta crónica como homenaje a la calidez y pasión de entrañable familia. Una promesa es una promesa. Feliz navidad y prospero 2024.
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