Por Luis Linares Zapata
Ciudad de México; 5 de octubre del 2011. (La Jornada)La formación de un movimiento insertado en el seno mismo de la sociedad, y con alcances nacionales, se presenta como un fenómeno inédito en México. Lo es porque contiene la energía y determinación suficientes para inducir en el país un atractivo rumbo distinto al vigente. Uno regido por la justicia distributiva, con autoridad moral y que atienda a los impulsos soberanos que pululan en la nación. Sin embargo, ha pasado, a pesar de la importancia que reviste, casi desapercibido para los lectores de la gran prensa y, sobre todo, para las audiencias de la radiotelevisión. Cuando ha llegado a ser atendido o analizado se le parcializa y acompaña de opiniones contrarias a sus reales intenciones, liderazgo y composición. Tal omisión no es fruto de una ceguera colectiva, imposibilitada para comprender la envergadura de dicho suceso. Obedece a una deliberada estrategia de aislamiento y, si esto fuera inoperante, de ninguneo y hasta desprecio, clasista las más de las veces. Se intenta, de tan grosera manera, difuminar su molesta presencia para un entorno cuya decadencia ya se ha tornado tan evidente como insoportable para sendos estamentos ciudadanos.
Para identificar las fuentes de los continuos ataques contra el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) es necesario un esfuerzo de conciencia y otro de divulgación. Conciencia para penetrar en la base de la deformada realidad imperante y darle, a su núcleo causal de control, el nombre debido: oligarquía. Difusiva porque es indispensable sacar tal enquiste maligno a la luz pública, aun a costa de parecer y hasta ser
políticamente incorrectopor nombrar la soga en casa del ahorcado. Sobrepasados los temores concomitantes, se descubre que las circunstancias opresivas que maniatan a la sociedad terminan encallando en los intereses de una plutocracia rapaz, ignorante, soberbia y egoísta. Y esta punzante realidad ha sido puesta al descubierto de cruda manera, sin tapujos y a costa de padecer los ataques derivados. Morena se ha convertido, por su misma génesis, en una fuerza moral y política, sustento de su identidad democrática. Se ha levantado, ahora con reconocimiento oficial, ante ese grupo de poder dominante (oligárquico) y expoliador. El enfrentamiento político y ético es, entonces, inevitable. Uno de los contendientes, enraizado en la derecha más atrincherada y con varios partidos a su servicio, utiliza el inmenso aparato de comunicación del país y lo ha convertido en agente mediatizador e inmovilista. El otro, fincado en la tradición nacional de izquierda reivindicadora, endereza su formación netamente popular para reclamar sus derechos a existir y a ocupar el lugar decisorio que sus mayorías demandan.
El domingo pasado, Morena cumplió con las debidas formalidades de una asociación civil con una presencia masiva que, paso a paso, ha impuesto la densidad de su propio origen y designio. Ya con anterioridad había irrumpido, con sus cuadros dirigentes, en el centro político del país. Hacía falta esta segunda ocasión, justo el 2 de octubre, para que su voluntad se hiciera notar con pleno derecho. El consejo consultivo, órgano superior de gobierno del movimiento, ha sido el encargado de diseñar el Programa Alternativo de Nación que guiará sus pasos subsiguientes. De aquí en adelante, salvo mala intención, no se podrá negar la existencia de un mapa de ruta bien integrado en su originalidad y con visión de gran alcance. Este esfuerzo conceptual, ideológico y programático, es el primero que se lanza en el angustiado México actual. Sin duda servirá también para diseñar, como oferta de campaña, el programa de gobierno. Uno que sea alterno al modelo vigente, concentrador, dependiente, entreguista e injusto.
Ajeno por completo a la influencia o patronazgo que deviene desde el poder establecido, Morena ha cumplido con una larga, penosa travesía de cinco años. Tiempo que ha tomado el peregrinar por toda la República para identificar y sumar a todos aquellos mexicanos que desean un mañana distinto al actual para ellos y sus descendientes. No se trata entonces de un movimiento social de protesta, como lo catalogó Marcelo Ebrard con torpe intención. Morena es un movimiento esencialmente político que aspira a la transformación de la vida pública del país. Sus integrantes, núcleo formador del mismo, son hombres y mujeres que han tomado conciencia de su entorno y se declaran prestos a trabajar por su futuro de cambio efectivo. No son un conjunto de bienintencionados altruistas tras algún remedio temporal a sus males circunstanciales. Son, ahora, un conjunto organizado de personas, millones de ellas esparcidas por todo el país, que ya no aceptan seguir encadenadas a un destino que no les corresponde, que les ha sido impuesto y que, con frecuencia inusitada, los desecha con irresponsable e inhumana actitud. Saben que su fuerza no radica solamente en su creciente número, sino en su orgánica integración a un proyecto colectivo de enorme proporción y trascendencia. Morena es la única esperanza del México oprimido y de todos los demás que aspiran a una vida digna y productiva.
{jcomments on}