The Economist: aristocracia, darwinismo social y mafia

Por Ricardo Sevilla

Al observar la cuenta verificada de Sarah Birke en Twitter, es posible percatarse que la editora de The Economist en México, Centroamérica y el Caribe retuitea y comparte constantemente las publicaciones de Valeria Moy, directora general del IMCO, columnista de El Universal y empleada de Valentín Díez Morodo, octogenario y poderoso consejero de la clase millonaria de México que, desde sus diferentes organizaciones, encabeza un embate contra el Gobierno federal que encabeza López Obrador.

Sarah Birke, además, comparte en su muro de Twitter los contenidos del diario español El País y las publicaciones del comediante Víctor Trujillo, alias Brozo, quien, disfrazado de payaso ha dicho al Jefe del Ejecutivo: “Acuérdate, Andrés: no eres dios, eres un pinche presidente”.

Más allá de estas afinidades ideológicas o intelectuales de Birke, alarma que la responsable de The Economist en México se haya saltado el precepto que el semanario británico ha presumido como su norma inquebrantable: no firmar los artículos que aparecen en sus páginas. Y es que, de acuerdo con la revista británica, los artículos que publican carecen de rúbrica para que sus periodistas permanezcan en el anonimato.

Pero, en esta ocasión, Sarah Birke no sólo difundió la portada y el texto de The Economist, correspondiente a la edición del 29 de mayo al 4 de junio, donde califican al Primer Mandatario de México como “El falso mesías de México”, sino que aceptó ser la autora del texto.

En una entrevista concedida ayer a Héctor Jiménez Landín, en El Financiero TV-Bloomberg, Birke es presentada como “coautora” del texto donde, entre otras cosas, se afirma: “Los votantes deberían frenar al presidente hambriento de poder de México” y “Andrés Manuel López Obrador persigue políticas ruinosas por medios indebidos”.

Al ser cuestionada sobre por qué el semanario británico llamaba “Mesías” y “falso” al presidente de México, Sarah Birke, en un español sumamente deficiente, sólo atinó a responder: “Bueno, Meséas poque promete mucho… y falso poque no está cumpliendo sus promesas” (sic).

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La pobreza intelectual de Birke le impidió precisar en qué basaba sus calificativos y sus parangones. Incapaz de hablar sobre la teoría mesiánica o las religiones abrahámicas donde encontramos este concepto, la editora y corresponsal de The Economist evidenció que sus calificativos, más que en una investigación sociológica o en un hecho periodístico bien argumentado, estaban basados, en el peor de los casos, en la ignorancia y en un prejuicio personal contra el presidente mexicano.

THE ECONOMIST, DEFENSOR DEL DARWINISMO SOCIAL

Para entender la génesis y desarrollo de The Economist, vale la pena hacer un recuento histórico sobre los dueños y patrocinadores que pagan la 8costosa) nómina de colaboradores, editores, reporteros y periodistas de ese medio de comunicación.

De 1848 a 1853, Herbert Spencer fue el subdirector del semanario The Economist. Cabe recordar que, durante esta época, el filósofo inglés escribió su primer libro: Estática social (1851), donde apelaba a la desaparición del estado. Spencer fue también el intelectual que acuñó el principal precepto del darwinismo social: “la supervivencia del más apto” (Principios de Biología, 1864).

Debido a ello, Karl Marx, en su libro El 18 de brumario de Luis Bonaparte (1852), consideró a The Economist “el órgano europeo” de “la aristocracia financiera”.

Pero The Economist no sólo defendió a la aristocracia europea, sino que incluso se alió como vocero de Luis Bonaparte, a quien describió como el “guardián del orden”. Recordemos que, el 2 de diciembre de 1851, Luis Napoleón Bonaparte, entonces presidente de la República Francesa, encabezó un autogolpe de Estado mediante el cual intentaba perpetuarse en el poder.

The Economist, llamando “ignorantes, incultas y estúpidas masas proletarias contra el ingenio, los conocimientos, la disciplina, la influencia espiritual, los recursos intelectuales y el peso moral de las capas medias y elevadas de la sociedad”, secundó las acciones golpistas de Napoleón. Y fue precisamente Marx, mediante un revelador puñado de citas textuales, quien se encargó de exhibir las aviesas intenciones de la publicación:

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Descubiertos los inicuos intereses de Napoleón y sus voceros de The Economist, Marx apuntó: “La única masa estúpida, ignorante y vil no fue nadie más que la propia masa burguesa”.

Esto revela que el darwinismo social, “la supervivencia del más apto”, el desdén hacia la clase popular y su defensa a favor de la nobleza y los intereses financieros del empresariado, en The Economist, no datan de un tiempo a la fecha, sino que siempre han sido su sello distintivo.

Actualmente, el semanario que dedicó una infamante y caricaturesca portada al presidente mexicano López Obrador, ya no puede ocultar que es una empresa privada cuya línea editorial no gravita alrededor del periodismo de investigación, sino del expansionismo económico, la globalización y el incontinente avance del capitalismo corporativo.

Más allá de que sus contenidos busquen impactar e influir sobre un público de clase alta, esta publicación es menospreciada por la propia prensa británica. Recordemos que, en agosto de 2015, el periódico The Guardian publicó un artículo donde se afirmaba que “Ningún gerente de marca que se respete a sí mismo nombraría periódico a The Economist”.

No obstante, es importante destacar que esta defensa a ultranza del corporativismo y el empresariado que hace The Economist se agudizó en 2016, cuando el grupo editor Pearson PLC, que habías sido los accionistas mayoritarios (desde 1957) de The Economist Group decidió vender su participación a las familias Rothschild (una dinastía judeoalemana) y Agnelli (una vieja casta italiana).

THE ECONOMIST: FERRARIS, FUTBOL Y MAFIA ITALIANA

La familia Agnelli, como bien se sabe, es la principal accionista de FIAT, el mayor grupo industrial y automovilístico de Italia. No obstante, los dueños del 46 por ciento de The Economist, también son propietarios del monopolio holandés Exor N.V., cuyas principales inversiones están concentradas en las empresas Fiat Chrysler Automobiles, CNH Industrial, PartnerRe, Ferrari, Alpitour y el Club de Futbol Juventus.

Además de controlar el contenido editorial de The Economist, los Agnelli también son dueños de los diarios italianos La Stampa y La Repubblica, cuyo cuerpo editorial y directivo ha sido cambiado al antojo de los italianos.

La familia Agnelli (que también es propietaria de las marcas Abarth, Alfa Romeo, Chrysler, Dodge, Jeep ⎼patrocinador de la Juventus⎼, FIAT, FIAT Professional, Lancia, Maserati, Mopar y Ram) amasa una fortuna de más de 11.500 millones de euros.

No obstante, los principales accionistas de The Economist, de acuerdo con varias investigaciones periodísticas, están muy lejos de ser empresarios honestos. Al contrario: se han visto envueltos en escándalos que incluyen reuniones y negocios ilegales con el grupo criminal más sanguinario y poderoso de Italia.

En 2017, por ejemplo, el dueño y presidente de La Juventus Football Club S.p.A, Andrea Agnelli, fue acusado de mantener vínculos con la Ndrangheta, organización criminal más poderosa de Italia y Europa desde hace más de cuarenta años. Agnelli, accionista de The Economist, fue investigado por haberse reunido el capo Rocco Dominello para pactar la venta ilegal de entradas a sectores de la curva juventina.

EL MONOPILIO MINERO Y PETROLERO DETRÁS DE THE ECONOMIST

El otro grupo que controla The Economist es la familia Rothschild, vetusta dinastía europea judeoalemana, cuyos integrantes fundaron bancos e instituciones financieras a finales del siglo XVIII y que, con el paso del tiempo, terminaron convirtiéndose en una influyente casta de banqueros influyente en todo el mundo.

A lo largo de su historia expansionista, los Rothschild financiaron a la Gran Bretaña y sus aliados para derrotar a Napoleón, monopolizaron el mercado minero en España, África e India; explotaron campos petroleros en Bakú, Batum, y Rusia y, en los años sesenta del siglo pasado, a través de S. G. Warburg & Co., lograron acaparar el mercado de eurobonos.

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La década de 1980 favoreció a los Rothschild, quienes, apoyados por diferentes gobiernos europeos, participaron en el desbordado fenómeno internacional de las privatizaciones. En cinco años (de 1981 a 1986), los Rothschild lograron extender su monopolio a más de treinta países en todo el mundo.

En Francia, los actuales accionistas de The Economist financiaron la campaña presidencial de Valéry Giscard d’Estaing, quien se convirtió en presidente de aquel país (27 de mayo de 1974-21 de mayo de 1981). En octubre de 1979, el semanario Le Canard enchaîné reveló que Giscard había recibido del depuesto Emperador Bokassa I de la República Centroafricana regalos consistentes en diamantes en el curso de visitas oficiales, con un valor de más de un millón de francos (150 mil euros). Le Monde abundó sobre el tema y eso propició que el amigo de los Rothschild perdiera las elecciones presidenciales de 1981.

Y debido a ese apoyo a Giscard, ese mismo año la Casa Rothschild en París fue nacionalizada por el gobierno socialista del Primer Ministro Pierre Mauroy, por instrucciones de François Mitterrand.

Desde entonces, los Rothschild tienen un enorme terror por los gobiernos de izquierda.

LOS BANQUEROS OFICIALES DEL VATICANO

Desde el siglo XVII los Rothschild lograron consolidar estrechas relaciones con el Banco del Vaticano y, desde entonces, son considerados como “los guardianes del tesoro papal”.

Es importante destacar que, en 1832, Bartolomeo Cappellari, alias Gregorio XVI, decidió acercarse a pedir un préstamo a los Rothschild. El papa tenía en gran concepto a los actuales accionistas de The Economist, puesto que habían apuntalado a los Borbones en el Reino de las Dos Sicilias, que limitaba con los Estados Pontificios, ayudando a financiar su represión de dos intentos de revoluciones.

Actualmente, las oficinas y la influencia de la Casa Rothschild, accionista de The Economist se expande a más de cuarenta países alrededor del mundo.

LA CAMPAÑA VS. AMLO

Sarah Birke, en calidad de empleada de las familias Agnelli y Rothschild, no está cumpliendo el simple rol de un corresponsal o editora de un medio de comunicación, sino de una activista (extranjera) que, enarbolando la falsa bandera del periodismo, está intentando influir en el ánimo electoral de una nación. Su persistente y frenética cruzada antilopezobradorista, pagada y difundida en las páginas de The Economist, no sólo revela su propensión contra el Gobierno federal, sino que viola Artículo 33 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que dice: “Los extranjeros no podrán de ninguna manera inmiscuirse en los asuntos políticos del país”. Y que advierte: “el Ejecutivo de la Unión tendrá la facultad exclusiva de hacer abandonar el territorio nacional, inmediatamente y sin necesidad de juicio previo, a todo extranjero cuya permanencia juzgue inconveniente”.

La pregunta es: ¿Sarah Birke estará renunciando al periodismo (objetivo, veraz, neutral e informativo) en favor de un proselitismo que, ante los ojos de muchos mexicanos y mexicanas parecería injerencista?

Vistas sus afinidades y la vehemencia (alegre y descuidada) con la que ha venido atacando al presidente de México, todo haría suponer que la editora de The Economist en México, Sarah Birke, no sólo ha orquestado una defensa a ultranza del capitalismo y una narrativa que pide la desaparición del Estado (en favor de la llamada economía libre y abierta), sino que, mediante artículos sesgados y caricaturescos, ha buscado inferir o cambiar la posición o conducta de las electoras y los electores de México.