Por: Diana Cariboni | IPS
Las muy contemporáneas novelas medievales del galés Ken Follett transportan a un tiempo en que los ricos lo tenían todo, y los pobres no se tenían ni siquiera a sí mismos.
Esas historias ambientadas en los siglos XII, XIII y XIV reconfortan en cierto modo al lector contemporáneo, rodeado de comodidades, libertades y garantías.
La marca de aquella época era la pobreza. Como dice el propio Follett, “el príncipe más rico vivía peor que, pongamos por caso, un recluso en una cárcel moderna”.
Pobreza y desigualdad no son lo mismo, pero se refuerzan una a la otra. En la pobre Edad Media la desigualdad era terrible: entre la plebe desposeída y los príncipes, señores y miembros poderosos del clero había un vacío social y económico que llevó siglos poblar.
La sociedad del siglo XXI vive bajo el signo de la opulencia. Pero el problema es que los ricos se están haciendo cada vez más ricos, en todo el mundo, y los ejércitos de pobres salen del foso con mucha lentitud y se quedan muy cerca del borde y con un pie en el vacío.
En India, donde viven 1.200 millones de personas, los billonarios se multiplicaron por 10 en la última década. En 2003 poseían 1,8 por ciento de la riqueza nacional y en 2008 ya tenían en sus manos 26 por ciento, indica la organización internacional para el desarrollo Oxfam.
En cambio, la superación de la pobreza extrema en ese país es demasiado lenta: en 1981 había 429 millones de indigentes y en 2010 sumaban 400 millones, de acuerdo al Banco Mundial.
La desigualdad aumenta en todo el mundo, alertan instituciones tan representativas del pensamiento liberal y desregulador como el Fondo Monetario Internacional y el Foro Económico Mundial (FEM).
Según el banco Credit Suisse, 10 por ciento de la población mundial posee 86 por ciento de todas las riquezas, mientras el 70 por ciento más pobre (más de 3.000 millones de personas) cuenta con apenas tres por ciento.
En las encuestas a las elites mundiales sobre riesgos globales que realiza el FEM se resalta la inequidad de ingresos como uno de los principales peligros emergentes.
¿Estaremos volviendo a la Edad Media?
Eso parece imposible. Las clases medias, o los “no pobres”, se siguen engrosando, sobre todo en los grandes países del mundo en desarrollo.
La extrema pobreza se redujo drásticamente desde los años 80 en todo el mundo. En 1981, más de la mitad de la población de los países en desarrollo era indigente. En 2010 esa proporción había bajado a 21 por ciento, según el Banco Mundial.
Pero las brechas de riqueza y de ingresos se ensanchan, también en lugares donde las clases medias están bien asentadas, como Europa y Estados Unidos.
Varios analistas vinculan estas masivas salidas de la pobreza y la percepción pública creciente de la desigualdad con la erupción de descontentos sociales más o menos difusos en países tan distintos como Turquía, Brasil o Chile.
La desigualdad reaparece con fuerza en el siglo XXI, como un fenómeno de nuevas facetas que acompaña al capitalismo globalizado.
En este escenario, América Latina se presenta como una anomalía: sigue siendo la región más desigual del mundo, pero es la única que empezó a cerrar la brecha en los últimos años.
En torno a la desigualdad se reunieron el 22 y 23 de este mes en Santiago 23 periodistas de Chile, Argentina, Bolivia, Brasil y Uruguay, convocados por la agencia internacional de noticias IPS, con apoyo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Noruega.
El seminario “Otras caras de la desigualdad: inequidad, corrupción y economía informal en América del Sur” tuvo el propósito de estimular a los periodistas a reportear sobre los núcleos duros del problema, como la debilidad impositiva, la evasión y el peso del trabajo informal o precario.
Expertos de las Naciones Unidas y del mundo académico, activistas por la transparencia, investigadores y dirigentes sociales y estudiantiles expusieron datos, cifras y opiniones como disparadores del debate.
En ese yacimiento de información aparecieron asuntos opacos que podrían explicar el descontento social en la economía más sólida y exitosa de América Latina: Chile.
Por ejemplo: la evasión del impuesto a la renta es de 46 por ciento en el segmento más rico de la población. Y las islas Caimán y Vírgenes Británicas, dos tradicionales paraísos fiscales, están entre los principales países de origen de la inversión extranjera directa en Chile.
La pobreza latinoamericana se redujo a 27,9 por ciento en 2013. En 1990 había llegado a 48,4. Y la indigencia está en un mínimo histórico de 11,5, dijo Martín Hopenhayn, director de la División de Desarrollo Social de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
Además, la región recauda poco y mal, con ingresos tributarios directos que constituyen apenas 4,4 por ciento del producto interno bruto regional, contra ocho por ciento de los indirectos, que castigan desproporcionadamente a los pobres.
Este es un detalle clave, según Hopenhayn, porque la capacidad fiscal puede corregir “las dinámicas desigualadoras del mercado”.
Pero, con todas sus limitaciones, la experiencia de América Latina parece ser inspiradora.
“Nos da la esperanza de que la tendencia mundial de la desigualdad es reversible”, sostiene Oxfam. Es la región del mundo donde los ingresos fiscales crecieron a mayor velocidad en los últimos años, y ese crecimiento se tradujo en gasto social para abatir la inequidad.
Entre 2002 y 2011, la desigualdad de ingresos cayó en 14 de 17 países estudiados, y unos 50 millones de personas ascendieron a la clase media, por lo que, por primera vez en la historia, hay más población en los sectores medios que en la pobreza, indica el Banco Mundial, aunque muchos tengan todavía un pie en el vacío.
Después de tanto tiempo ganando campeonatos de inequidad, América Latina puede ser la región del mundo donde la igualdad marque tendencia. Otros cambios indicarán si es solo una moda pasajera.