Por @rossanareguillo
La imagen es clara. Frente a un balcón, el presidente habla a “su pueblo”; abajo, en la plaza, un grupo de mujeres y de hombres –tomados de la mano- le da la espalda, no hay palabras, no hay consignas, solo ese gesto silencioso: el discurso ha quedado vacío, se ha desmaterializado al poder, sin confrontarlo.
Una cadena de televisión transmite 24 horas, 7 días, cuatro semanas, un año completo, de manera oficiosa y obsequiosa, las mentiras de turno, las políticas, las empresariales, las otras, machaconamente, una y otra vez; el espectador apaga la televisión, con un gesto alegre: el vacío inunda el espacio, por fin puede pensar en otras cosas y nombrar el mundo de otro modo, con otras y con otros; ha roto el simulacro de la comunicación. Un columnista renuncia a la colaboración que escribe quincenalmente en un diario de peso; lo censuran de maneras discretas pero siempre estruendosas; ha decidido abrir su propio blog, el vacío que ha dejado en ese cuarto de página, se nota; ese vacío se llena, ahora, en otro lado; instituye otro espacio, el vacío deviene una palabra libre, es ya un acto político.
Contra la idea que se pueden cambiar las cosas “desde dentro”, que ha sido una tecnología para instrumentalizar la continuidad, este manifiesto dice que ese “adentro” es ya imposible de cambiar, no “desde dentro”.
Ese “adentro” se ha descompuesto irremediablemente y desde dentro sólo es posible administrar su desorden.
Ese “adentro” no tiene buenas relaciones con el disenso y desde dentro sólo es posible ejercitar el antagonismo.
Ese “adentro” ha mostrado su rostro de muerte y de avaricia, su brazo punitivo, su apetito insaciable y desde dentro sólo es posible asentir o pelear.
“Vaciar” es un acción política que implica transitar por dos caminos, el del momento destituyente que no está en la oposición sino