Las falacias de Vargas Llosa sobre el tema palestino-israelí

 20 de agosto, 2014.-En un artículo reciente («Entre los escombros», El País, 10/ago/14) Mario Vargas Llosa expone una interpretación que es recurrente en él cuando quien atropella los derechos humanos es un régimen de derecha. Es decir, decididamente “también lo condena”, pero dejando en claro que tales atropellos, muchas veces muy sangrientos, nada tienen que ver con la estructura socioeconómica del régimen, sino que han sido reacciones mal habidas pero provocadas, en última instancia, por el terrorismo, interno o foráneo, que quiere desestabilizar ese régimen. De esta manera queda impoluto el orden imperante, “occidental y moderno”, que él adhiere, así como en salvaguarda su prestigio de “demócrata” y activo defensor de los derechos humanos. Pero también al descubierto la mentira política y la inconsistencia ética.

Vargas-Llosa

En el drama palestino-israelí, Mario Vargas Llosa plantea, básicamente, que respalda a Israel en su “derecho a defenderse” ante “el terrorismo de Hamas”, pero considera que autoridades implacables como Netanyahu están cometiendo tales atrocidades contra el pueblo palestino que en lugar de resolver el conflicto, lo agravan, pues van a “multiplicar el número de fanáticos que quieren desaparecer Israel”.

La forma en que describe y se escandaliza de las atrocidades cometidas en Palestina y la impugnación que hace contra la acción de los líderes israelíes en esta coyuntura, le insufla una imagen democrática a nuestro Nobel, apareciendo, efectivamente, como un escritor que levanta su voz ahí donde ve que hay atropellos contra la humanidad.

¿Pero es verdad que asume una postura justa y sincera?

De ninguna manera. Cuando analistas serios, incluidos judíos, consideran que el Estado sionista no se rige por los cánones siquiera de la democracia occidental europea o americana, y es quien históricamente ha generado, con su racismo y expansionismo, la respuesta de resistencia de una Palestina ocupada y violentada, nuestro Nobel tiene la frescura de argumentar como causa primigenia de la respuesta de Israel el “terrorismo” que atenta contra su “seguridad”, solo que advierte que la respuesta de Israel, que ha provocado una “carnicería”, es “intolerable” y contraproducente. ¿En qué se diferencia de la postura política tradicional del gobierno sionista de Israel que justifica su agresión por el “derecho a la defensa”? Esta postura básica despinta todo el reproche que hace a los crímenes israelíes, pues aparecen éstos como expresiones de una coyuntura, de unos líderes intolerantes, especialmente “después de Sharon”. Pero que no siempre ha sido así.

Es decir, nuestro autor no considera que el Estado sionista de Israel sea ventralmente militarista y expansionista, “un ejército con estado”, como lo define un gran consenso de académicos. No, por el contrario, es un país de un pasado “heroico y democrático”. Nuestro novelista sólo se lamenta de la acción de ciertos líderes como Benjamín Netanyahu, y de los que han seguido desde Ariel Sharon, los que han tenido políticas implacables y que siempre “han agravado el conflicto”, “los que han llegado a creer que salvajismos como el de Gaza garantizan la seguridad de Israel”. De manera que para nuestro escritor todo el salvajismo de que han hecho gala los líderes israelíes ha sido creyendo que “garantizaban su seguridad”, no por ninguna razón expansionista ni estratégica, como revelan abundantemente su práctica y su ideología política. Así, el Estado sionista queda inmaculado en esencia, negado y limpio de ese carácter histórico de nación invasora y colonialista. Son sólo esas políticas erráticas las que están haciendo perder a Israel “toda credencial de país heroico y democrático, que convirtió los desiertos en vergeles y fue capaz de asimilar en un sistema libre y multicultural a gentes venidas de todas las regiones, lenguas y costumbres…”.

He ahí la madre del cordero de su reflexión fundamental. Con razón en ninguna parte de su artículo el autor usa la categoría de sionismo –concepto que no elude nadie- para caracterizar al régimen de Israel. Pues ese uso implicaría un análisis histórico, el cual nunca ha empleado nuestro novelista para la reflexión de los hechos sociales, pues siempre ha sido ganado por su postura ideológica de pragmático neoliberal. Se remite a la impresión de los hechos que quiere ver, no al panorama histórico, y ve en los líderes implacables, especialmente “después de Sharon”, a gente circunstancialmente despistada e intolerante, que ha reaccionado así, equivocadamente, al “terrorismo”, todo por sus ansias sinceras de “seguridad” y de búsqueda de una “paz alcanzable”. Que por ello, por tales respuestas letales, han dado “la imagen de un Estado dominador y prepotente, colonialista, insensible…”. Pero ese no es el Israel que él ha conocido, el Israel verdadero es aquel que ha “convertido el desierto en un vergel” –con su poder económico, claro-, y aquel que ha aceptado “democráticamente” “gentes venidas de todas partes, con sus lenguas y costumbres”. Esto último con la condición, agregamos nosotros, que sean judíos o se hayan convertido al judaísmo, así fueran escandinavos, serán bien recibidos, con tal que no sean árabes originarios, a los que sí trata como a ciudadanos de segunda clase.

Planteada así la cosa, con el prerrequisito de entender a Israel como país “democrático” -que acoge judíos de cualquier parte pero margina a los habitantes árabes de la tierra que ocupa-, con ese prerrequisito, el novelista concluye diciendo que Israel puede dar una imagen distinta con las acciones horrendas que están cometiendo sus líderes, de manera que “lo más temible de esta guerra (?) es que “agrava el conflicto” y está convirtiendo a Israel “de país víctima en país victimario” (sic). Increíble postura de nuestro premio Nobel, resulta que para él, a contracorriente de todos los estudios históricos sobre el problema palestino- israelí, la víctima ha sido Israel, a quien están convirtiendo en victimario por el “ensimismamiento político de la sociedad israelí”. ¿En qué se diferencia sustancialmente esta postura del pensamiento oficial de EEUU, de las potencias europeas y de Israel? Sólo en que él tiene escrúpulos por el “espectáculo de los niños despanzurrados y las madres enloquecidas de dolor…”. Cosa que a los sionistas no les altera en lo más mínimo y hasta lo celebran. Pero aun con esa diferencia, la postura de Mario Vargas Llosa está muy por detrás incluso de muchos judíos realmente democráticos, en muchas partes del mundo y en el propio Israel, que no pueden explicar estos asesinatos sino como práctica consuetudinaria del Estado sionista con el que no se identifican.

Con la naturalidad del experimentado escritor de ficción que es, nuestro autor agrega que, lamentablemente, no se puede hacer mucho por encausar a estos líderes despiadados que, en su lucha contra “los terroristas de Hamas”, apelan a una carnicería, pues “Esta política tiene, por desgracia, un apoyo muy grande del electorado israelí, en el que aquel sector moderado, pragmático y profundamente democrático (el del Peace Now …) que defendía la solución pacífica… se ha ido encogiendo hasta convertirse en una minoría casi sin influencia en las políticas del Estado”. ¿Qué lectura nos induce el novelista hacer? ¿Que la población (“el electorado”) cansado y temeroso del terrorismo irracional árabe se ve obligado a respaldar a sus líderes que, a su vez, actúan salvajemente por ese mismo ánimo defensivo y de seguridad? Nuestro escritor de ficción acaso “olvida” que este electorado es la de un país con una planificada educación y propaganda sionista, en el que el ciudadano puede cuestionar quizás una cantidad de cosas adyacentes de la vida social, con tal que no sea la política de Estado de “defensa de su seguridad” ante el entorno “amenazante” árabe y aún de limpieza étnica como una consecuencia de esa necesidad de “seguridad de sus ciudadanos” y de su “estrategia vital”. Que por consiguiente las corrientes “profundamente democráticas” o progresistas siempre han sido históricamente minorías y han tenido que resistir o extinguirse en ese contexto político nada democrático desde el punto de vista de su concepción geopolítica colonialista. De ahí que se pueda ver entusiastas de la población israelí que cantan en plena masacre: “¡Mañana no hay escuela, ya no quedan niños en Gaza! Olé, Olé, Olé”. O que quede impune la manifestación de una representante del parlamento que propone matar a las madres y a los niños palestinos para desaparecer toda generación.

Ese mismo preconcepto –de considerar a Israel fundamentalmente un Estado democrático- le hace decir a nuestro novelista que éste, previo a la ascensión de Ariel Sharon, había ensayado propuestas de solución política y pacífica, que los líderes palestinos se resistieron a acatar. Como es el caso de las conversaciones, que ahora recuerda el político israelí Shlomo Ben Ami, “que fue ministro de Asuntos Exteriores en las negociaciones con Palestina en Washington y Taba en los años 2000 y 2001, en que estuvieron a punto de dar frutos. (Lo impidió la insensata negativa de Arafat de aceptar las grandes concesiones que había hecho Israel)”.

Pero esto no es aceptado por el pensamiento crítico independiente (cito por ejemplo un artículo de Seth Ackerman), porque nuestro escritor de ficción no hace más que dar crédito a lo que los diarios norteamericanos y occidentales difundieron en su momento en el sentido que “en las negociaciones de Camp David, en julio de 2000, Israel ‘ofreció concesiones extraordinarias’ (Washington Post, 13/3/02)” O que “… ‘En Camp David, Ehud Barak ofreció a los palestinos una paz asombrosamente generosa, con dignidad y derecho a un estado. Arafat no sólo la rechazó, rehusó hacer una contraoferta’ (Seatle Times, 16/10/00)”, (Seth Ackerman, Distorsionando las negociaciones de Camp David, www.rebelion.org, 06/FEB/2003).

¿Es ésta una verdad indiscutible? ¿Es cierto que Israel ofreció en Camp David el año 2000 “asombrosas concesiones” que “insensatamente” Arafat rechazó sin dar alternativas de solución?

Seth Ackerman rememora el proceso. Al pueblo palestino le había quedado, después del despojo de 1848, el 22% de territorio del Protectorado Palestino (como se denominaba al protectorado británico), el cual, además, fue ocupado después de la guerra de 1967, “ Israel se retiraría completamente de esas tierras, regresaría a las fronteras de antes de 1967 y las dos partes negociarían una resolución para el problema de los refugiados palestinos que fueron obligados a abandonar sus hogares en 1948. A cambio, los palestinos aceptarían reconocer a Israel (Declaración de la OLP, 7/12/88; PLO Negotiations Department)”

“Aunque algunas personas describen la propuesta israelí de Camp David como prácticamente un regreso a las fronteras de 1967, estaba muy lejos de eso. Según el plan, Israel se habría retirado completamente de la pequeña franja de Gaza pero[HB1] habría anexionado sectores estratégicamente importantes y de gran valor en Cisjordania, manteniendo al mismo tiempo el «control de seguridad» sobre otras partes, lo que habría hecho imposible para los palestinos viajar o comerciar libremente dentro de su propio estado sin el permiso del gobierno israelí (Political Science Quarterly, 22/6/01; New York Times, 26/7/01; Informe sobre asentamientos israelíes en los Territorios Ocupados, 9-10/00; Robert Malley, New York Review of Books, 9/8/01)”.

“(…) Si Arafat hubiera estado de acuerdo con estos convenios, los palestinos hubieran acordado para siempre muchos de los peores aspectos de la misma ocupación con la que estaban intentando terminar, ya que en Camp David, Israel exigía además que Arafat firmara un acuerdo de «fin del conflicto” estableciendo que la guerra de varias décadas entre Israel y los palestinos había terminado y renunciando a cualquier otra reclamación contra Israel”.

Como vemos estas “grandes concesiones israelíes” no son más que “uno de los mitos pertinaces del conflicto. Sus implicaciones son obvias: no hay nada que pueda hacer Israel para alcanzar la paz con sus vecinos palestinos. Los ataques cada vez más mortales del ejército israelí, según esta versión, puede verse como mera autodefensa contra la agresión palestina, motivada por poco más que un odio ciego”

Lo que ocurrió posteriormente en las negociaciones en Taba (Egipto) en enero de 2001, fue más lamentable. Esta vez los palestinos sí llegaron con contrapropuestas detalladas. Concluye Ackerman:

“Al final, sin embargo, todo esto demostró ser demasiado para el primer ministro laborista de Israel. El 28 de enero, Barak rompió unilateralmente las negociaciones. ‘La presión de la opinión pública israelí contra las conversaciones no se podía resistir’ afirmó Ben-Ami (New York Times, 26/7/01)”.

¿En dónde aparecen “las grandes concesiones” y de qué lado ha estado mayormente la intolerancia?

Pero concedamos que nuestro escritor, más allá de su ideología política, de su postura “moderna y occidental”, se ha sentido tocado por las atrocidades que el Israel de Benjamín Netayanhu está cometiendo en este periodo, ¿por qué no es consecuente y va de foro en foro como lo hace en su campaña antichavista, por ejemplo, cuando se permite visitar Caracas y enfrentar valientemente al “dictador Maduro”? O como lo hace visitando Bolivia. Nos gustaría que visite Tel Aviv, que se sume a alguna oposición en algún centro o universidad para cantar en la cara de los líderes israelíes sus convicciones, como lo hace con Maduro, con Evo o con cualquier Presidente de “los gobiernos dictatoriales de izquierda”. Quizá porque sospecha, como lo prevemos nosotros, que allí sí correría efectivos riesgos por la intolerancia sionista y del propio Estado israelí, que no tan alegremente estaría dispuesto a acogerlo. Aunque no tenemos la esperanza que lo haga, como no tenemos la esperanza que termine convenciéndose de qué lado del espectro político y económico mundial provienen las verdaderas y aterradoras dictaduras.