Por Alejandro Rozado
RegeneraciónMx.- Dijimos “voto masivo” y que después…
Después ajustaríamos cuentas con tantas irregularidades partidarias, candidatos impresentables, militantes tribales, infiltraciones prianistas, etcétera. Ya están las cifras analizadas de los comicios del 6 de junio: Morena gana enormes franjas del territorio nacional, tanto en ayuntamientos y gubernaturas, como en Congresos locales. Con sus aliados en la Cámara de Diputados pierde curules, pero mantiene la mayoría relativa; también pierde la mitad poniente de la CDMX y la plaza del estado de Nuevo León fue literalmente cedida a la oposición de derecha. En lenguaje futbolístico se diría que “vencimos, pero sin convencer”.
Los oligarcas invirtieron grandes sumas en campañas sucias a través de los medios y redes, y su balance es negativo. Muchas pérdidas; mala inversión. No existirá golpismo blando alguno ⎼con su mercadotecnia de Fake News, tecnología digital, injerencismo extranjero ni orquestación de medios de difusión masiva⎼ que pueda desactivar un tsunami o un huracán tropical. Así es la 4T: poderosa por naturaleza. Sin embargo, el fuerte temporal arrastra mucha basura y cuando cese el ímpetu del meteoro ⎼posiblemente a fines del sexenio de AMLO⎼, necesitaremos establecer una organización política sólida que lleve en su ADN la huella de este ciclón histórico que vivimos y no los residuos genéticos del prianismo.
Morena: un partido-mosaico
Al surgir como un movimiento de insurgencia electoral, en Morena confluyeron muchas corrientes políticas opositoras antisistema, así como numerosos grupos oficialistas expulsados por la pandilla de canallas que dirigió al país hasta antes de 2018. Semejante heterogeneidad sólo pudo converger exitosamente gracias al liderazgo indiscutible de AMLO y al empuje histórico de un pueblo puesto ya de pie. En su generosa pragmática incluyente, Andrés Manuel advirtió que todo aquel expriísta o expanista arrepentido tenía cabida en Morena –“¿quiénes somos para rechazarlos?… todos cometemos errores y se vale arrepentirse”, decía. Una vez conseguida la presidencia de López Obrador, esta amplia coalición de fuerzas disímbolas con diversidad de intereses y puntos de vista acerca de la política nacional perdió la brújula. Pasó de ser un partido-movimiento a un partido-mosaico. Incluso algo peor: una suerte de bolsa de tianguis donde caben todo tipo de chiles y verduras, frutas y tubérculos (“costal de papas”, decía Gramsci al describir a los partidos bofos). Esta especie de “caldo tlalpeño”, que es de todo y de nada a la vez, explica que Morena ⎼a pesar de sus documentos principales que lo autodefinen como un partido democrático de izquierda, soberanista y popular⎼ haya abandonado los grandes temas nacionales y se sumergiese en un mutismo desconcertante durante el par de años posteriores: ningún pronunciamiento relevante de su dirigencia, ninguna manifestación pública. Toda la política se ha dejado en manos de los poderes ejecutivo y legislativo, mientras el “partido” ha contemplado su propia parálisis, pues las posiciones contrapuestas de los morenistas parecen anularse entre sí. La suma vectorial de tan disímbolas fuerzas en su interior es de resultante igual a cero. Mucha grilla y nula claridad de propósitos.
De modo que Morena, con esta característica desconfigurada, no es un partido de militantes disciplinados por un programa y estatutos, no se integra a los movimientos sociales reivindicativos y, en suma, dista mucho de ser el partido de vanguardia que la 4T necesita con urgencia. Es una mera aglomeración de adherentes ⎼muchísimos de ellos honrados y dispuestos a dar más de sí mismos. Por esta razón disfuncional será muy difícil cualquier “depuración”, pues todos tienen derecho a estar en el costal. Lo mejor que le puede pasar a Morena es que identifique y reconozca su condición de mosaico y se reconvierta en un Frente Amplio ⎼como en Uruguay⎼, con organizaciones más homogéneas y bien delimitadas, donde se distingan los centristas, los monrealistas, el obradorismo, una izquierda socialista democrática, los ambientalistas y varios más que se unan con propósitos comunes ante la derecha neoliberal.
Morena es sólo un aparato electoral
Al alejarse de los movimientos sociales, al callar acerca de los grandes problemas nacionales tan álgidamente debatidos durante los últimos tres años, al postular candidatos chapulines y, pese a ello, ocupar un amplio territorio del país tras las elecciones de junio, Morena se ha convertido, a las claras, no en un partido en el sentido moderno del término sino en un mero brazo electoral de la 4T. Pues en otros ámbitos de la cosa pública es prácticamente nula la actividad de la organización fundada por AMLO. Además, los procedimientos internos con miras a las últimas elecciones estuvieron contaminados por todo tipo de triquiñuelas y engaños, negociaciones cupulares y dudosas encuestas. La dirección de Mario Delgado (y antes la de Yeidckol) hizo de Morena un partido con prácticas tan detestables como las de los partidos tradicionales. ¿Por qué?
Sería de lo más ingenuo hablar primero de “traidores” ⎼al estilo sectario de la vieja izquierda⎼ sin analizar primero sus causas y circunstancias. Pues si hay traidores es porque ANTES hubo condiciones que facilitaron las traiciones: a saber, la carencia estructural de propósitos unitarios, en virtud ⎼como ya expuse⎼ del carácter desconfigurado, tipo costal de papas, en que se convirtió Morena después de 2018.
Cierto que todos los partidos modernos necesitan fuertes dispositivos electorales, pero sus miembros deben previamente entenderse con una mínima coherencia de ideales, programa y estatutos. No es el caso de Morena, a pesar de sus documentos fundamentales ⎼que nadie respeta. Antes de entrar a la etapa de “expulsar traidores”, habría que reestablecer la legalidad interna de Morena mediante un congreso extraordinario que incite también a filosofar mínimamente (como pide Enrique Dussel), proponer y decidir de manera democrática acerca de carácter de partido o frente de partidos que se necesite. En vez de que los chapulines de toda laya sigan “infiltrados” y se les persiga, es preferible que las vergonzantes tribus internas dejen de “conspirar” y de ocultar sus cartas. Abrir las cartas de las distintas corrientes políticas facilitaría que éstas se reagrupasen en bandos, alas o partidos afines a su forma de hacer política, se delimiten en organizaciones propias, crezcan en los movimientos sociales y eduquen sus respectivos nuevos cuadros, para formar un gran frente común y amplio que continúe respaldando a la 4T.
El presidencialismo de Morena
Es muy bueno y necesario que el partido apoye al Presidente, pero no que sólo haga eso, pues cae en un presidencialismo que ⎼aunque comprensible por el enorme carisma de Andrés Manuel⎼ corresponde a una práctica premoderna que debemos superar. En virtud de lo que he señalado más arriba, Morena se vació de ideas políticas y sólo ha cumplido el papel de respaldar los diversos pronunciamientos de Andrés Manuel, reproduciéndolos. El problema es que AMLO se va en tres años y se retira de la política. Por tanto, no deberíamos permitirnos un regreso a la orfandad del “laberinto de la soledad” ⎼entre otras razones porque ya no existe dicho laberinto.
Morena debe dejar de ser un partido presidencialista al más rancio estilo del siglo XX, no porque AMLO ande metiendo las manos en los asuntos internos del partido sino porque Morena carece de agenda propia, se atiene sólo a recibir línea vertical replicando los “slogans” de Las Mañaneras y no elabora política horizontalmente. Necesitamos un PARTIDO MODERNO o, mejor, un FRENTE IGUALMENTE MODERNO DE PARTIDOS de la 4T. Muchos dicen que, para ello, hay que “formar nuevos cuadros” e inmediatamente piensan en cursos y conferencias. La verdad es que los cuadros se forman en las luchas y debates concretos de todo partido; ahí, al calor de los temas candentes uno se motiva a leer a los clásicos y se documenta con avidez de los temas del día. Porque el partido en sí es la mejor escuela formativa. Para superar el presidencialismo de Morena se necesita activar los organismos de base e intermedios en donde se debatan incluso los temas internacionales (¿por qué no?, ¿acaso a los comités de base no les interesa lo que sucede en Islandia, Bolivia, España o Brasil?). El instituto de formación sería un complemento muy útil, mas no la clave para el surgimiento de nuevos dirigentes.
* Alejandro Rozado fue militante del Partido Comunista Mexicano durante la guerra sucia de los 70’s. Sociólogo, crítico de cine y psicoterapeuta. Ha publicado en diversas revistas de política y cultura. Su último libro, “El Moscovita”, es una novela autobiográfica sobre comunistas mexicanos.