Por Adolfo Gilly | La Jornada
12 de agosto, de 2014.-Este relato de los sucesos del día de la expropiación petrolera en México, 18 de marzo de 1938, es el capítulo cinco de mi libro El cardenismo, una utopía mexicana, Ediciones Era, México, 2001 (segunda reimpresión: 2013, 384 pp.), pp. 57-64. Para facilitar su lectura en La Jornada, se omiten aquí las referencias y notas al pie de página que aparecen en el volumen
el señor Presidente me citó para que me presentase en su domicilio particular en Los Pinos. Esperé un poco en la antesala y vi salir al señor licenciado Lombardo Toledano, secretario de la Confederación de Trabajadores de México, y a los líderes del Sindicato Petrolero. Enseguida el señor Presidente me invitó a que lo acompañara en su automóvil a que diéramos algunas vueltas por el Bosque de Chapultepec, para ponerme al tanto de lo que había determinado que debía hacerse y para que nos reuniésemos posteriormente con los miembros del gabinete presidencial, a quienes tenía reunidos en el Palacio Nacional.
Durante el trayecto me pidió que explicara en su nombre al Consejo de Ministros todos los esfuerzos que se habían hecho para llegar a un acuerdo con los trabajadores de la industria petrolera y con las empresas; que la huelga estaba ya causando muy serios trastornos a la economía nacional y que no podía continuar así por tiempo indefinido pues, como yo sabía, la industria y los transportes de México se movían principalmente con productos del petróleo y que la huelga, de prolongarse algunos días más, tendría la consecuencia de paralizar la economía nacional; que en vista de la intransigencia de las compañías para negociar, no le quedaba más remedio que expropiar los bienes de las compañías petroleras en su integridad, y que ya había dado instrucciones a la Secretaría de Economía Nacional para que se preparasen los efectos correspondientes.
Llegamos a Palacio, y en el salón de Consejo de la Presidencia de la República el señor general Cárdenas me dio la palabra para exponer lo que habíamos hablado en nuestro paseo por el Bosque de Chapultepec. Todos los ministros aprobaron la resolución tomada, y el decreto de expropiación fue firmado ahí mismo por el señor Presidente y refrendado por el señor don Efraín Buenrostro, secretario de Economía Nacional, y por mí, en mi carácter de secretario de Hacienda.
En ese momento, 18 de marzo a la tarde, eran por los menos tres los secretarios de Estado al tanto de la decisión del Presidente: uno, el general Múgica, con quien la discutió el 9 de marzo y a quien encargó al día siguiente preparar el manifiesto a la nación que sería leído esa noche; los otros dos, informados ese 18 de marzo con anterioridad a la reunión de gabinete, el secretario de Hacienda Eduardo Suárez, encargado de presentar el informe en dicha reunión, y el secretario de Economía Efraín Buenrostro, encargado de preparar las medidas administrativas. Parece lógico suponer que a esa altura el secretario de la Defensa Nacional, Manuel Ávila Camacho, también estaba al tanto de la decisión que Cárdenas comunicaría en esa reunión.
El viernes 18 de marzo Cárdenas anotó en sus Apuntes estas pocas líneas:
En el acuerdo colectivo celebrado hoy a las 20 horas comuniqué al Gabinete que se aplicará la ley de expropiación a los bienes de las compañías petroleras por su actitud rebelde, habiendo sido aprobada la decisión del Ejecutivo Federal.
A las 22 horas di a conocer por radio a toda la Nación el paso dado por el Gobierno en defensa de su soberanía, reintegrando a su dominio la riqueza petrolera que el capital imperialista ha venido aprovechando para mantener al país dentro de una situación humillante.
Cárdenas no registra discusión alguna en esa reunión: simplemente, poco antes de leer el manifiesto redactado por Múgica, comunicó
al gabinete que sería aplicada la ley de expropiación y su decisión fue aprobada. El decreto de expropiación fue redactado mientras el Presidente leía el mensaje a la nación. En su formulación participaron el secretario particular del Presidente, Raúl Castellano, el secretario de Hacienda, Eduardo Suárez, el jefe del Departamento del Trabajo, Antonio Villalobos, y el consejero de la presidencia Enrique Calderón.
* * *
Era viernes en la noche. El Presidente mexicano había ganado un fin de semana de ventaja. En sus cálculos entraba la sorpresa, y por lo tanto una respuesta más lenta que lo necesario de la otra parte. El anuncio, en efecto, tomó desprevenidos a los corresponsales extranjeros, a las embajadas y a los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña. Betty Kirk, corresponsal deThe Christian Science Monitor, lo refería pocos años después:
La noche de las expropiaciones agarró durmiendo a los corresponsales extranjeros. Habíamos vivido semanas de intenso trabajo informando, hecho por hecho, el gran juego del Capital Extranjero versus México. Habíamos cubierto las huelgas, las manifestaciones obreras, las decisiones de la Suprema Corte, el desafío y las amenazas de las compañías, la audacia coherente del Presidente. Pero a las seis de la tarde del 18 de marzo de 1938, pensamos que el juego estaba concluido cuando las compañías sacaron un último viraje y aceptaron pagar los 26 millones de pesos de aumento decretados por los tribunales. Esto era una aplastante victoria para el gobierno, que registramos en nuestros despachos, y luego, distendidos, nos fuimos a jugar.
Algunos fueron al cine, otros a su casa, pero la mayoría de nuestro grupo tenía un coctel de despedida ofrecido por Mig y Sheldon Tower en la terraza del Hotel Majestic. No sé quién tuvo primero la noticia, pero recuerdo vívidamente que Johnny McKnight, de la Associated Press, abandonó la fiesta misteriosamente después de una llamada desde su oficina. Eran unos minutos después de las diez. A las diez el presidente Cárdenas había anunciado por radio que su gobierno estaba expropiando a las empresas por necesidad nacional
. La política de apaciguamiento por parte del capital extranjero había llegado demasiado tarde.
* * *
En su autobiografía, Josephus Daniels, el embajador de Estados Unidos, dice que se enteró de la expropiación a través de los corresponsales extranjeros:
Estaba yo sentado en mi estudio en la embajada en la tarde del 18 de marzo de 1938, cuando representantes de la prensa estadounidense y mexicana llegaron a la embajada y pidieron verme. Estaban excitados y sorprendidos, y yo también quedé sorprendido cuando me dijeron que esa misma tarde, momentos antes, el Presidente Cárdenas había anunciado por radio un decreto expropiando las propiedades de las compañías petroleras estadounidenses y británicas en la República, acusándolas de conspiración
contra México.
Las memorias de Daniels, salvo en el elemento sorpresa, no coinciden exactamente con los recuerdos de Bobbie MacVeagh, empleada de la embajada y esposa del segundo secretario, John MacVeagh. En marzo de 1946, antes de que Daniels publicara sus memorias, Bobbie MacVeagh le envió una extensa carta recordando lo que pasó en la embajada en los días de la expropiación petrolera. En las últimas horas de una tarde, escribe Bobbie, su esposo Jack respondió al teléfono y, con cierta sorpresa,
escuchó decir a Jim Stewart, el cónsul general: Por favor, enciendan la radio y díganme qué está pasando. Una de mis empleadas consulares me acaba de telefonear que encendió su radio y escuchó al Presidente Cárdenas expropiar las compañías petroleras. Yo no tengo radio pero sé que ustedes tienen. Enciéndanlo
. Jack corrió a hacerlo y, por supuesto, el Presidente Cárdenas estaba pronunciando un discurso anunciando la expropiación de las compañías petroleras.
Jack rápidamente telefoneó al embajador Daniels y le dijo que encendiera su radio en tal número del dial, sin tener en cuenta el hecho de que el señor Daniels hablaba poco español y que Cárdenas estaba casi al final de su discurso.
El señor Daniels, sin embargo, sintonizó justo a tiempo para escuchar la totalidad de la excelente traducción inglesa del discurso del Presidente Cárdenas que el gobierno mexicano había tenido la buena idea de ofrecer. Este fue el primer conocimiento que tuvo la embajada de que la suerte realmente estaba echada, y yo siempre he pensado que esa empleada consular merecía una medalla por su devoción a la radio en ese momento.
La versión del embajador aparece más elaborada y oficial
–dice que estaba en su oficina cuando llegó la noticia–, pero el que coincide con el testimonio de la periodista Betty Kirk es el relato vívido y coloquial de Bobbie MacVeagh. Éste se corresponde, además, con el texto del cable urgente que esa misma noche el embajador envió al Departamento de Estado para informar sobre la expropiación:
El propio Presidente Cárdenas dio a conocer esta noche una declaración, que también fue difundida por radio en inglés, analizando el impasse en la controversia petrolera e indicando que las propiedades petroleras serán incautadas bajo la ley de expropiación. Todavía no se ha publicado el decreto pero se espera esta noche o mañana. Mañana a la una se realizará una reunión extraordinaria del bloque del Partido Nacional Revolucionario en el Congreso. Daniels.
De Ciudad de México. Sin fecha. Recibido 19 marzo 1938, 02:53 a.m.
* * *
Cuatro horas después, a las siete de la mañana de ese sábado 19 de marzo, llegaba un escueto telegrama de respuesta del Departamento de Estado a Daniels. Preguntaba si las compañías tenían plazo para apelar y pedía que en la información sucesiva se tomara en cuenta la posibilidad de actividades alemanas, italianas o japonesas, tales como negociaciones para comprar petróleo
.
En esa primerísima reacción, tal como lo habían previsto diez días antes Cárdenas y Múgica, la preocupación del Departamento de Estado en Washington era ubicar las consecuencias de la medida mexicana dentro de la situación internacional. Hilando más fino el significado de esa reacción, es posible imaginar que la mentalidad de los funcionarios de Estados Unidos se resistía a aceptar la posibilidad de que el gobierno de un país como México se hubiera lanzado solo a la aventura expropiatoria sin tener previas seguridades de alguna otra gran potencia. De uno u otro modo, la pregunta era lógica.
Ese sábado 19 de marzo Josephus Daniels envió sucesivos telegramas al Departamento de Estado informando sobre los antecedentes y el desarrollo de la situación. El domingo 20 de marzo a las 13 horas, en respuesta a las preguntas de Washington del día anterior, telegrafió:
En mi opinión, la medida en que el Presidente y el gobierno se han comprometido al hacer esta expropiación prácticamente elimina la probabilidad de un arreglo en el futuro cercano. Las compañías sienten que la única posibilidad de arreglo sería si la expropiación de sus propiedades por el gobierno condujera a una quiebra económica tan seria que el Poder Ejecutivo de este gobierno cambiara de manos. Esto último no parece probable.
El domingo 20 de marzo Josephus Daniels dio una conferencia de prensa. Según refiere Bobbie MacVeagh:
Los periodistas volaron desde Estados Unidos para engrosar las filas de los corresponsales permanentes y se le pidió al embajador Daniels que diera una entrevista a la prensa. Al hacerlo deduzco que se esforzó por tomar la situación en la forma más calmada posible. Su actitud probablemente fue un tanto malentendida por periodistas ansiosos de encabezados llamativos y esto, combinado con la conocida simpatía del señor Daniels por México, llevó a los reporteros a describir al embajador como si simpatizara con la acción de Cárdenas.
* * *
Esos periodistas, en efecto, esperaban del embajador una declaración de enérgica condena a la expropiación. No la hubo. Al día siguiente, The New York Times tituló la información de su corresponsal Frank Klukhohn: “Embajador dice que México agarró a Estados Unidos dormido –Daniels declara que el Departamento de Estado no sabía de las expropiaciones– Un rayo en cielo sereno”.
El embajador Josephus Daniels afirmó que a Estados Unidos lo había agarrado completamente dormido
el plan del gobierno mexicano para expropiar las compañías petroleras extranjeras. Preguntado si era correcta la impresión mexicana de que Washington había aceptado de antemano la expropiación, el señor Daniels respondió: “Ni el Presidente Roosevelt ni el secretario de Estado Cordell Hull ni yo sabíamos sobre la expropiación. La impresión general aquí era que habría una incautación (receivership ) por parte del gobierno. La expropiación fue un rayo en cielo sereno”.
Mientras tanto, por instrucciones del gobierno los trabajadores y el sindicato estaban tomando las instalaciones a su cargo en todos los campos y oficinas petroleras. Pese a algunos primeros informes alarmistas y a ciertas inevitables fricciones, la operación se desarrolló con calma y diligencia. Los estadounidenses y extranjeros en general han encomiado mucho el trato que recibieron de los trabajadores en relación con su partida y el retiro de sus efectos personales
, informó uno de los funcionarios de la Huasteca Petroleum al cónsul de Estados Unidos en Tampico